El Amor Perdido de Richard parte B

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Ella, en cierta forma se burlaba de mi torpeza, y no le faltaba razón para hacerlo y usándolo como motivo para reírse un poco más.

— Um. No lo sé, Richard.

Hizo un puchero, y yo, al ver la reacción en su rostro, me dio a entender que era un rotundo NO. Sin embargo, cuando vio mi gesto desilusionado sonrió y me dijo:

— ¡Claro que sí! ¿A qué hora quiere que lo reciba?

Yo ni tardo, le fijé la hora. La vería el próximo sábado a las 12 del medio día. Y de la emoción, no terminamos la pieza, porque al recibir su respuesta me quedé parado deteniendo el baile, lo que aproveché para tomarle su mano y besársela. Luego, se colgó de mi brazo y buscamos la salida.

María Dolores ordenó mi abrigo y mi sombrero; me acompañó hasta la puerta y ahí, me despedí de ella agradeciendo la espléndida velada y la más amable de las compañías.

Lo malo para mis estudios fue que a partir de esa noche, no pude apartar más su imagen de mi mente haciéndoseme la semana ¡un siglo! ya que no hallaba manera de correr y buscarla antes de lo estipulado.

Pero los principios y valores que tenía, me decían que debía ser paciente. Ya bastante estúpido había reaccionado la primera noche cuando la conocí.

Cuando el tan añorado sábado llegó, como buen caballero inglés, estuve puntual en mi cita.

Toqué la puerta y un hombre de mediana estatura y delgado, fue el que me atendió.

En este punto, el Duque de Granchester calló por unos segundos para desviar su mirada hacia Luis, quien yacía sentado a lado de Cisco y mantenía su cabeza agachada.

El empleado me condujo a la sala y ahí me dijo que la señorita no tardaba en bajar.

Yo lo aproveché para admirar la cantidad de cuadros, muebles y galardones que adornaban el lugar; pero estaba recorriendo mi vista por todo el lugar cuando la vi bajando por la escalinata, impecablemente vestida (vestido en color verde, con mangas abombadas, cuello en V, la blusa ceñida al cuerpo hasta su pequeña cintura y la falda en corte recta. Su cabello lo llevaba atado y un peculiar sombrero de tul, del mismo color)

Yo me acerqué a la escalera y le extendí mi mano para ayudarle a descender los últimos peldaños mientras que ella, desde que me vio no dejaba de sonreírme. Ya estando abajo, me llevé su delicada mano a mis labios y la besé. En un momento me sentí su dueño y no la solté para halagarla.

— ¡Está usted, simplemente bellísima, María Dolores!

— Muchas gracias, Richard, es usted muy galante.

Me contestó sonriente mientras colocaba su mano sobre la mía, dándome a entender que no le era del todo desagradable.

Eso me animó para dar mi siguiente paso, pero... primero tenía que disfrutar de su presencia en esa tarde.

Para ese día, me atreví a llevar un coche pensando en su comodidad.

Nuestro primer día juntos fue para mí, inolvidable. Y como yo casi no conocía la ciudad, ella fue mi guía. Conocimos inmensidad de lugares, entre pequeños parques, fuentes y restaurantes. Cada minuto que pasaba, María Dolores me impresionaba más... y es que a pesar de su status social, siendo la hija del Capitán de la Corte Real, era muy sencilla encontrándole a todo lo positivo.

Con la gente que pasaba a nuestro lado, me hacía detenerme para ayudarles, ya fuere, dándoles una moneda de plata o comprando a los chiquillos un caramelo.

Otras veces la escuché, ofreciéndoles comida y trabajo en su hogar. No llegando yo a comprender como una mujercita de su clase, se dignara a mirar y hacer esas cosas con la gente de bajo nivel social, bueno, no es que fuera malo, pero para nuestra sociedad aristocrática en la que estábamos rodeados, sí lo era. O al menos, a mí me lo habían inculcado de esa manera.

Sin embargo, poniendo atención a todos sus movimientos y el amor que la gente le tenía, me di cuenta de que la falsedad en la que vivíamos, no se comparaba con las verdaderas necesidades de los que menos tienen.

Eso me dio la pauta de imaginar a María Dolores como la esposa perfecta. Y no tendríamos ningún inconveniente en llevarlo a cabo.

Nuestros padres se conocían de hace un buen tiempo atrás y María Dolores sería digna de portar el título de duquesa. Pero claro, primero debía preguntarle a ella qué pensaba de eso cuando yo ya estaba verdaderamente enamorado de esa mujer.

Así que, esa misma noche, cuando la regresé a su casa, pedí permiso a su padre de volver a visitarla; el Capitán se rió de mi petición diciéndome que su hija ya contaba con la edad suficiente para poder tomar sus propias decisiones y que si ella así lo quería, yo sería muy bien recibido en su casa, y no sólo por ella sino por la amistad para con mi padre.

Después de esa tarde, vinieron muchas más y el tiempo avanzó haciendo nuestra amistad más fuerte con el paso de los días, hasta que uno de esos, después de tres meses de constantes visitas, me decidí hablarle y expresarle mis verdaderos sentimientos.

Planeé algo especial y diferente, y la llevé a San Sebastián, un lugar donde la Reina María Cristina, usaba para veranear e inaugurara un casino en el año 1887.

Cada vez que miraba a María Dolores me parecía más bella aún, y esa tarde cuando caminábamos por la Bahía de la Concha, no fue la excepción, y fue en ese momento que me animé a confesarle mi sentir. Me acerqué a ella y le tomé de las manos. Fijé mis ojos en los de ella y le abrí mi corazón sinceramente.

— María Dolores, en estos tres meses desde que te conocí, no ha pasado día o noche, en que deje de admirar tu belleza y personalidad. No sé si sea mito o verdad eso del amor a primera vista, pero yo... desde que te vi, no pude apartarte más de mi pensamiento. Estabas y estás conmigo todo el tiempo. Cuando estoy lejos de ti, me muero por correr a tu lado, ya sea para platicar, tomar el té o simplemente caminar a lado tuyo. Te necesito verdaderamente para poder seguir siendo yo.

— ¡Richard!

— No digas nada, por ahora. Déjame terminar de decirte lo que tengo aquí —, tomando las manos de ella y llevándolas al corazón. — Me enamoré de ti, desde la primera noche que te vi y sigo aún más enamorado de ti, al saber cómo y cuál eres. Tal vez sea muy pronto, pero si tú me aceptaras, me harías el hombre más feliz del universo si me quisieras como tu esposo.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora