¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
•───────•❈•♛•❈•───────•
La ciudad no dormía del todo. A esas horas, los barrios que de día parecían vacíos mostraban otra piel: faroles con bombillas temblorosas, puertas entreabiertas de donde salía un hilo de música vieja, y calles sin nombre que olían a aceite rancio. (Nombre) cruzó una plaza con kioscos cerrados y carteles de teatro clavados con chinchetas. En uno de ellos, la fecha decía "31 de octubre". El papel estaba húmedo, arrugado por la lluvia, pero el mensaje era claro: esa noche había algo.
El verdadero aviso había llegado una semana antes. Una carta sin remite, con su nombre escrito a mano y una tinta tan oscura que casi parecía sangre seca. Dentro, una nota breve:
"Banquete de Medianoche. Entrada por la puerta del callejón de los faroles. Vestido oscuro. No llegues tarde."
No decía quién la invitaba, ni por qué la elegían a ella. Aun así, había decidido ir. No por curiosidad exactamente, sino por una mezcla de impulso y una sensación difícil de explicar: como si, de algún modo, ya supiera que debía estar allí. Encontró el callejón sin dificultad. No tenía faroles, solo cables colgando y charcos que reflejaban una luz sucia. Al fondo, una puerta metálica con un picaporte antiguo. No había cerradura a la vista. Golpeó una vez. Nada. Empujó con cuidado, y la hoja cedió con un gemido largo.
El aire adentro olía a humedad y metal. Unas escaleras de cemento bajaban hasta un pasillo estrecho, con lámparas tubulares, la mitad fundidas. A cada diez pasos, una puerta cerrada. Todas tenían las mismas marcas de uñas alrededor del pomo, como si alguien hubiera intentado salir. Tragó saliva y trató de no mirar demasiado.
Al final del pasillo, dos puertas batientes se abrían a una sala enorme, más grande de lo que el suelo de la ciudad debería permitir. Las mesas redondas estaban cubiertas con manteles blancos y candelabros que ardían sin oler a cera. Había copas alineadas, cubiertos relucientes y una orquesta pequeña al fondo afinando en voz baja. Un reloj antiguo marcaba las 23:47.
La música aún no había empezado. La gente conversaba en susurros, un murmullo parecido al de una iglesia, aunque sin fe ni devoción.
(Nombre) entró despacio, procurando no llamar la atención. Vestía de negro, sin joyas, con el pelo recogido en un moño apretado. Pensó que se sentiría fuera de lugar, pero no fue así. La miraron apenas unos segundos, lo suficiente para registrar su llegada, y luego siguieron a lo suyo. Algunos llevaban trajes de otra época, como recién salidos de una fotografía antigua; otros, ropa moderna pero impecable, sin una mancha de polvo. Todos tenían la misma mirada: fija, tranquila... y extrañamente consciente, como si supieran algo que ella aún no.