Capítulo 124 parte E

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Frente a la entrada de una residencia se extendía:

— Buenos días, señor Johnson.

— Buenos días, señor Ximénez. Pase por favor; el señor Andrew está ya en la biblioteca. Por este lado, si es tan amable.

— Con gusto — dijo Cisco a George, y — Gracias — a la persona que le atendía con su abrigo y sombrero.

El español seguía los pasos del secretario y con su vista lograba distinguir un poco la elegancia de la mansión Andrew.

Johnson lo pasó hasta la sala y le hizo aguardar por un momento.

— Tome asiento, por favor, en un momento el señor Andrew le atenderá.

— Estoy bien así, gracias.

— Enseguida lo anuncio.

Y en lo que Johnson se dirigía a biblioteca donde Albert esperaba impaciente la llegada de Neil, Cisco con las manos cruzadas por detrás, miraba con suma atención las grandes pinturas de la casa y encontrando retratos de la familia Andrew.

Entre esos, vio uno de Albert, portando un elegante traje escocés y de mirada gallarda; luego, puso sus ojos en otro donde estaban Anthony, Archie y Stear con la misma vestimenta, siendo Archie al único que reconociera en esa imagen pintada a mano que marcaba excelentemente las facciones de cada uno.

Cisco supuso que uno de ellos sería el hermano de Archie y el otro chico algún familiar cercano a Albert por su enorme parecido y porque nunca le había visto.

Consiguientemente, el recién llegado se dirigió hacia la enorme chimenea donde había pequeñas fotos de más familiares, reconociendo a los Leagan y a la simpática de Candy.

Pero el español volvió su cuerpo rápidamente al escuchar el taconear de unas zapatillas.

Al hacerlo, se fue a encontrar con la presencia de la pelirroja Leagan la cual le saludaba de lo más cordial:

— Buen día, señor Ximénez.

— Señorita Leagan, buen día para usted también — dijo caballerosamente dirigiéndose a ella para saludarle como correspondía: tomando su mano y depositando un suave beso.

— ¿No le han atendido todavía? — preguntó la chica buscando a su alrededor.

— Ya. Sólo espero por unos breves momentos.

— ¿Le ofrezco algo de tomar? — volvió a preguntar la pelirroja señalando hacia el bar.

— Oh, no, muchas gracias, es un poco temprano para mí.

— ¿Algún té o café? — Eliza, para sorprenderse, sonaba muy servicial.

— Por el momento estoy bien, gracias por su cortesía.

— Bueno, entonces lo dejo. Con su permiso, señor Ximénez.

— Gusto de verle de nuevo, señorita Leagan.

Eliza, como nunca lo había hecho en su vida, sonrió de modo diferente al ver la sonrisa amplia del guapo español el cual inclinaba su cabeza en señal de respeto hacia la pelirroja.

Ésta haciendo una leve reverencia por el gesto del moreno se dio media vuelta y buscó la puerta de salida.

Él la vio alejarse y desaparecer por el corredor del lugar, más de pronto, Cisco comenzó a reír por lo bajo, mientras decía para sí:

— Me va a matar mi hermanito.

— ¿Qué es lo divertido, Cisco?

— ¡Albert! — pronunció el moreno girándose hacia el recién llegado. — Nada, nada, Albert, ¿cómo has estado? — saludó el español mientras se acercaba al magnate rubio.

— Yo muy bien. Y tú, ¿estás bien? — preguntó el rubio extrañado y divertido por la acción del invitado que no paraba de sonreírse conforme estrechaban sus manos fuertes.

— Sí, sólo que estaba pensando en mi hermano, es esto.

— Menos mal. Ya comenzabas a preocuparme — bromeó el magnate provocando aún más la risa de Cisco y la propia. Seguidamente, le pedía: — Ven, acompáñame al despacho, pero dime, ¿quieres tomar algo?

— No, Albert, estoy bien, gracias — respondió el español y juntos se dirigieron hacia la biblioteca.

Allá, Albert abrió la puerta, le dio el acceso a su invitado y...

— Toma asiento, por favor.

— Gracias. ¿Y bien? Anoche no tuvimos oportunidad de platicar — comentó el moreno en el momento que desabotonaba su saco.

— Muy cierto — respondió Albert con cierto tono de voz que no pasó desapercibido por Cisco.

— ¿Qué pasa, Albert? Te veo sumamente preocupado.

— Y lo estoy, Cisco; es que, este asunto no es fácil — hubo dicho Albert masajeándose las sienes.

— ¿Y qué es lo que te preocupa? — preguntó el español conforme se reclinaba hacia el respaldo del sofá y se acomodaba plácidamente.

— Tú sabes que yo soy el patriarca de esta familia —, la suya.

— Sí, lo sé — se afirmó.

— Y por lo tanto, también soy responsable de todo lo referente a la misma.

— Lo entiendo — confirmó el español sin perder vista los movimientos de Albert que...

— Sé que te prometí entregarte a Neil pero, quisiera preguntarte una vez más... ¿qué es lo que pretendes hacer con él? — se indagó con seriedad y mirando directo a los ojos de Cisco.

— ¿A qué se debe tu pregunta? ¿Acaso estás cambiando de parecer? ¿No me lo entregarás, eso es lo que quieres decirme? — cuestionó Cisco de lo más sereno y sosteniéndole la mirada.

— Yo no dije eso — Albert aseveró. — Aunque, ¿qué pasaría si no lo hago? — inquirió de modo retador.

El moreno, al escuchar la pregunta del magnate, reaccionaría de lo más tranquilo:

— No pasaría nada, mi amigo — dijo con seguridad. — Sólo iría a las autoridades y levantaría cargos en su contra por intento de asesinato a la persona de Terry Granchester, y yo su testigo; claro está que al declarar, no sería yo el único involucrado. Más, Albert, tu sobrino cometió un delito y tú sabes que debe pagarlo, no fue una simple pelea de niños de colegio, ésta vez la vida de muchos corrió peligro — recordó el moreno, — además —, se quedó pensativo por breves minutos; — ¿acaso se te olvida que ambos escuchamos cuando Neil planeaba otro ataque contra mi hermano? Porque a mí no; ¿y que tal si ésta vez, no falla? — dijo Cisco mientras enderezaba su espalda y apoyaba sus codos sobre rodillas sin apartar su vista de rubio.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora