Capítulo 116 parte A

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El día había terminado, la noche reinaba los cielos y las miles de luces de neón en las calles de Nueva York, le daban a ésta su toque característico, siendo debidamente llamada "la ciudad que nunca duerme"; pero algunos humanos sí lo hacían, y entre ellos estaba Terry quien debido al cansancio dormía plácidamente.

De repente, muy cerca a las dos de la mañana, unos leves, pero insistentes golpecitos se le dieron a la puerta del departamento del actor.

Éste, al escuchar el llamado, se sobresaltó enderezándose de sopetón para quedar sentado sobre la cama.

Desde ahí, él comenzó a recorrer el lugar, relajándose un poco al reconocerlo como suyo.

Bostezando, el joven buscó a tientas la lámpara para alumbrar la recámara, haciendo que el reflejo le molestara y con dificultad enfocara el reloj despertador.

Cuando hubo verificado la hora, Terry espetaba:

— ¡Rayos! ¿quién demonios será?... Pero lo peor... ¡a las dos de la mañana!

Molesto, el visitado dejó caer su cuerpo semi desnudo a la cama. En sí lo hizo porque estaba realmente agotado ya que el viaje en tren lo había fatigado, comenzándole a pedir cuentas su organismo que no le hacía olvidar también su incapacidad; además, había salido con Juan a recorrer la ciudad, y no sólo eso, la situación por la que había pasado en el día, lo había estresado aún más y es que...

Esa mañana hubo decidido salir para mostrarle a su acompañante los lugares que normalmente frecuentaba; llevándolo primeramente a la casa de su madre y después a la de Susana.

Luego, recorrieron el Parque Central, y allá le indicó a Juan otro modo de llegar al teatro, partiendo de ahí para dirigirse al puerto y saludar a un marinero del que Terry se había hecho amigo, abriéndoles la larga caminata: el apetito; así que, ingresaron a la cafetería más cercana; pero cuando se marchaban, un hábil reportero había interceptado al actor atacándolo con una sarta de preguntas.

En cambio, Terry, ya sabiendo que eso pasaría, trató de ignorarlo por completo, más la astucia y perseverancia del periodista no le dejó a éste último darse por vencido y comenzó a hostigarlo, obligándole a que por lo menos le contestara unas breves, estando principalmente interesado en saber de: su desaparición, su compromiso con Susana, sobre cierto compromiso anterior, de sus padres, el por qué su madre nunca antes quiso decir que tenía un hijo, por qué él, Terry Granchester, nunca informó quién era en verdad su padre, que si volvería al teatro, en fin, consiguiendo que en cada una de las preguntas realizadas, el castaño se enfureciera más; pero dominando su temperamento, lo único que Terry pudo contestarle al hombre aquel fue que... "estaba bien, que había vuelto a Nueva York y que muy pronto lo verían en el teatro".

No obstante, porque el guapo actor había emprendido sus pasos y el reportero para nada se le despegaba, Juan, su acompañante, tuvo que interceder por su joven patrón y amablemente ahuyentó al tipo aquel, logrando así proseguir con su camino hacia el departamento, donde un par de cuadras antes de llegar, pasaron a una tienda de abarrotes e hicieron algunas compras.

Al finalizar de recordar lo realizando durante el día, Terry ya se cubría los oídos con su almohada; y al darse cuenta que no tenía otra opción más que atender al insistente llamado, malhumorado, de nuevo se sentó, buscó sus pantuflas, las calzó, se paró, tomó la bata que reposaba sobre la cama, la usó y mientras ataba las jaretas, salía de su recámara.

En eso, ya estaba por llegar a la puerta cuando los golpes cesaron; así que, esperó un momento antes de abrir; más, al siguiente segundo, los toques volvieron. Entonces, él se acercó a la mirilla para distinguir de quién se trataba.

— ¡Maldición! — lanzó al reconocerlos; y por lo mismo no acató el llamado inmediatamente porque recargó su frente sobre la puerta y se quedó así por un momento para tomar aire.

Minutos pasados, el visitado se animó a recorrer el pasador para dar el acceso a los madrugadores visitantes, sintiendo rápidamente los brazos de su madre Eleanor, la cual se le echó encima para llenarlo de besos y palparle el cuerpo mientras le decía casi al borde del llanto:

— ¡Hijo de mi vida! ¡Gracias al cielo que estás bien!

Sin embargo, Terry no reaccionaba a esas muestras de afecto porque no apartaba su mirada del hombre que tenía enfrente, y sólo contestaba secamente:

— Hola, madre.

Ésta, al estarle acariciando el rostro y mirarle con ternura, diría:

— ¡No sabes la angustia que nos has hecho pasar!

Notificado, el rebelde respondía llanamente irónico:

— ¡¿De verdad?!

— Sí, Terrence, aunque lo dudes — habló el Duque desde el umbral y sintiendo alivio también por verle.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora