Capítulo 127: FINAL parte A

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Dos años después

—1918—

— Al fin, hogar dulce hogar — dijo un joven el cual mientras ingresaba a su vivienda, llevaba en brazos a su mujer y con el talón de su pie, cerraba la puerta.

Con sumo cuidado, bajó las leves escalinatas del recibidor, caminó hasta la sala y la depositó con delicadeza sobre el sofá.

La joven esposa no decía nada, sólo sonreía sintiéndose consentida, ya que su esposo le quitaba los zapatos y le daba suaves masajes en los pies.

Después, él se echaba con desenfado en el otro extremo del mismo mueble diciendo:

— ¡Qué cansado estoy!

— ¿Quieres que te prepare el baño? — dijo ella tratando de levantarse.

— No — respondió él enderezándose de su lugar y reclinándose sobre ella.

— No te muevas — él solicitó y la besó tiernamente en los labios.

La joven esposa recibió con gusto la caricia de su amado.

Éste se recostaba en su pecho mientras que ella metía sus dedos entre la castaña cabellera y sonreía de tenerlo siempre así.

— Qué tranquilidad. Ya me urgía estar de nuevo aquí.

— Yo también. Ésta vez se alargó la gira.

— Bastante. Lo bueno que Hathaway tuvo compasión de mí, y me concedió tres meses de vacaciones, en los cuales, no saldremos de aquí.

— ¿No? y ¿qué haremos en ese tiempo?

El joven levantó su torso para mirar traviesamente a su esposa, la cual ya sonreía sonrojada por la forma en que él la miraba.

— ¡Qué falta de imaginación, pecosa! Me sorprende que no lo sepas todavía.

El joven se agachó para besar el femenino cuello, haciendo que aquella se removiera un poco en su lugar por las cosquillas que aquél le provocaba.

De pronto, Terry se puso de pie y le extendió la mano a su esposa.

En cambio, ella estiró los dos brazos para que la cargara de nuevo.

— ¿Otra vez? — él se quejó infantilmente y la fémina con puchero dijo sí, lo que le costaría: — Te estás haciendo muy floja, Candy.

— Ándale, yo también estoy cansada — se excusó.

Terry torció la boca; y resoplando con resignación decía:

— Está bien —, y la volvió a tomar en su brazos con gran agilidad.

Caminaron por unas angostas escaleras; y no subirían ni diez peldaños, cuando llegaron a la segunda planta, donde a la derecha había otra sala y a la izquierda una puerta que conducía a una habitación, pero siguieron subiendo las escaleras de frente y se detuvieron hasta llegar, al tercer nivel de la casa.

Candy abrió la puerta; y sin bajarla, Terry caminó hasta la cama; y ahí, toscamente la arrojó.

Ella, por supuesto, se quejó de la brusquedad de su esposo:

— ¡Terry!

— ¡Ay, pecosa, es que cada día estás más pesada! pero discúlpame no fue mi intención, sólo que... algo me molestó por aquí —; y él se tocó la espalda.

La rubia se preocupó pidiendo:

— Déjame ver.

Terry se sentó mientras que ella se bajaba de la cama y le ayudaba con la camisa. Luego, le revisó una de sus heridas.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora