Capítulo 122 parte A

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Los tres autos habían emprendido su marcha hacia el centro de la ciudad.

En cierto punto, Albert se desvió para manejar en dirección a la Mansión perteneciente a su familia; mientras que Archie, seguido por Luis, aparecían por la avenida del hotel donde se hospedaban.

Al llegar a la entrada principal, los motores se apagaron para que todos descendieran de los vehículos, excepto Terry, el cual era el más lastimado.

En cambio, Cisco únicamente se sobaba el cuello; y el pobre de Archie ya había detenido la hemorragia de su nariz quedando sus ropas finas: manchadas de sangre. Pero el joven Cornwell, por primera vez, no le prestó caso a su apariencia porque se bajó rápidamente para dirigirse y abrirle la puerta al actor, y después ayudarle. Además, no se veía mucha gente alrededor del lugar, sólo dos valet parking y un bell-boy que estaban afuera del hotel y en el área de recepción; sin embargo, sus condiciones fueron percibidas, e iban en dirección hacia el elevador cuando el manager del lujoso establecimiento se les acercó para preguntar:

— Señores, ¿está todo bien? ¿les hacemos llegar un doctor?

— No, muchas gracias, no será necesario, aunque sí un poco de discreción, por favor — hubo contestado Luis ante la atención ofrecida.

El supervisor estaba asintiendo a la petición cuando en ese justo momento la puerta del elevador se abrió, ingresando en silencio los cuatro personajes que así permanecieron en todo el trayecto hasta que estuvieron en la habitación, donde en la cama, Archie depositó a Terry, mientras que Luis le quitaba los zapatos; y Cisco, sentándose a su lado, cuestionaba:

— ¿Cómo te sientes?

— Creo que bien — respondió el actor. — Sólo siento un fuerte dolor en el... estómago — se lo tocó.

El español, al verlo tan sucio, quiso saber de:

— ¿Y tú, Archie?

— ¿Yo? — impulsivamente el joven cuestionado se llevó una mano a la nariz para aseverar: — Creo que también. El sangrado se detuvo.

— Discúlpame por haber disparado tan cerca de ti — se disculparon con el joven.

— ¡Oh, no! — Archie expresó; — Lo bueno, es que tienes buena puntería — sonó el joven nerviosamente gracioso conforme se sentaba en una silla cercana; y eso porque volvió a acordarse de la impresión recibida.

Dicho lo último, el silencio se adueñó de la alcoba; y es que al parecer nadie tenía intenciones de comentar nada de lo sucedido.

Sin embargo, en el momento que Luis aparecía trayendo consigo una de las camisas de Cisco para ofrecérsela a Archie, éste la rechazaba:

— No es necesario, señor Luis, me retiro en este momento —, el joven se puso de pie. — Después regreso para saber como sigue, aquí... "mi héroe" — había apuntado a Terry quien le agradeció su ayuda.

Consiguientemente, Cornwell se despidió; y mientras era conducido por Luis a la salida, en un interior se decía:

— Bueno, ahora que estamos solos quiero que me expliques, ¿por qué hiciste eso? ¿cómo te fuiste a entregar tan estúpidamente? Además, ¿por qué entraron? ¿por qué no obedecieron como se los ordené?

— Yo tuve la culpa — contestó Luis desde la puerta minutos después.

El moreno se giró para mirarle y cuestionarle:

— ¿Y por qué, es lo que quiero saber? —; su voz se escuchó tranquila, pero se estaba molestando.

— ¡Porque no íbamos a quedarnos de brazos cruzados mientras tú te arriesgabas solo!

Xon altanería, Terry hubo respondido, consiguiendo que el español girara su cabeza hacia él para encontrarse con aquellos rebeldes ojos.

— ¡Sí, claro, y fue peor!... porque no sólo volviste a salir lastimado, sino que arriesgaron inútilmente la vida de ese chico.

Cisco había señalado por donde Archie saliera.

— Además, yo no estaba solo, Albert venía conmigo y estábamos armados... ¡ustedes no!

Con lo último dicho, de lo alterado, el español se puso de pie suplicando Luis:

— Hijo, por favor —; y reconocía: — Cometimos un error, es cierto, pero... ahora lo importante es que todos están bien.

— ¡¿Todos están bien?! — el moreno espetó. — ¡¿Ya miraste a Terry o a Archie?! ¡No, Luis, te equivocas! ¡Mi plan era que nadie más saliera lastimado, por lo menos no ninguno de nosotros! —. Así que se preguntaría: — ¡¿De quién fue la genial idea de entrar?!

— ¡Mía! — dijeron en unísono: Luis y Terry, consiguiendo que el español los mirara a ambos con severo gesto molesto además de decir sardónico:

— ¡Vaya! ¡Por suerte que Archie no está aquí sino también fue idea de él, ¿no?

Y como también el madrileño estaba cansado, derrotado, únicamente manoteó al aire comprendiendo que sería inútil pelear; por consiguiente, optó por salirse de ahí para bajarse la molestia en otro lado, porque conociéndose ¡sí era capaz! de arremeter fuertemente contra aquellos dos que observaban entre sí:

— Creo que se molestó mi general, ¿verdad?

— Sólo un poquito.

Luis y Terry rieron sintiéndose regañados; pero el buen hombre decía:

— Anda, déjame revisarte.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora