Capítulo 115 parte B

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El recién aparecido, es decir, Terry, se llevó las manos a la cabeza y soltó un improperio; empero, al ver el gesto descompuesto del director, se indagaba:

— Señor Hathaway, ¿hay algo más qué deba saber?

El hombre carraspeó varias veces antes de continuar:

— Bueno... desde que desapareciste, Las Marlowe se propusieron en buscar a Eleanor, y entre ellas organizaron una rueda de prensa para localizarte. Tu padre, el Duque se enteró por un telegrama que tu madre misma le hizo llegar y por eso vino a América; y como el tiempo pasaba y no tenían noticias tuyas, a...

Robert se volvió a limpiar la garganta, porque si Terry ya estaba enojado, con lo que tenía que decirle se pondría peor:

— A Susana, se le ocurrió la brillante idea de ir a preguntar por ti a... tu ex novia.

— ¡¿A Candy?! —, grito más molesto no se pudo evitar arrojar.

— Así es, y precisamente tienen una semana que se fueron.

Con rabietas, el joven actor comenzó a caminar de un lado a otro.

Aun así, él agradeció la información, dándole Robert su tiempo para relajarse.

Ya que lo vieron un poco más sereno se le cuestionaba:

— Y bien, ahora cuéntame, ¿dónde estuviste?

Robert invitó a Terry a bajar y ocuparon dos butacas, respondiéndose al estar allá:

— Es un poco largo de contar.

— Si no tienes prisa, por mí no hay problema.

Terry se quedó muy pensativo. Después de analizar un rato, decidió hablar, sólo pidiendo absoluta discreción.

El director aceptó; y el joven comenzó a relatar todos los acontecimientos: su relación con Candy, su sentir con el accidente de Susana, la separación, pero fue más la presión de la señora Marlowe al recordarle constantemente la obligación para con su hija; también le confió el cómo se vio atrapado por las garras del alcohol y su breve encuentro con su amigo; mas, atrajo la atención de su oyente, al contársele sobre el frustrado intento de asesinato, pero sí resultando gravemente herido.

Con un gran suspiro arrojado, Terry se preparó para finalizar:

— Y así, fue como pasaron las cosas.

— ¿Y qué piensas hacer?

— Necesito hablar con mis padres y... con Susana. Pero lo principal quiero regresar a la actuación por eso es que estoy aquí.

Terry miró a Robert directamente a los ojos.

— Entiendo; por mí no hay inconveniente, puedes volver cuando tú gustes —. Pero sería determinante: — lo que sí, es que deberás prepararte bastante y audicionarás como lo hacen los demás, porque tú bien sabes que los lugares en el teatro se ganan.

Al ver lo que nunca: la humildad en aquél, se diría:

— Sin embargo, me has caído como anillo al dedo y quiero que te prepares para interpretar a Hamlet.

— ¡¿De verdad?! — emoción se escuchó en la voz del aceptado. — Muchísimas gracias, señor Hathaway.

— Eso sí —, se advertía: — me fallas otra vez y...

— ¡Le aseguro que no lo haré!

— Eso espero; bien —, ambos se pusieron de pie; — tómate una semana para que arregles tus asuntos y a la siguiente empecemos a trabajar.

El director había sonado muy optimista. Consiguientemente, los dos emprendieron camino hacia la salida y allá se despidieron.

Y mientras Robert volvía a sus ocupaciones, Terry cruzó la puerta hacia la calle; pero alguien a sus espaldas le pegó tremendo susto al preguntarle:

— ¿Todo bien, joven Terry?

— ¡Maldición, Juan! —, el actor no fue discreto en su brinco y recomendaba: — ¡No vuelvas a hacer eso! –, y el mismo fintó dar un golpe, haciendo que el hombre se disculpara:

— Perdón, patrón, no fue mi intención.

En cambio, Terry se burló de sí mismo y corregía:

— No, discúlpame tú.

Poniendo una mano en un hombro, el joven invitaba:

— Vamos a casa.

Y en lo que este par retomaba el camino hacia el punto señalado, en Indiana, Cisco meciéndose en su hamaca, a Luis le hacía observación:

— A estas horas ya deben estar en Nueva York.

— Tal vez — respondió el hombre mayor que estaba sentado en el sillón de a lado, y que acariciaba las cuerdas de la guitarra favorita de su patrón que preguntaba:

— Luisito, ¿arreglaste mi cita con Andrew?

— Sí, hijo, para mañana, a las doce del mediodía.

— Bien.

— ¿Qué harás?

— ¿De qué?

Cisco contestó inocentemente, pero Luis primero arrojó un pujido y luego lo reprendía:

— Sabes de lo que hablo, cabezón.

Con la seriedad con que le hablaron, el moreno aclaraba:

— Sólo haré negocios con él — siendo un tanto verdad. – Necesitamos dinero, y como ellos tienen los mejores bancos, pues...

— Vamos, Cisco, no quieras jugar conmigo —, y con rudeza se calificaba: — Soy viejo pero no pen...

— ¡Pa! — el considerado hijo lo recriminó, y se defendieron:

— ¿Qué? — pero no se dejaron tomar el pelo. — Además, sé muy bien lo que buscas, jovencito — se le miró seriamente; — y te lo advierto: no quiero que te busques más problemas que con los tuyos ya tienes bastante.

— Pensé que estimabas a Terry.

Cisco, frunciendo el ceño, chantajeó a su interlocutor, porque no comprendía del todo su renuente actitud.

En cambio, el fiel sirviente era sincero al contestar:

— ¡Claro y mucho!

— Entonces, ¿por qué de tu...?

— Hijo —, Luis lo interrumpió usando un tono melancólico al proseguir: — sólo quiero que te cuides, es todo, porque yo ya estoy demasiado viejo para hacerlo.

Una guitarra se dejó a un lado para que el hombre mayor se levantara y fingiera interés al ir hacia unas plantas y cortar de éstas, sus hojas secas.

Por su parte, Cisco ya estaba a sus espaldas para abrazarle fuertemente por detrás y hablarle con mucho cariño:

— Desde que mi padre murió, tú y Nana Paca han sido mi única familia y ocupan un lugar muy especial en mi corazón; y porque ignorante no estoy de tu gran amor hacia mí y porque te agradezco infinitamente tu preocupación, te aseguro que no arriesgaré nada, Pa.

— Yo sólo quiero que no hagas tonterías — Luis suplicó palmeando los anchos brazos del hombre y separándose para verle a los ojos que le prometían:

— Y no las haré, mi querido viejo, no las haré... mucho menos ahora.

El moreno guiñó un ojo; y Luis observaba:

— Le has tomado mucho afecto al chico, ¿verdad?

— Demasiado, Pa... y lo extraño es que no sé por qué me nace el protegerlo.

Cisco concluyó; y previo a girarse, invitó a su acompañante a ingresar a la casa.

Luis, conforme lo seguía, iba muy pensativo. 

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora