Capítulo 127: FINAL parte D

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Entre padre e hijo mayor llevaron al menor a la sala.

Eleanor ya venía con las sales para dárselas a Candy que llamaba a su esposo:

— ¡Terry! Terry, no me hagas esto, que en mi estado no es bueno que me asuste. Anda, ya reacciona.

Aquél como si apenas hubiese amanecido...

— Pecosa... — se agarró la cabeza enderezándose; — ¿dijiste... que no es uno?

La rubia sin dejar su sonrisa respondía:

— No.

Terry, con sus dedos, intentaba decirle dos.

En tanto, Candy lo miró y agachando la cabeza le diría:

— No.

Ante tal cosa, el castaño se echó hacia atrás y un nuevo:

— ¡Terrence! — se escuchó.

No obstante, la sorpresa no fue sólo para él porque...

— ¿Cómo dijiste, Candy? — preguntó Eleanor.

La rubia la miró momentáneamente y moviendo el cuerpo de Terry que ya abría los ojos:

— Hace unas semanas fui al doctor y me informó lo que yo comencé a sospechar, pero algo no andaba bien, así que me dijo que necesitaba muestras y un estudio más detallado; así que después de varias días, hoy... me confirmó, que son tres — dijo apenada porque los rostros de los caballeros era indescriptible.

Eleanor la abrazó fuertemente y la felicitó.

Después de que Terry saliera de su desconcierto, se le echó encima y sin importarle los presentes comenzó a besarla en conjunto con Te Amo's.

Unos discretos tosidos, hicieron que el actor se separara de su esposa y dijera sin recato:

— Sí, sí, perdón, perdón, porque soy de capaz hacerle el cuarto aquí mismo.

— ¡TERRENCE! — fueron las damas las cuales se ruborizaron de pies a cabeza provocando las carcajadas de los hombres.

Y así la Familia Granchester siguió disfrutando feliz de su convivencia y la noticia por casi una hora, porque Richard se despidió para salir por un rato.

Y mientras Terry y Cisco se retiraban hacia el despacho, Eleanor y Candy comenzaron a subir las escaleras para dirigirse a la recámara de la pecosa.

Ésta ya le iba explicando a la actriz sobre la increíble gestación y cómo lo había logrado.

Y es que conforme los meses pasaban y veía que no había frutos entre ellos, en las investigaciones que realizaba con respecto a la medicina en los diferentes condados que visitaba y en los días que no acompañaba a Terry a los ensayos, los aprovechaba para recorrer sola el lugar y se acercaba a escuchar o pedir consejo de mujeres mayores en su mayoría gente nativa, que le sugerían o le daban a beber remedios silvestres, y como era tan confiada y era tanto su anhelo de ser madre, pues aceptaba de todo sabiendo reconocer que algunos le ocasionaban problemas, y los que no, los seguía consumiendo, y alguno debió pegarle y ahí estaba el resultado: tres latidos que el doctor le confirmó.

Eleanor estaba igual o más feliz que la joven pareja; y en lo que la suegra aconsejaba a su nuera, Terry y Cisco comentaban en el despacho.

— ¿Qué te pasa? A pesar de que recibiste la noticia de la llegada de tus hijos, se te nota cierta preocupación.

— Y lo estoy, hermano — afirmó el castaño levantándose y caminando hacia el ventanal metiendo sus manos sobre sus bolsillos.

— ¿Te preocupa el estado de Candy? — preguntó el moreno y se levantó para seguir el mismo rumbo que su hermano.

— No, hasta eso; algo en mi interior me dice que ella estará bien. Se trata del teatro — el castaño volteó a mirar a su hermano; y el español afirmaría con desconcierto:

— No entiendo.

— Verás —, Terry le pidió volver e ir a sentarse en el sofá; — con todo esto de la guerra, nos hemos visto afectados, la audición ha disminuido bastante y por lo mismo, nos estamos viendo en serios problemas monetarios; pero lo grave es que... Hathaway ha estado recibiendo propuestas para "ayudarnos"

— ¿De qué tipo?

El castaño miró a su hermano con cierto temor.

— Por parte de "Las Familias" — dijo con referencias al crimen organizado.

— ¡¿Qué dices?!

— Lo que escuchaste. Sé que Hathaway en algún momento va a aceptar si esto sigue mal y por supuesto, yo no estoy de acuerdo. Sé que es mi trabajo, pero no a ese precio y menos ahora que viene familia en camino.

— Te entiendo y me imagino que no sabes qué hacer.

Terry negó con plena sinceridad.

— Me siento acorralado, porque... ¡amo mi trabajo, Francisco! ¡Amo lo que hago! pero... no quisiera verme involucrado con este tipo de gente y más con las cosas que ya se han visto y no es por miedo hacia mí, ¡estuviera solo, no hay problema! sino que ahora debo pensar en el bienestar de mi familia.

— Por supuesto, hermano.

— Lo malo que esto apenas empieza, porque si aquí, en Nueva York como ya lo han hecho otros estados, aprueba la Enmienda 18 (Prohibición del alcohol), de antemano sabemos que se pondrá peor.

— Tienes toda la razón. ¿Qué quieres hacer? ¿Quieres tu herencia para invertir en el teatro? Al fin que dentro de poco cumplirás los 21 años.

— No, no, la verdad es que no sé qué hacer.

— Bueno, pues yo tengo una propuesta, piénsala si quieres y ya después me dirás si te interesa.

Terry escucharía con atención a su hermano; y pensando principalmente en su familia y aunque dejara con dolor a un lado su gran pasión por la actuación, por ella, por Candy, que era su mayor adoración y por sus hijos, aceptaría sin vacilaciones la ayuda y consejo de Cisco.

Después de comentarlo con su esposa acordaron que se irían a residir un tiempo a Texas hasta que la ola de violencia que se presenciara mayormente en Nueva York y Chicago en los siguientes años, disminuyera un poco.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora