Con el ofrecimiento, el moreno asintió; y a la par del rubio, caminaron hacia el bar.
Conforme Albert servía las copas, Cisco no despegaba su vista de aquel hombre al que diría:
— Ha sido un milagro que Terry apareciera, ¿no lo cree?
— Sí — se contestó con confianza.
De pronto, Albert reaccionó, frunció el ceño y miró a su interlocutor para preguntarle:
— ¿Cómo dijo?
— Terry... Terry Granchester.
Astutamente, Cisco acercó el periódico que estaba sobre la barra.
— ¡Oh sí! — el rubio se relajó comentando: — por un momento pensé que lo conocía, porque mi amigo es tan especial que
Albert guardó silencio para entregar la copa, sonreír los dos al recibirla y chocarlas al momento de brindar; más, cuando estaban a punto de beber, se oía:
— Pues digamos que sí le conozco.
Solamente Cisco ingirió su licor ante un extrañado Albert que serio cuestionaba:
— ¡¿Usted conoce a Terry?! — y nuevamente el rubio frunció el ceño al ver una sonrisa altanera en el rostro del español que afirmaba:
— Así es.
Pero el patriarca Andrew se confundiría mayúsculamente ante una mirada y palabras retadoras:
— Aunque quisiera preguntarle... ¿es usted verdaderamente amigo de Terry Granchester?
— ¡Por supuesto que lo soy!
Sin vacilación, Albert hubo respondido de inmediato, y con indignación, inquiría:
— ¡¿Por qué la pregunta?!
De ninguna manera le ocultaron la respuesta:
— Porque unos meses atrás en una visita a Chicago presencié la patética pelea entre dos "amigos" en un bar —, Cisco lo miró, — y cuando iba de regreso a casa me topé con otra escena de lo más desagradable; aunque, ésta vez sólo se trataba de un castaño, el mismo de la cantina, y que estaba a punto de ser ANIQUILADO por otros dos, bueno tres, quienes recibieron la orden de un tal... Albert.
El rubio se quedó estático, palideció de pronto, se alcanzó a apoyar con sus manos en la barra y agachó la cabeza para seguir escuchando de su visita:
— Lo llevé conmigo para atenderle de: un fuerte golpe en la cabeza; costillas quebradas y dos heridas de bala, una de ellas, se le incrustó en el riñón; afortunadamente, pudimos sacarla; pero casi se nos va por la pérdida de sangre y por días estuvo delirando a causa de las fuertes fiebres.
Cisco terminó en breve su relato, y después de minutos de silencio, Albert se aclaró la garganta para inquirir lo obvio:
— Y usted piensa que yo lo hice, ¿cierto?
El moreno no negó.
— Usted fue la última persona que él vio. Además, yo los vi salir juntos
Ignorando la acusación, Albert re-cuestionaría con cierta intranquilidad:
— ¿Terry duda de mí?
— Al principio no.
— ¡Demonios! — Albert espetó al mismo tiempo de golpear la barra, luego se talló la cara y se meció su bien cuidada cabellera rubia.
Consiguientemente y con firmeza William diría:
— Señor Ximénez, no sé si me crea, pero yo soy incapaz de dar semejante orden y mucho menos para atentar contra la vida de mi mejor amigo. Yo conocí a Terry, casi en la misma situación...
— ¡No en la misma situación! — el español hubo interrumpido empleando detonante autoridad. — ¡Aquí hay alguien, que usando su nombre —, lo apuntó, — pagó para matarlo! ¡No fue una simple pelea callejera!
— Y, ¿qué piensa hacer al respecto?
Albert quiso saber no dejándose amedrentar y mirándole también retador.
— Seguiré buscando por mi cuenta; y le aseguro, amigo, que él que hizo esto... ¡la pagará caro!
Andrew se quedó callado por un momento analizando el rostro endurecido de aquel hombre, más no respondió ante la amenaza; al contrario, estuvo de acuerdo con él al asentir con la cabeza.
— Bueno, señor Andrew, será mejor que me retire.
El moreno, que había estado sentado, se levantó y se abrochó su saco.
— Y aunque lo dude, fue un placer haberle conocido; y lamento mucho el mal rato que le hice pasar.
— No pierda cuidado, al contrario, le agradezco por la información, por lo menos ahora estoy prevenido, porque conociendo a Terry...
— Él no hará nada porque está confundido —, Cisco lo tranquilizaría: — yo me encargaré de explicarle; sólo sí le pido su completa discreción en esto, ¿de acuerdo?
— Por supuesto.
En eso y de nuevo George apareció en la puerta con los documentos y los entregó al moreno.
Éste, después de un fuerte apretón de manos, abandonó la oficina.
Y en lo que arriba, Albert se quedaba en total desconcierto, abajo, al intentar cruzar la puerta del edificio, un pequeño cuerpo se estrelló contra el español, cayendo alguien aparatosamente al piso y lanzando un grito de dolor; sin embargo...
— ¡¿Qué le pasa, señorita?! ¡¿Acaso no ve por dónde camina?!
El moreno hubo dicho con prepotencia, pero al mismo tiempo, con gentileza, extendía su mano para ayudar a la joven rubia que yacía en el suelo y que sorprendida exclamaba:
— ¡¿Usted?! —, al recordar los bellos ojos del hombre aquel que burlón la arremedaba:
— ¡¿Usted?! —, al reconocer a la rubia pecosa de la clínica.
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AMOR PERDIDO
FanfictionCandy nunca soñó que Terry estaba allí observándola y que luego se fue de Chicago cargado de penas y sin volver la espalda. ********* Primera historia escrita el 8 de Octubre de 2009. Primera historia compartida a mi audiencia del fandom de Candy Ca...