Capítulo 117 parte B

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Habiendo podido advertir el pequeño chantaje de su tutor, Candy buscó unos ojos color avellana; y al dueño de ellos le preguntaría:

— Tú, ¿irías Archie?

— ¿A Nueva York?

La rubia afirmó; el joven tomó su mano diciendo:

— Si tú decides ir, iremos todos; y ésta vez, ahí estaré yo contigo para lo que necesitares; aunque pensándolo bien no me desagrada mucho la idea de ir y pasar un buen rato a costillas del aristócrata arrogante ese.

— Gracias — respondió una sonriente enfermera.

Annie también la tomó de la mano, y con ello le reafirmó su apoyo lo que animó a la rubia volver sus ojos hacia el rubio y responderle con seguridad:

— Sí, Albert — suspiró hondo. — Iremos a Nueva York. Sólo confío en que todo salga bien — se había dicho para sí misma.

— Muy bien, Candy —, aquél no pudo sonreír triunfador; — entonces, ¿qué les parece si ordenamos?

Y mientras los cuatro amigos disfrutaban del momento y se ponían de acuerdo organizando el viaje... en Indiana...

Llevando un sobre entre las manos, Cisco, vistiendo jeans con camisa vaquera, salió de su recámara en busca de su fiel amigo. Y en lo que bajaba por las escaleras lo llamaba:

— ¡Luisito!... ¡Luis!

— ¿Qué pasa, Hijo? — el hombre mayor respondió desde la puerta de la cocina. — ¿Por qué los gritos?

El moreno se le acercó para entregarle el sobre.

— Entérate.

Luis, de la bolsa de su camisa, tomó sus lentes y se los colocó para leer:

Mi buen amigo, Cisco.

Las cosas en Nueva York no pueden ir mejor. Estoy preparando los últimos detalles en los ensayos, así que, ya prepárate, porque el próximo fin de semana, será la premier y quiero que estés presente tal y como lo acordamos.

Recibí tu carta donde me cuentas lo sucedido con Albert. No sabes el gran peso que me has quitado de encima, gracias nuevamente; también te informo que le he hecho llegar su invitación y espero contar con su presencia y pasar un buen momento junto con mis dos grandes amigos.

Por cierto, el último mes, por insistencia de mi madre, me he estado quedando con ella, y Juan usa mi departamento, así que, abajo anexo la dirección de mi domicilio y espero verte pronto, le he contado a mi madre de ti y está ansiosa por conocerte.

Saluda a Luisito de mi parte y les espero pronto...

Tu amigo,

Terry Granchester.

El hombre mayor al terminar de leer la carta y sin apartar los ojos de ella, suspiró hondamente y repetiría por debajo:

— Terry Granchester

Como el moreno había entrado a la cocina y salía de ahí con una fruta en mano, iría a pararse exactamente detrás para preguntar:

— ¿Dijiste algo?

Luis se sobresaltó al oírle a sus espaldas.

Recuperándose, el buen empleado se giró, le devolvió la carta y entre suspiros le respondiera:

— Nada, muchacho. Me da mucho gusto que el joven Terry esté mejorado y cumpliendo con sus cometidos.

— Sí, así parece, aunque no comentó nada ni de Susana ni de su padre, tal vez el hombre ha cambiado de opinión y lo deje en paz ahora.

Cisco concluyó para morder su fruta.

— Sí, yo también lo espero — respondió Luis con cierta melancolía que el moreno percibió y quiso saber:

— ¿Qué pasa?

— Nada, hijo. Sólo pensaba... ¿cuándo piensas partir?

Luis devolvió sus pasos a la cocina.

— ¡Partiremos, señor! — Cisco aclaró mientras lo seguía.

— ¡¿Cómo?! — expresó Luis sorprendido y sin volver la cara, pues estaba tomando la cafetera y dos tazas para servir; y mientras Cisco se acomodaba en la silla, le notificaba:

— Tú, vendrás conmigo. ¿Acaso pensaste que te dejaría solo aquí? No, ¿verdad?

Luis no dijo nada y su rostro se puso serio; estaba sirviendo el café y tragó saliva para decir algo, pero:

— Así que, vete preparando porque nos vamos en tres días.

Cisco sentenció por último sin mirar al hombre porque endulzaba su café.

Por su parte, el corazón del hombre mayor se aceleró rápidamente; y apoyándose de la mesa, se sentó, perdiendo su mirada cansada en los movimientos de Cisco y en Cisco en sí.

De pronto, ante la mirada penetrante de aquellos cansados ojos, el moreno se volvió a ellos y se dio cuenta de la extraña actitud de Luis.

Por supuesto, no le gustó y se levantó rápidamente de su lugar para acercársele, tocarle el rostro y preguntar:

— ¿Estás bien, pá?

Aquél, al darse cuenta del desconcierto en el rostro de su "hijo", suspiró para responderle sereno y sonriente:

— Sí, estoy bien. No te preocupes, partiremos cuando tú quieras, es más, desde ahora empezaré a arreglar mis cosas. Con permiso.

El cansado hombre se levantó sostenido por la mano fuerte del español el cual lo vio cruzar la puerta de la cocina y no le perdió de vista hasta verlo desaparecer por las escaleras que conducían a las habitaciones de arriba.

Lógico, Cisco se preocupó realmente y se dijo que aprovecharía el viaje a Nueva York para llevar a Luis con un buen especialista.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora