57.- Normalidad

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Habían pasado un par de días, tus padres regresaron a sus rutinas normales y tú permanencías en casa, sin querer salir, sin poder salir.

Ellos no lo sabían, que eras profuga por culpa de un asesino, pero ya no deseabas causarles decepciones.

— Ah, me seguiste hasta el trabajo, tienes suerte de que puedan entrar animales. — la mujer adulta abrió la puerta con gusto para el pequeño acompañante.

Le llevó un pequeño plato de plástico con comida y agua en el patio del restaurante.

—  Toma, come algo, eres un buen gato. —  lo acarició mientras este comía tranquilamente moviendo la cola de felicidad - Has cuidado bien de mi hija.

Tu madre trabajaba como cocinera en un restaurante cerca de la casa y a pesar de su alergia a los gatos, le empezaba a tomar cariño al pequeño animal.

—  ¿Crees que soy una buena madre? — se sentó al borde de un escalón.

El gato sólo ronroneaba y le dirigía algunas miradas cuando la escuchaba hablar.

— Sólo... intento preocuparme por ella, ayudarla y a pesar de todo, creo que ella no es felíz aquí, lo peor es que no tiene la confianza para decirme lo que le sucede ¿porqué? ¿está tan molesta conmigo? — platicaba con cierto remordimiento — si tan sólo tuviera una mejor memoria, ni siquiera recuerdo cuándo es su cumpleaños o qué edad tiene, creo que 14, no, espera, quizás tiene 12...

El gato al terminar de comer se restregó sobre su pierna agradecido con ella.

— Volveré al trabajo — sonrió ella levantándose — gracias por escucharme, eres un gran terapeuta — pequeño Killua.

Estar en casa era melancólico y tan familiar, después de todo, ya vivías en el encierro antes de irte, pero esta vez era obligatorio. Sabías que no podrías ocultarlo para siempre.

Por suerte, casi no veías a tu hermano ya que se la pasaba encerrado en su habitación, jugando videojuegos, oh, que gran programador, el futuro del país.

— Estoy tan sola. — lamentaste abrazando tus rodillas mientras te arrinconaste en tu cama — por suerte te tengo a ti, Killua. — volteaste hacia donde estaba la camita que le habías preparado, pero estaba vacía. — o no, tú también me abandonaste.

Las cálidas playas de aquél sitio donde encontraste tierra también contaban su propia versión de los hechos. Tras observar con desconfianza aquella aguja, el anciano se preguntó si era buena idea conservarla, ya que no podía destruirla.

— Me parece que hay algo extraño contigo, tendré que mantenerte en vigilancia, te mueves mucho para ser una simple aguja maldita.— dijo sin atreverse a tocar el frasco que estaba en una repisa larga junto a otros objetos malditos que no irradiaban dicha aura —No es normal que se muevan a menos de que...— una idea se le vino a la cabeza, basado en su experiencia — no, no, debo estar exagerando. — observó de nuevo la aguja y se dió cuenta de que estaba en lo correcto. —hay un ser vivo dentro. Y es humano.

Alto ahí, gatito [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora