Capítulo 125 parte A

83 19 1
                                    

— Terry... no... puedo... dar... un... paso... más — decía con respiración recortada, Candy conforme buscaba sentarse sobre el escalón.

— Pero... te dije que no... no corrieras, pecosa. ¡Eres una alocada! — contestaba Terry de igual modo.

Él, además, inclinaba su torso hacia el frente, apoyando sus manos sobre sus rodillas, tomar aire y alentar:

— Vamos, ya casi estamos allá. Sólo nos faltan como 50 o 60 escalones.

— ¡¿QUÉ?! ¡Ay no! Yo ya no doy un paso más — respingó la chica, abanicándose con su mano.

— Me estás quedando mal, Candy — le picaron el orgullo; — ¿dónde está la chica valiente e intrépida que conocí? ¿La que saltaba de rama en rama por los árboles y brincaba las bardas del colegio? ¡Anda, floja, levántate! porque tenemos que subir. No podemos quedarnos aquí.

— ¡Ay no! Es verdad, Terry, ya no puedo más... aunque... ¡se me está ocurriendo una idea! — la joven hizo una mueca graciosa.

— ¡Ah, no! No, no, no, no. No, pecosa.

— ¡Sí, por favor, Terry! — lo miraron suplicantemente.

— Candy, ¿se te olvida que estoy lastimado? No, no puedo hacerlo. Además, has engordado demasiado.

— ¡Ah, eso no es cierto, grosero! y para que se te quite —, ella se deshizo uno de los zapatos, — aquí nos quedaremos hasta que pueda descansar para poder seguir.

La rebelde chica se masajeó su cansado piececito; pero algo la comenzó a inquietar.

Por ende, preguntaría a quien se sentaba a su lado:

— De verdad ¿estoy gorda?

Notada la preocupación en su pecoso rostro, provocó que Terry soltara tremenda carcajada, le afirmara:

— Sí, Candy, y mucho —, y, — te aconsejo que dejes de comer esos pastelillos y demás postres que tanto te gustan porque te pondrás como globo.

— ¡Terrence! — chilló aquella mientras lo empujaba.

Hecho así, él apoyó su mano sobre la pared no dejando de burlarse de la rubia; más, no era porque estuviera en verdad gorda, sino porque ya el cuerpo de Candy comenzaba a notarse cierto cambio. Sus senos estaban más rellenos, sus curvas más proporcionadas, sus piernas un poco más largas y bien torneadas, y lógico el castaño comenzaba a gustarle ese espléndido cambio, empero no se lo diría abiertamente y la única manera era mofándose de ella.

— Eres como todas las mujeres, Candy, ¡vanidosa!

— Ajá... y tú ¡un malcriado poco caballeroso que no ayuda a una dama en desgracia!

— Está bien, está bien. Para que veas que ¡sí! soy un caballero, te llevaré cargando. Pero te advierto: si me lastimo más, serás mi enfermera las 24 horas del día y los 7 días de la semana, hasta que... me reponga... ¿de acuerdo?

Candy observó la mirada de reto que Terry le echaba en lo que él levantaba una de sus cejas y sonreía de lado en espera de la respuesta de la chica la cual lo pensó muy bien.

Analizada la situación, diría:

— Sí.

— Bien — contestó el actor conforme se levantaba para sacudir su pantalón y prepararse para llevar a Candy quien muy propia se puso de pie y también arregló su vestido.

No obstante, eso estaba haciendo cuando de pronto se sintió levantada por los aires y pegó tremendos gritos.

— ¡Terry! ¡Eres un bruto! ¡Bájame! ¡Así me vas a tirar!

— ¡Candy, no grites tanto y cálmate! Debo llevarte a modo que yo no sienta tanto tu peso sino... ¡ni yo subiré más!

— ¡Terry, bájame! — pedía la rubia mientras golpeaba la espalda del actor quien le reclamaba:

— ¡Candy, me estás lastimando! Y ya, tranquila, no pasa nada

A la pecosa ya no le quedó más que, quedarse en silencio. Así que, puso su codo sobre la espalda del joven, apoyó su rostro resignado sobre su mano y sólo se dejó llevar por Terry.

Ni diez minutos pasaron y ya se encontraban dando los últimos dos pasos.

Y Terry estaba colocando a Candy en el suelo, cuando sintió un pinchazo en el costado que hizo que los dos perdieran equilibrio y fueran a dar al suelo.

Al caer, los dos se quejaron más del golpe; y en el momento de que sus miradas se encontraron, los dos soltaron la carcajada.

— ¿Estás bien? — Terry fue el primero en preguntarle.

— Sí; ¿y tú?

— También... sólo que... el aire comenzó a faltar... pero estoy bien — aseveró el actor levantándose y extendiendo su mano para ayudar a la rubia.

En cuanto estuvieron de pie se sacudieron las ropas y se dieron cuenta de que algunas personas los veían divertidos.

Terry sin soltar la mano de la rubia la jaló para alejarse de ahí y comenzar a disfrutar de la maravillosa vista que tenían sobre toda la gran manzana y parte de Nueva Jersey.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora