67.- No tengo hijo

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Cuando el ejercicio te arrestó, tu hermano se había quedado solo en casa, lleno de rabia, harto de ti, de tu existencia.

— Te vas a arrepentir, hija de... — maldijo para luego escuchar un maullido en tu habitación.

Era el pequeño gatito todavía con vida, despertando de la anestesia.

El chico sonrió y tomó el cuchillo que dejaste tirado para subir.

Abrió la puerta lentamente y se acercó a paso seguro hasta el minino que le maullaba suavemente dentro de una caja de zapatos.

— Tu dueña me obligó a hacer esto, además, ya no podrá cuidarte, es mejor que tú también te vayas.— dijo encajando sin remordimiento alguno, aquél filoso utensilio, acabando con su vida.

Sonriendo por su venganza, se dió la vuelta para ir a buscar alguna bolsa y sacarlo a la basura, pero antes de poder tocar la perilla de la puerta, el reflejo de una luz tras él llamó su atención.

Dió media vuelta y se dió cuenta que la caja irradiaba un aura espectral.

Caminó con cierta inseguridad, se asomó dentro. No había nada.

— ¿Qué mierda?

El gato ya no estaba y por un momento creyó que seguía con vida, que estaría cerca, acechando.

Empezó a sentirse confundido y el ambiente más oscuro de lo normal, una gran desconfianza lo invadió, volvió a ver dentro de la caja y alcanzó a notar un pequeño objeto dentro.

— ¿Eso es una aguja? ¿ya estaba ahí?

La aguja era color negro y se movía rodando poco a poco, temblando.

Él acercó la mano para tomarla y esta se incrustó en su palma, causandole dolor y haciéndolo retorcerse hasta caer al suelo.

Y como dicen por ahí. La curiosidad mató al gato.

La aguja maldita ahora se encontraba en su cuerpo y al ser un humano común, sus efectos eran inmediatos.

En menos de un minuto, su alma se vió reflejada como la de una cucaracha.

Aterrorizado, vió las gigantescas patas de la cama, y la enorme muralla que era la puerta. Corrió directamente debajo gritando, pero su voz apenas se escuchaba como un pitido de silbato en mal estado.

Cuando sus padres llegaron, él estaba en el pasillo, pidiendo auxilio con todas sus fuerzas.

La madre subió al escuchar un agudo sonido, miró la cucaracha en el suelo y se inclinó para escuchar lo que decía.

— ¡Mamá! ¡soy tu hijo! ¡ayúdame!

Ella guardó silencio y se volvió a poner de pie, sonrió de una forma escalofriante, como si fuera un sueño hecho realidad.

— No tengo un hijo. Sólo una hija.

Y aplastó al insecto que durante años los enfermó como una plaga.

Alto ahí, gatito [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora