64.- Confinada

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— Esa maldición... — comprendió el anciano una vez que leyó un libro donde apareció esa aguja — convierte a quien toca la aguja en el animal que se asemeja más a su alma. No solamente en gatos, podría ser cualquier otro. Es una pieza peligrosa si se toma en cuenta a quién la tiene en sus manos. Si no lo hubiera exorcizado a tiempo, su alma hubiera quedado atrapada para siempre ahí. — en el fondo, leía todo aquello con cierta nostalgia, tener a Killua en su casa había sido como criar a un adolescente rebelde — qué tiempos, pero me quedó debiendo dinero. Mocoso glotón. — dijo bebiendo una botella de agua de coco, había dejado el licor al volverse aquella su bebida favorita — ojalá que estén bien.

El albino no lo pensó dos veces al llegar al cuarto de su hermano con quien poco convivía, necesitaba verte de nuevo.

— Milluki, cerdo, ¡necesito tu ayuda! — gritó Killua entrando a la habitación sin tocar.

— Púdrete pedazo de basura, estoy ocupado con mis mangas. No creas que porque te fuí a recibir por obligación del abuelo voy a ser tu sirviente.

— ¡Oh! ¡una edición limitada de colección! — fingió sorpresa dirigiendose a una repisa con figuras de monas hentai — no me gustan tan voluptuosas ¿qué tal si les hacemos un pequeño arreglo?

— Chantajista de mierda, ¿qué quieres? — se abrazó a su colección.

— Localizar a una chica.

— Ah, una chica ¿la vas a matar? eso pídeselo a tus clientes.

— No es una víctima, es mi futura mujer.

— ¿Qué? ¡m.. mujer! ¡no es justo! ¡yo soy más grande que tú!

— Pero no sales de casa, así nunca conseguirás a nadie, cerda inútil.

— ¡No es justo! — se emberrincho pataleando en el suelo — ¡quiero una novia!

Si te preguntabas qué podría ser peor, tenías la respuesta frente a tus ojos. Arrestada y encadenada en una jaula como una bestia, vigilada por hombres armados que no alejaban sus armas de tu cabeza.

Tu condición bajo arresto era en código rojo, de máximo riesgo y con orden de asesinarte a cualquier intento de escape.

Te llevaron a instalaciones profundas donde fuiste asignada a una celda casi completamente cerrada, con una ventanilla de vidrio a prueba de balas.

Nadie habló contigo, ni siquiera los miembros de justicia, algún abogado que te defendiera, un juicio, nada. Sólo el confinamiento solitario, en ese momento pensabas en una cosa.

— No cené nada, debí comerme las sabritas de mi hermano.

Alto ahí, gatito [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora