Capítulo 121 parte G

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Y conforme los minutos pasaban y afuera esperaban impacientes, muy cerca de la casa ya se encontraban Albert y Cisco percatándose que había una sola puerta de acceso, pero varias ventanas a los costados.

Desde su lugar, el español le señalaba a Albert, que debían rodear el lugar para intentar ver hacia el interior.

Albert, por el lado derecho, le hizo la señal a Cisco de que había encontrado una escalera y la subiría, mientras que el moreno comenzó a caminar por un pequeño peldaño para ir hacia la primera ventana que cuando llegó, desde ahí no pudo ver nada. Así que de nuevo pegó su cuerpo en la pared de madera y avanzó lentamente siendo sumamente precavido de no pisar en falso porque sino iría directo al agua ya que la cejilla era muy angosta y por lo mismo daba pequeños pasos. Mas, ya estaba casi por llegar, cuando un pedazo de madera se soltó y fue a caer al vacío partiéndose sobre los gruesos astilleros puntiagudos que alguna vez sirvieron de amarres, viéndose obligado el español a detenerse. De pronto, sintió la mano de alguien tomarle por el brazo y le ayudó a saltar para caer en un pasillo.

Albert había encontrado por la parte de arriba otra entrada que daba hacia el interior de la casa y precisamente hacia ese pasillo; así que usando únicamente señales le indicó a Cisco donde estaban reunidos todos.

Con gran habilidad, los dos hombres entraron al lugar, donde estaba Neil sentado enfrente del escritorio y del albino; y entre los dos entablaban una conversación.

En otra mesa no muy apartada estaban los otros hombres jugando cartas.

En eso, Albert y Cisco estaban dándose indicaciones, cuando el azote de la puerta les alertó y sólo alcanzaron a esconderse tras unas grandes cajas para escuchar al que venía entrando:

— ¡TÚ! ¡Imbécil! ¡Te advertí que no trataras de pasarte de listo! — dijo el furioso hombrecillo a Neil mientras arrojaba al suelo al pobre de Archie. — ¡¿A quién le has avisado?! — fue hacia Leagan al que tomó por la solapa y lo sacudió.

— ¡A NADIE! ¡A NADIE! — replicó Neil asustado y de ver a Archie que era sujetado por los otros dos hombres.

Por su parte, Cisco y Albert desde sus lugares se preguntaban uno a otro dónde estaban Luis y Terry. Seguidamente escucharon:

— ¡¿Conoces a este tipo?! — le preguntaban a Neil.

Archie, viendo el miedo en su primo, se apresuró a contestar:

— ¡NO! Ya le dije que mi auto se averió y por eso me estacioné aquí cerca. ¡En mi vida he visto a este hombre! — alegó el joven tratando de zafarse del fuerte amarre de aquellos dos hombres.

— ¡¿Quién más viene contigo?! — preguntó ésta vez el albino a Archie desde su lugar.

— ¡Nadie más! — se respondió.

El hombrecillo que estaba cerca de él, le asestó un buen golpe en el rostro, volviéndole así, a sangrar su perfecta nariz además de...

— ¡MIENTES! —, y lo golpeó en el estómago. — ¡Te oí claramente cuando dabas una señal! ¡RESPONDE!... ¡¿QUIÉN MÁS VIENE CONTIGO?! — demandó respuestas el sujeto aquel.

Tomándole rudamente de los cabellos le levantó el rostro y vio la sangre que corría a chorros por la nariz del joven Cornwall.

En eso, alguien a sus espaldas respondía por él valentonamente:

— ¡YO! — fue Terry que sostenía un madero; haciendo con su acto de presencia y torpeza que Cisco se enfureciera.

— ¡Vaya, vaya! ¡Así que, nos volvemos a ver! — habló el albino poniéndose de pie y caminando hacia Terry.

El joven actor lo reconocía, le miraba su modo de caminar y tampoco se amedrentaba de la mirada cargada de odio que aquel hombre le proyectaba. Cuando estuvo cerca de él, le diría:

— Bienvenido, señor Granchester... o mejor dicho... ¡Su Majestad! —, y le hizo una mofada reverencia.

No obstante, Terry se distrajo para mirar a Neil, y el albino no desaprovechó la oportunidad de su distracción para tomar su bastón y con fuerza asestarlo en el estómago del actor el cual se dobló del dolor producido.

Donde estaba, Cisco agachó la cabeza y soltó un disparate porque hasta a él le dolió al ver a su hermano doblarse y caer de rodillas a los pies del albino.

Éste, teniéndolo en esa posición, le dio un segundo golpe en la espalda que hasta el bastón se quebró.

Sin poder contenerse más, el español salió de su escondite y de dos certeros tiros tumbó: primero a los dos hombres que estaban sosteniendo a Archie y de inmediato apuntó hacia el albino:

— ¡VUELVES A TOCARLO, MALDITO MALNACIDO, Y TE JURO QUE ÉSTA VEZ NO FALLARÉ! — amenazó al gigantón ese que le reconoció de inmediato.

Albert también salió de donde estaba; y todos los presentes se quedaron sorprendidos de la rapidez con que el español había hecho los disparos y siendo tan certeros ésta vez.

Archie, habiendo estado en medio de aquellos hombres, comenzó a desvanecerse por la impresión y cayó sentado sobre los bultos inertes que yacían con dos tiros en la frente. 

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora