Capítulo 116 parte G

91 20 3
                                    

El actor, por su parte, hizo la cabeza de lado y cerró los ojos ante la insistente necedad de aquella; y como sus pies bailoteaban nerviosos tratando de controlarse un poco, la miró diciéndole:

— Basta, Susana, que entre tus chantajes y los de tu madre, me están haciendo exasperar —; y pretendió hacerla entrar en razón: — ¿Por qué no lo entiendes TÚ de una buena vez?... ¡No me hagas decir cosas que no quiero!

— ¿Como cuáles, Terrence?... ¿El decirme que no me amas, que no estás enamorado de mí? Pues no necesitas hacerlo porque lo sé, pero te aseguro que con mi amor basta y sobra para...

— ¡No sabes ni lo que dices, Susana! ¡Sólo escúchate y eso no es bueno para tu salud mental!

Terry se golpeó la sien con un dedo; y la Marlowe Mayor sacaría la uña:

— Pues eso es muy sencillo de resolver... ya que siendo usted el único responsable de la situación física y emocional de mi hija, debe pagarlo... Además, no necesita tiempo para nada porque bien sabemos que su padre, aquí presente, es un hombre honorable y puede cubrir todos esos gastos... ¡Yo lo que exijo es que usted se CASE con ella, porque en esa condición, nadie más querrá hacerlo!

Lo hubo dicho la muy cínica, haciendo menos a su hija, pero ¿acaso nadie la escuchó? porque Terry sí prestó mucha atención a sus palabras; y respirando hondamente, contestaba:

— No puedo creer lo que ha dicho, señora, pero ahora escúcheme lo que voy a decirle porque no se lo repetiré dos veces... ¡Yo —, se apuntó, — no necesito de mi padre para cumplir con mis obligaciones y no necesito de su renombre para hacerme a mí mismo; si por mi fuera, renunciaba en este instante a su "tan" reconocido apellido y si fuera posible hasta de su sangre para no tener nada de él!

Terry se giró para confrontar a su padre con altivez; empero, el duque tampoco se dejó amedrentar y le contestaba con aseveración:

— Bien, muy bien, Terrence, pero creo que ya has dicho demasiado... ¿Te sientes mucho mejor ahora, hijo? Qué bueno — había sonado irónico, — porque ahora el que me va a escuchar eres ¡TÚ! — lo apuntó. — ¡Ante mí y ante nadie, dejaré que ninguno de mis hijos me ponga en ridículo como tú lo has hecho!... ¡Ya he tenido bastantes problemas contigo como para que siga soportando tus berrinches, groserías, despotismos y prepotencias!... Se te dará el tiempo que pides... ¿Cuánto... uno, dos meses, cuando mucho tres?... ¡Hazlo! pero cuando ese tiempo se cumpla... ¡te casarás con esta señorita!

Richard lo ordenó determinantemente, lo que consiguió que Terry se levantara con brusquedad de su silla, y tomando su copa de vino la arrojó con todas sus fuerzas contra la pared blanca que tenía enfrente estrellándose en mil pedazos el cristal, dejando a casi todos sorprendidos de tan tempestiva acción; además, de que el joven bufaba hasta por los codos; y enfurecido, se acercó peligrosamente a su padre para recalcarle:

— ¡¿Es que acaso no hablamos el mismo idioma?!... ¡¿De qué manera les haré entender de qué NO me quiero casar?! O por lo menos si no lo hago por amor. O dime, Duque, ¿acaso tienes una idea de lo qué es?... ¿Lo entiendes? — el joven se golpeaba el pecho. — ¿Lo has sentido alguna vez? — pujó irónico. — No, no lo creo.

— ¡¿Y tú qué sabes, jovencito?! ¡¿Qué tanto me conoces como para que me juzgues a mí, a tu padre?! — espetó el mayor también levantándose de su lugar para confrontar a su hijo quien le hablaba con rencor infinito:

— ¡Qué gran verdad has dicho, Duque! Porque es cierto, NO TE CONOZCO LO SUFICIENTE, y si me atrevo a juzgarte es porque nunca, NUNCA, señor, me lo demostraste. Sin embargo, tus hechos te delatan y gritan que tienes la menor idea de lo que es. O confirma, ¿acaso amaste a mi madre?

Terry miró instantáneamente a Eleanor quien estaba cuan más aterrada y seguía oyendo:

— ¡¡No lo creo... al contrario, creo que la odias porque me arrebataste de su lado para hacerme a mí, tu hijo, tu sangre: DESGRACIADO Y MISERABLE!!... No, Duque. Más debo agradecerte que todos esos años encerrado en el colegio, al final, me ayudaron a tener otro concepto del matrimonio: uno que no se obliga más se es de libre albedrío; y el cual se idealiza para formarla con la persona deseada, aquella que encaje contigo en todos los sentidos, aquella que te haga reír, que te haga soñar, que te acepte cual eres. Yo cometí el grave error de dejar ir a la única mujer que me hizo sentir bien hasta conmigo mismo por una obligación estúpida, por un compromiso que yo no pedí, porque yo no pedí ser salvado — el castaño miró por un momento a las Marlowe. — Ya bastante mi vida ha sido un infierno como para querer seguir viviendo en él —. Nuevamente, el joven se volvía al hombre mayor: — ¡No, padre, siempre me dije que no cometería el mismo error que tú, que por seguir protocolos absurdos dejaste a mi madre por amarrarte a otra a la cual no amas! y ¿todo para qué? ¿Por un nombre, una posición, un deber?... ¿Eso te ha hecho feliz? ¡Y no te engañes, porque por los poros te brota lo infeliz que has sido!

Terry finalizó retador ante los ojos enfurecidos de su padre; en cambio, el pobre hombre fue perdiendo fuerzas poco a poco ante la franca rudeza de su primogénito hasta que por completo su cuerpo se derrumbó cayendo pesadamente sobre su asiento.

Entonces, Terry, al ver la reacción en su progenitor, sintió remordimiento y lástima por hablarle de ese modo, pero de alguna forma le tenía que hacer entender su decisión; así que, cambió un poco su semblante, y luego caminó hacia Susana para decirle calmadamente:

— Volveré al teatro y retomaré mi carrera. Si estás de acuerdo con mis condiciones, nada te faltará. Aunque me gustaría aconsejarte, que no dejes que tu madre te haga menos, eres una mujer bella y muy valiente, a la cual le estaré totalmente agradecido por lo que hizo por mí como otras tantas personas lo han hecho, así que, si de pagar se trata, desafortunadamente no puedo cubrirte del modo en que tú exiges. Siento mucho no poder amarte como tú quieres... pero si aceptas mi amistad sincera...

— Yo te amo, Terry, alguna esperanza habrá para mí — repitió la rubia mientras le miraba con ojos suplicantes.

Él suspiró profundamente, se puso de cuclillas para tomarle de las manos y responderle:

— No, y no te engañes más porque eso no pasará.

— ¿Por qué? — ella preguntó llevándose las manos del joven a su rostro.

Terry se zafó contestándole:

— Porque me estás pidiendo algo que ya no tengo... mi corazón — se tocó el pecho, — aunque éste, hace mucho que ni a mí me pertenece. Tú lo sabías desde el principio, sabes que nunca te engañé.

— ¿Irás a buscarla? — quiso saber la rubia.

Terry, como respuesta, le tomó la mano y se la besó. Consiguientemente, se enderezó; y sin despedirse de nadie, salió de la casa de su madre sintiéndose ligero, sin esa carga que por meses le estaba acabando.

Juan cuando le vio salir, lo siguió, y después de un tiempo, se atrevió a preguntarle:

— ¿Todo bien, joven Terry?

Éste se detuvo para voltear a verlo, sonreírle con melancolía y enterarlo:

— Sí, Juan, todo bien —, y de nuevo lo invitaría: — Vamos a casa.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora