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Era extraño mantener los recuerdos de tu antigua vida una vez reencarnabas, pocos casos se habían visto en los que esto sucediera, y justamente dos de ellos eran el caso de Adán y Eva, los primeros humanos que Dios creó y los padres de la humanidad según la Biblia. Debido a que eso fue hace muchísimos años, nadie conocía sus verdaderos rostros, más si ese fuese el caso, se darían cuenta que eran exactamente idénticos a los verdaderos. Ellos dos eran la reencarnación en carne y hueso de los padres de la humanidad, incluso sus nombres eran iguales. ¿Casualidad? Posiblemente, después de todo, los padres de cada uno no tenían ni idea que habían engendrado a la reencarnación de Adán y Eva, simplemente pusieron aquellos nombres por gusto y sin pensar en nada religioso.
Sin embargo, solo ellos dos sabían la verdad, pues aún mantenían los recuerdos de su antigua vida, por eso mismo estuvieron buscando a la otra persona durante su crecimiento, pero en ningún momento de sus vidas se cruzaron. Habían comenzado a rendirse, al nivel en el que Adán comenzó a echarle el ojo a una chica de su instituto.
Ella era la chica nueva, se acababa de cambiar de escuela por motivos personales. Adán no le prestó mucho atención, pues su mente estaba en otras cosas, con su semblante serio y desinteresado como siempre ponía, pero se vio obligado a atender cuando el profesor lo nombró.
— Adán, como eres el delegado de clase, ¿te importaría enseñarle la escuela a la hora del patio? Y si es posible, muéstrale los clubs que hay para que decida por uno.
No podía negarse, había sido elegido como delegado por medio de sus compañeros de clase, ellos lo admiraban y consideraban que sería digno de sobrellevar las tareas de delegación, así que no iba a rehusarse a realizar a hacer un trabajo que era sencillo. Así pues, aceptó con un leve asentamiento de cabeza, dirigiendo su azulada mirada a la chica por unos segundos, para luego volver a centrarla en la ventana.
La chica nueva se sentó en el asiento libre, justo en frente de Adán, sin decir nada, pues el profesor había comenzado a dar la clase.
Al rubio no le fue difícil tomar apuntes mientras su mente divagaba con otras cosas cuando el profesor se extendía demasiado con la información. Para él era suficiente con escuchar la explicación una vez como para entenderlo todo, por eso mismo la gente lo admiraba. Lo consideraban el chico perfecto: guapo, rubio, de ojos azules, con un cuerpo envidiable y un coeficiente intelectual bastante alto. Además, era el presidente del club de boxeo, así que sus dotes en la pelea eran dignas de envidiar; nadie había logrado ganarle en una pelea, era meramente imposible. Por eso mismo, era más que obvio que sus pretendientes no eran pocos, es más, hasta hombres estaban colados por él. Era el estereotipo de hombre perfecto, el cual era inalcanzable y deseado por muchos.