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El primer día que (Nombre) vio a Tsukishima en el pasillo del edificio norte, pensó que tenía la postura más altiva que había visto en su vida. Alto, las manos en los bolsillos, la mochila colgando de un hombro, un gesto de cansancio eterno en la cara... y esas gafas que se resbalaban un poco por el puente de la nariz cada vez que bajaba la mirada para leer el horario pegado en la pared.
—Está prohibido mirar a los horarios como si te hubieran ofendido personalmente —comentó (Nombre), medio en broma, apoyándose en la pared contraria.
Tsukishima giró la cabeza lentamente, como si le diera pereza. Sus ojos, de un ámbar frío, se clavaron en ella apenas un segundo.
—Gracias por la norma —respondió—. La añadiré a mi lista de cosas irrelevantes.
Se dio media vuelta y se fue, y a (Nombre) se le escapó una risa incrédula. No fue la última vez que lo vería con esa cara de "me importan poco tus problemas". Pronto empezó a cruzárselo en la biblioteca, en el patio, y sobre todo en el gimnasio, donde Karasuno entrenaba vóley casi a diario. Ella pasaba por ahí al volver del club de literatura, y siempre le llamaba la atención la forma en que Tsukishima bloqueaba. No era llamativo como Hinata, ni intimidante como Asahi; funcionaba como una barricada elegante, implacable, que simplemente estaba ahí cuando el balón intentaba pasar, y no pasaba.
Yamaguchi, el chico pecoso que siempre iba con él, la saludaba con una sonrisa cada vez que la veía.
—Hola, (Nombre). ¿Vienes a espiar entrenamientos otra vez?
—Es que es entretenido —decía ella, alzando las manos—. Y vale, reconozco que a veces me quedo pegada a la ventana.
—Lo ve todo el mundo —murmuraba Tsukishima, sin mirarla—. No es que intentes ocultarlo.
(Nombre) levantaba una ceja.
—Tú también lo ves todo, ¿no?
—Exacto —y, por un instante, en la comisura de su boca aparecía algo parecido a una sonrisa.
El curso había avanzado hasta el punto en que el frío se colaba por los marcos de las ventanas. (Nombre) encontraba refugio en la biblioteca al salir de clase, y allí se repetía una escena: Tsukishima con los cascos, el libro de Historia abierto, una postura que decía "no me molestes" y, sin embargo, esa mirada que subía apenas cuando ella pasaba junto a su mesa.