Capítulo 122 parte B

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Del Hotel Plaza, pasamos a la biblioteca de la Mansión Andrew, donde reinaba un aire de tensión, y las cosas no estaban nada fáciles para Neil.

— George, muéstrale a mi sobrino, los reportes de saldos en las cuentas del banco — ordenó Albert sin apartar sus ojos de la figura nerviosa del joven, no tomándole a George mucho tiempo en sacar los documentos solicitados.

— Aquí tienes, William.

— Gracias. Ahora, ¿me podrías dejar solo con él, por favor?

El buen George asintió con la cabeza y se marchó cerrando la puerta de la biblioteca.

En ese trayecto, ya el rubio había comenzado a decir:

— Se han estado falsificando cheques con cantidades enormes y el Banco Leagan los ha pagado todos.

— Tío... —, Neil intentó hablar y Albert le hizo alto con su mano.

— No lo hemos reportado a las autoridades porque eso sería confrontarnos a una auditoría para encontrar el desvío del desfalco; y si eso pasara y se enteraran de que quién lo está haciendo es un miembro de la misma familia, ¿te has puesto a pensar en los problemas que se nos vienen encima? Porque no sé si sepas, el dinero que sacaste debemos reponerlo y mucho antes de que nuestros clientes se enteren y... ¿de dónde crees que va a salir? Nada menos que de tu herencia; pero no dudo que al paso en que vas, tengas ya nada.

Leagan se mantenía con la cabeza agachada porque no aguantaba ni la dura mirada del heredero ni sus palabras.

— Lo siento — apenas pronunció el trigueño.

— ¿Qué dijiste?

Llevándose una mano al oído, el rubio había fingido no haberlo escuchado.

— Que lo siento — dijo otra vez Neil levantando un poco la voz.

— Y, ¿qué en verdad sientes, Neil? — Albert quiso saber. — ¿Que seas un vil cobarde que paga para matar a traición usando nombres de otros o... el que te hayas convertido en un vulgar ladrón?

— ¡He dicho que lo siento! — vociferó molesto el acusado que hasta había abandonado su asiento.

— ¡Siéntate!

La orden de Albert se escuchó tan fuerte que mandó a Neil de vuelta a la silla acusadora.

— ¡Estás en graves problemas, jovencito, y no sólo conmigo ni con la familia, sino que el hermano de Terry que quiere que te entregue a él!

— ¡¿QUÉ?! — Neil exclamó sorprendido por la noticia que de nuevo se puso de pie.

En tanto, el rubio ni se molestó en hablar, sólo con un "simple" gesto lo obligó a sentarse otra vez.

— ¿Qué te sorprende? ¿Qué sepas que Cisco es hermano de Terry o qué debo entregarte?

— ¡No, tío! ¡No lo permitas! — la voz del joven sonaba suplicante. — ¡No quiero ir a la cárcel!

— Sin embargo, es lo más seguro, porque yo debo declarar impuestos de todo, inclusive de ese dinero que sacaste y la verdad, ni tu padre y ni yo responderemos por eso. Además, has atentado contra la vida de alguien, Neil, que te pregunto, ¿es tanto así tu odio hacia Terry, hacia nosotros, tu familia?

— Es que... tú no lo entiendes, tío. ¡Nadie me comprende! — fue la excusa sin sentido; y Leagan se llevó las manos al rostro para cubrir su frustración.

— Házmelo entender entonces — pidió Albert. — Eres mi sobrino y yo soy tanto responsable de ustedes, como es mi obligación de velar por sus intereses; pero veamos, ¿cómo quieres que te comprenda cuando no me dejas acercarme para poder hacerlo?

— ¡Ayúdame con esto entonces, tío, porque no quiero ir a la cárcel!

Las súplicas decoraban también las facciones del joven, que para ver que tan sincera era su petición, se le cuestionaba:

— ¿En verdad quieres mi ayuda, Neil?

Éste no sólo usaba la cabeza sino que pronunciaba:

— S-sí. Haré lo que tú me pidas; ¡pero no me entregues, por favor!

— Bien, te ayudaré; y aunque no será nada fácil convencer a Cisco, daré la cara por ti. Pero —, Albert meditó por un momento; luego, sugería: — no estaría nada mal que tú vinieras conmigo...

— ¡¿Qué?! ¡NO!

Por supuesto, respingaron; pero ignoraron al trigueño ya que el rubio proseguía:

— ... y que seas tú quien se lo pida. Yo estaré contigo, y si veo que no desiste, intervendré; pero si no...

— Tío Williams, no me pidas eso. ¡También tengo dignidad y no me doblegaré ante ellos! — fue rotundamente altanero; lo que provocó que Albert negara con la cabeza y eligiera:

— Bien; entonces yo denunciaré el desfalco a la policía y la auditoría no será necesaria porque tengo en mi poder al ladrón —, el rubio miraba seria y retadoramente a Neil el cual aseguraba:

— ¡No te atreverás, porque la tía Abuela Elroy te lo impedirá!

— Neil, Neil —, el magnate sonrió con lástima y le recordaría su poder: — ¿Te olvidas que yo soy quién manda en esta familia?

Aquel infeliz dijo nada, más escucharía:

— Además, quiero que emplees tu tiempo en una carrera universitaria. Así que, elige, ¿vienes conmigo adonde los Granchesters o... te dejo un tiempo en la correccional? Porque hasta eso, ¡suerte tienes! ya que al ser menor de edad no puedes ir la cárcel

Con semejante ultimátum, Neil daría su patada de ahogado para salvarse al decir:

— ¡¿Y el escándalo?! ¡¿Acaso no te preocupa el nombre de la familia?!

Eso hizo que Albert gritara molesto:

— ¡No seas patético, mocoso! ¡¿Ahora sí te preocupas por el nombre de la familia y no lo hiciste cuando te mezclaste con ese tipo de gente?! Pero en algo tienes razón y precisamente porque no quiero un escándalo y avergonzar a la tía con tus cobardes acciones ¡es que tú debes elegir!

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora