76.- Luna de miel

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Un largo viaje los esperaba, la sensación de libertad y aventura, de grabar nuevas memorias y descubrir lugares maravillosos. Tan sólo para celebrar su unión.

Famosa, mundial y tradicionalmente conocida como luna de miel. El tiempo en el que los recién casados pueden expresar a sus anchas la pasión oculta tras largas temporadas de cortejo.

Un jet privado, pilotado por expertos a gran velocidad con un destino sorpresa.

Un cubículo elegante, de alta clase y con todos los servicios automatizados.

Era más de lo que imaginabas, asomaste el rostro por la ventana  que era de tu altura, distraída con el bello paisaje de bosques extensos y lagos azules.

— ¿Te gusta la vista? — preguntó tu ahora oficialmente cónyuge, de pie a tu lado.

— Pues, está un poco nublado, pero es bonito. —respondiste sin mirar atrás.

— Esa vista no, voltea.

Giraste de inmediato encontrándote con ese jóven semidesnudo, apenas usando un short negro que contrastaba con su pálida piel, pero sin dudas, toda tu atención se iba al increíble abdomen que con el tiempo había mejorado en un año.

— Ay, diosito santo... — te persinaste agradeciendo los sagrados alimentos. — el día del juicio...

— Espero que no te arrepientas, porque quizás, sólo quizás — amenazó inclinándose sobre tu asiento para rasgar con la uña del dedo índice la falda del vestido — no sea gentil.

Algo en su tono daba la impresión de que planeaba tomar venganza, después de todo, estuvieron meses planeando la boda mientras te resguardabas en la mansión Zoldyck, apenas se veían.

— ¿Ya te acordaste? — preguntó Killua arqueando una ceja, tu cara de póker resolvió la respuesta, no estabas ni cerca de acertar — te dije que me las ibas a pagar, lo que hiciste esa noche es un crimen que no alcanza fianza.

— ¿De qué... — su aliento tan cerca de tu cuello te impedía pensar con claridad, habías hecho tantas pendejadas que más valía hacerte la desentendida — ...estás hablando?

Tenía que repetirlo varias veces para que pudieras procesarlo, porque era la primera vez que te miraba con tanto deseo y se atrevía a hablarte de aquella manera, para cuando te diste cuenta, quedaste acorralada en el asiento y las luces de la cabina bajaron a lo más tenue, ya sólo faltaba que el tiempo se detuviera y casi lo hizo, cuando explicó en una frase la razón de su inquietud.

— Me debes una corrida.

Oh, sí, tenías razón, es el día del juicio final.

Alto ahí, gatito [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora