Capítulo 114 parte D

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En un rancho de Indiana, —tras los maderos de un corral grande—, un grupo de hombres chiflaban y aplaudían con entusiasmo al joven que se bajaba de un bello corcel negro después de haberlo domado.

— El alumno superando al maestro.

Un moreno hubo complementado al montador. Éste, al estar ya cerca, devolvía el cumplido:

— ¡Claro! porque he aprendido del mejor.

Los dos hombres se unieron en un fuerte abrazo diciendo uno al otro:

— ¡Felicidades! ¡Por un momento pensé verte volar por los aires, porque sí se pasó de brioso el animal.

— Así es; pero ya ves ¡le demostré quién era su jefe!

Mayúsculamente fanfarrón no pudo oírse ni verse el orgulloso que se levantó el cuello de su chaqueta vaquera.

Luego, y sonrientes, los dos desviaron sus miradas para observar a los peones que ya se llevaban al precioso ejemplar. De repente...

— ¿Estás bien? — se preguntó con preocupación al notar que el joven jinete se ponía una mano sobre su costado después de haber hecho un gesto de dolor que se pretendió ignorar:

— Sí; sólo sentí un leve pinchazo.

Terry volvió a poner en el rostro una sonrisa ante el ceño fruncido del moreno que lo desbarató al notar la presencia de un sonriente hombre mayor, el cual, a sus 75 años de edad, todavía era muy fuerte y que también complementaba llamándolo:

— ¡Joven Terry! ¿Quién lo hubiese imaginado? ¡Todo un domador de caballos salvajes!

Sin dejar el porte arrogante a lado, se decía:

— ¡Naah, Luisito, apenas un aprendiz!

Con confianza, el actor pasó un brazo sobre los hombros de aquel recién llegado que informaba:

— Cisco, el almuerzo está listo.

— Gracias, Pa — se apreció invitando: — ¿Vamos?

Terry asintió; y los tres comenzaron a caminar sobre los pastos que empezaban a secarse.

Seguido, salieron detrás de unas grandes plantas y continuaron por un camino empedrado entre un jardín con bellas flores silvestres de la estación, distinguiéndose a unos cuantos metros: la fachada en arcos blancos de la casa de aquella ranchería construida en piedra y madera al estilo español, y arribando a las primeras escaleras del porche donde ya les esperaba: un delicioso almuerzo caliente.

Sin embargo, Terry se pasó derecho, ingresó a la casa y buscó escaleras que lo conducían a su habitación.

Al llegar allá, no se tardó en deshacerse de su vestimenta vaquera para quedarse únicamente en pantalones.

Así, el joven se acercó al espejo para mirarse aquellas dos cicatrices: heridas causadas de bala sobre su dorso.

Al estárselas ahora acariciando, el rostro del actor se endureció al recordar la misma frase que le había estado revoloteando durante todo ese tiempo:

"¿Conoces a un tal Albert? Él nos envió"

Como siempre lo hacía cada vez que aquello lo atormentaba, el castaño sacudió la cabeza.

Consiguientemente, terminó con su desnudo para meterse finalmente al baño, refrescarse a gusto y despejarse de ideas.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora