Capítulo 113 parte B

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—Minutos después en la Clínica Feliz—

Candy terminó de atender a los pequeños, sin saber que había sido observada por Terry y Albert.

En eso, la rubia estaba esterilizando sus instrumentos de trabajo cuando se escuchó un llamado a la puerta.

— Yo atiendo, Dr. Martí — se hubo la enfermera con su característica voz cantarina.

En el momento de abrir, los ojos verdes de ella divisaron el ancho pecho de un hombre que cargaba unos paquetes.

Con lentitud, Candy fue levantando la mirada hasta toparse con unos bellos ojos claros jamás vistos que la desconcertaron un poco así como su presencia; no obstante, con su singular sonrisa y carisma, ella preguntaba:

— ¿Sí? ¿qué se le ofrece?

— ¿Está el doctor?

— ¡Dr. Martí, lo buscan! — gritó la rubia, dejando al visitante aquel sobre el marco de la puerta para ella volver a sus actividades.

— ¿Quién es, Candy? — hubo preguntado el simpático doctor.

Éste se encontraba muy entretenido con su rompecabezas.

Por lo tanto, tuvo que ser el mismo recién llegado, —en lo que cerraba la puerta—, el que se identificara:

— Soy yo, Doc.

Por supuesto, esa varonil voz sería reconocida al instante.

— ¡Cisco, hijo!

El galeno se puso de pie para ofrecer:

— Pasa, por favor, muchacho; y ven a tomar asiento.

— Gracias — se escuchó de aquél, el cual, al llegar a la mesa y dejar ahí una carga, extendía excusa: — pero únicamente pasé a dejarle sus medicamentos y a despedirme porque debo marcharme inmediatamente.

— ¿Cómo? ¿Tan pronto te vas? ¡Si acabas de llegar! — reprocharon la visita de "doctor"

— Lo sé; pero usted sabe, mi padre está solo en casa y el camino es largo.

— Sí, tienes razón. Dile que un día de estos iré a visitarle.

— Muy bien — dijo Cisco; y sonrió sin dejar de observar: — Por lo que veo, tiene nuevo asistente, Doc.

— Ah sí; así es —, y la llamaría: — Candy, ven.

La rubia se acercó para ser presentada.

— Éste es Cisco. Aparte de ser un buen benefactor de la clínica, es un excelente amigo, — amigo que escucharía: — Ella es mi nueva ayudante.

— Mucho gusto — dijo amablemente y poniendo en su rostro otra linda sonrisa: la pecosa.

Ella, —en lo que pensaba que ese rostro tenía un aire familiar—, observaba detenidamente al hombre, tratando así de recordar dónde lo había visto.

En cambio, el visitante, ante ese detallado escrutinio, respondía secamente:

— Qué tal, niña.

Sin mirarla, él despedía anunciando:

— Bueno, me dio gusto saludarlo, doc. Lo veo el mes entrante.

Cisco se encaminó hacia la puerta de salida, siendo seguido por el doctor quien distinguió a lo lejos el caballo, y que conforme andaba junto a su amigo en dirección a la carreta, se interesaba en saber:

— ¿Siempre has decidido llevártelo?

— Sí; quiero darle mejor entrenamiento. El Derby se acerca y quiero ver si este año puede participar.

— ¡Ya verás que sí! — alentaron unos ánimos. — Es un espécimen bello, muchacho. ¡Felicidades! Has hecho un buen trabajo con él — se hubo complementado en lo que se acariciaba al animal que en ese momento sacudía la crin.

— Gracias — se apreció fanfarroneando: — no en vano me han ofrecido 50,000 dólares.

— Y no estarás pensando venderlo ¿verdad?

— No; y nunca ha sido mi idea. Me costó demasiado conseguirlo como para que me deshaga de Keme por una oferta de esas.

— Menos mal.

— Bueno, me retiro, quiero llegar a casa antes de que caiga la noche.

— Claro, muchacho, y gracias por los medicamentos.

— No es nada; ya sabe que cuando hay oportunidad, usted cuenta con ellos.

— Lo sé, hijo — se reconoció empleando nostalgia: — Es una lástima que tu madre no haya podido ver en lo buen mozo que te has convertido; y que a pesar de tu cara de ogro: tienes un gran corazón.

— Usted sabe que yo soy así —, Cisco levantó un hombro indiferentemente.

— Sí, pero eso es lo malo, porque en lugar de que atraigas a las chicas... ¡las espantas!

El visitante comenzó a reír fuertemente y se defendería:

— No exagere, Doc.

— ¿Ah, te parece que exagero? Si yo tuviera tus años y con la cantidad de chicas guapas que andan por ahí —, se apuntó hacia la clínica, — ya tuviera yo un harem.

El regordete hombre también se unió a las carcajadas al escuchar:

— ¿Y qué se lo impide, Doc? Todavía está a tiempo de ir a conseguirlas.

— ¡Anda, búrlate!

Los dos hombres siguieron riendo, mientras se despedían con un abrazo.

— Cuídate, hijo; y vuelve pronto a Chicago.

— Tenga por seguro que lo haré. Hasta luego entonces.

En el momento en que Cisco se estaba subiendo a la carreta, Candy apareció por la ventana.

Las risas de aquellos dos hombres llamaron su atención. Principalmente la del visitante; del que no sabía por qué, pero su guapa presencia la había llenado de nerviosismo e inquietud.

Segundo después y rápidamente, la rubia mirona cerró la ventana al verse descubierta en su nuevo escrutinio por Cisco.

Éste, desde lo lejos, hubo inclinado su cabeza despidiéndose de ella y haciéndolo reír por su infantil acción.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora