El Amor Perdido de Richard parte A

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Cuando yo tenía 20 años de edad, el Duque de Granchester, mi padre, me envió a España para terminar con mis estudios de leyes y poder así recibir el ducado; la corona de ese entonces era regida por la reina María Cristina, viuda de Alfonso XII, en lo que su hijo Alfonso XIII, tomaba el reinado.

Cierta vez, recibí la invitación a una fiesta en la casa del Capitán de Guardia de Palacio Real, y fue en esa noche donde conocí a María Dolores: una criolla española de también 20 años.

Recuerdo que esa noche, llegué a la recepción; y cuando fui anunciado, ella me recibió muy sonriente, dándome la más amable de las bienvenidas en nombre de su padre: el Capitán José Antonio Ximénez de Alcubierre.

— ¡Oh, Duque de Granchester! — me llamó confundiéndome obviamente. — ¡Qué placer contar con su presencia esta noche! Usted disculpará que mi padre no haya venido a recibirle, pero tuvo un llamado urgente y salió por un momento; espero no le ofenda la falta de cordialidad de nuestra parte.

María Dolores era una joven muy bella; y cuando la vi por primera vez, me impresionó tanto, que me enamoré de ella en ese instante; era de figura alta y muy esbelta, sus ojos azules eran tan claros que cambiaban de color muy fácilmente haciéndola interesante.

Su cabello era muy negro y se le hacían unos rulos en las puntas. Su boca era mediana y de labios delgados muy sensuales; no necesitaba demasiado maquillaje para lucir hermosa.

También recuerdo que el vestido que llevaba puesto esa noche, tenía un toque muy sencillo, pero que no le restaba belleza. (Un vestido de organza en color blanco; la blusa con escote en forma de corazón, mangas largas y abiertas a los costados y sujetado por los puños y unos bordados con hilos de oro hechos a mano en el faldón. Para su cabello sólo llevaba una sencilla tiara de esmeraldas que combinaba con su collar y aretes).

Estaba tan hipnotizado de semejante beldad, que no percaté cuando ella:

— ¿Duque de Granchester?... ¡Duque de Granchester! —, ya llevaba tiempo hablándome hasta que tomó mi brazo para hacerme reaccionar.

— ¡Oh, señorita, discúlpeme, por favor!

Rápidamente, tomé su mano y la besé percibiendo la suavidad en ella así como sus dedos largos.

— Sí, eso me pareció.

Me había respondido muy sonriente y noté que ella tenía una sonrisa muy singular, mientras yo sentía un tremendo calor en el rostro; no supe si de vergüenza por sentirme descubierto en mi análisis o por la confianza que ella desprendía.

— ¿Me acompaña? — me invitó ofreciéndome: — Como ¿qué? le gustaría tomar. Mi padre me ha pedido encarecidamente que le atienda, así que, hasta que él vuelva, yo permaneceré a su lado. Aunque, al parecer, no le gusta mucho la idea. ¿Le pasa algo, Duque? Lo noto muy serio.

Ella hablaba; y de pronto, en su rostro apareció una leve preocupación; entonces me di cuenta nuevamente que no había prestado ninguna atención a las palabras que me decía, pues mí yo interior no dejaba de repetirme lo bella que era sin apartar mi vista de sus labios. En aquel instante, me sentí un verdadero idiota, y recuperando un poco la postura, me disculpé por mi falta de atención.

Por su parte, ella sólo sonreía, y apoyándose de mi brazo, me condujo con tal confianza hacia al interior del lugar.

Ya estando adentro, me presentó con infinidad de familiares, amigos y conocidos de la región.

Conforme pasaba la noche, tuvimos oportunidad de conocernos un poco, convirtiendo ese momento en el más agradable.

Hablamos de todo; y si su belleza me había impactado, su inteligencia lo fue aún más, ya que era una mujer verdaderamente preparada; bueno, ya que al ser criada dentro de los status militares, recibió una educación muy parecida.

Lógico, yo me aproveché de la situación o... ¿acaso no me había dicho que estaría al pendiente de mí hasta que apareciera el padre? Y así lo hice; la seguía adonde ella me llevaba, pero mi gusto no duró mucho, porque al poco rato, apareció su progenitor.

María Dolores y yo estábamos tomando unas copas de vino suave, cuando el Capitán se acercó a nosotros y nos saludó: a ella, depositándole un beso en la frente y a mí, en un apretado abrazo además de observarme:

— Mi buen amigo, Richard. Pero mira nada más, ¡estás hecho todo un hombre! Recuerdo que estabas así de pequeño cuando te vi por última vez.

Con su mano derecha, había medido del suelo a la altura de su cintura.

— ¿Cómo está tu padre? ¿Qué noticias me das de él?

Yo me consideraba alto, pero el hombre aquel, vestido en su uniforme de gala militar, era de una gran estatura, de cuerpo robusto, bigote grueso y voz potente; en fin: un capitán.

De ahí comprendí algunos rasgos de María Dolores; como la altura, el tipo y color de cabello. La belleza me imagino, sería de la madre.

Y en lo que yo me dedicaba a informar al Capitán sobre los respetos de mi padre y su estado actual de salud, su hija pidió un permiso y se retiró; claro, tuve que entender que siendo la anfitriona, debía atender a sus demás invitados.

Pero aún así, mis ojos buscaban con insistencia su presencia y cada vez que me topaba con ella, me sonreía plenamente, haciéndome sentir increíblemente bien.

Al poco rato, la música comenzó a sonar, y unas enormes ganas de sentirla muy cerca de mí, me hicieron ir a su lado para invitarle a bailar.

Al aceptarme, danzamos por un buen rato; pero desafortunadamente, el momento de retirarme, llegó, ya que yo tenía varios pendientes al día siguiente.

Más eso no me impidió arriesgarme y pedirle verla nuevamente. Así que lo hice; la pieza que bailábamos no terminaba cuando me animé a preguntarle.

— María Dolores... yo...

— ¿Si, Richard?

— Pensaba... ¿me haría el honor de aceptar una invitación para salir el próximo fin de semana? Estoy libre y me gustaría...

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora