Capítulo 123 parte A

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Las campanadas del elegante reloj en la Mansión Baker indicaron las tres quince de la tarde de ese domingo.

Y en lo que el sonido se disipaba, los reunidos en el área del despacho, intercambiaban miradas unos con otros en espera de lo que el Duque o el extraño licenciado que le acompañaba y que estaba ocupando el asiento detrás del escritorio, dijeran una palabra, ya que el hombre aquel estaba concentrado, pasando hoja tras hoja de un buen que sostenía en las manos, teniendo de frente a: Luis quien yacía sentado en una de dos sillas mientras que Richard estaba parado a su lado derecho encarando a los presentes, llamando su atención: Terry el cual cercano al ventanal, estaba: recargando medio cuerpo perfilado sobre la pared, las manos en los bolsillos de su pantalón y golpeteando incesantemente el suelo con uno de sus pies que tenía cruzado en muestra de desesperación.

Uno de los ocupantes del sillón negro de piel, sonreía divertido viendo a su hermano menor.

De pronto, Cisco volteó a ver a su vecina ocupante que también observaba el mismo objetivo.

En eso, Eleonor se acercó un poco hacia su compañero para comentarle en voz baja:

— Mi hijo no tardará en explotar, porque la paciencia se le está acabando.

Y no pasarían ni cinco segundos cuando...

— ¡¿Qué pasa, abogado, ha terminado o cuánto más tendremos que esperar?!

Exasperado, había cuestionado el actor, quien por su grito dado, provocó que el pobre licenciado brincara del susto.

Entonces, Eleanor giró su rostro hacia Cisco y ambos rieron, pero la mirada recriminadora del duque hacia estos dos no se hizo esperar y apoyó a Terry.

— Pensé que todo estaba en regla, abogado.

— Perdón, Señor Granchester, y lo está. Sólo quise corroborar que los papeles que el señor Ramírez, aquí presente, me entregó estén correctamente ordenados.

Y debido al tic en las manos, los documentos temblaban cuando se los mostró al duque.

— Bien, entonces... ¿procedemos? — preguntó Richard.

Conforme Richard se acercaba para ocupar el asiento a un lado de Luis, con relativa calma, llamó al menor de sus hijos, quien con un sólo movimiento, le indicó que se quedaba donde estaba.

Ante eso, el licenciado sacó del bolsillo de su chaqueta unos enormes lentes; y aclarada la garganta, procedió a hablar:

— Sólo como rutina obligatoria, haré un breve pase de lista. Iré nombrando a cada uno y pediré amablemente me responda, por favor.

Hubo sido su solicitud mirando precisamente a cada uno de ellos y deteniéndose en el más rebelde hasta que aceptara.

Cuando Terry, en modo fastidioso, lo hizo, se decía:

— Bien —, y comenzó a mencionarlos. – Richard Granchester.

— Presente.

— Luis Ramírez.

— Aquí.

— José Francisco Ximénez de Alcubierre.

— Presente.

— Terrence Graham Granchester

"Nada" respondió.

El licenciado esperó unos minutos, hasta que del mismo modo fastidioso, el actor contestaba:

— Acá. Presente.

El abogado, ante la inminente rebeldía de aquel joven, sacudió su cabeza para continuar:

— Bueno, me presento nuevamente. Mi nombre es Conrad Truman, soy el representante legal en América del Duque de Granchester, padre de Richard, aquí presente. El motivo de esta reunión es para leerles precisamente su última voluntad. Tengo en mis manos además del testamento, una carta que el Duque dejó mucho antes de fallecer. Comenzaré a leer algunas cláusulas que son necesarias que conozcan; las demás podremos dejarlas pendientes y a ustedes se les entregará una copia para que puedan leer el testamento tranquilamente.

Interesado en la lectura de aquel documento, Terry abandonó su lugar para irse acercando adonde su padre, deteniéndose justamente detrás y en medio de aquellas dos sillas; sin embargo, con el ceño fruncido y extrañado, el castaño, discretamente, cuestionaba a su progenitor:

— ¿Qué es todo esto, Duque? Pensé que el testamento del abuelo ya había sido leído.

Antes de que Richard le contestara, el abogado intervino:

— Si me permite continuar, joven Granchester, yo mismo le aclararé sus dudas.

Ese había sido el primer reto.

Por supuesto, el actor lo miró con enojo y volteó hacia donde Cisco que se mantenía en total calma.

El abogado carraspeó para retomar la lectura; y les leería la primera cláusula que indicaba que, para que el documento pudiera ser leído, era preciso que Terry fuese mayor de edad.

— Pero no lo soy todavía — el involucrado corroboró.

— Para eso es la segunda cláusula — aclaró el que estaba a cargo de esa reunión, — y en ella se estipula que si usted no lo es, es porque en la sala se encuentra el Duque de Granchester –; y por supuesto, todos miraron al mayor de éstos.

Empero, el licenciado se detuvo en la lectura por unos momentos.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora