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La primera vez que Itadori vio a (Nombre) fue un día cualquiera, o al menos eso parecía. El sol caía a plomo sobre Tokio, tiñendo los muros blancos de la Escuela de Hechicería de un brillo casi cegador. El aire olía a verano, a tierra caliente y a entrenamiento recién terminado.
Yūji, todavía intentando entender cómo su vida había pasado de clases normales y torneos de atletismo a demonios, maldiciones y maestros excéntricos, caminaba detrás de Gojo con la cabeza llena de preguntas que no se atrevía a hacer. El recuerdo del dedo de Sukuna todavía le daba escalofríos, pero también una curiosa sensación de destino, como si algo lo hubiera empujado hasta allí sin dejarle opción.
Gojo, como siempre, parecía flotar más que caminar. La venda en los ojos, el aire despreocupado y esa sonrisa de quien sabe algo que los demás ignoran le daban un aura imposible de descifrar.
—Vamos, Itadori —decía con un tono entre burla y ánimo—. No puedes salvar el mundo si te quedas mirando el suelo.
Fue entonces cuando Yūji levantó la vista y la vio.
(Nombre) estaba en el patio, junto a Megumi. Él, con la expresión seria de siempre, parecía darle una especie de sermón o consejo, mientras ella lo escuchaba con una mezcla de paciencia y resignación. Tenían algo en común en los rasgos —los ojos, tal vez la forma del ceño—, pero donde Megumi era todo contención, (Nombre) irradiaba una energía distinta: más abierta, más viva.
Llevaba el uniforme reglamentario, aunque lo hacía suyo sin esfuerzo: la camisa medio desabrochada, las mangas dobladas hasta los codos, y el cabello suelto, movido por la brisa. Había en su postura una naturalidad que desentonaba con la rigidez del lugar, como si no necesitara esforzarse para destacar.
Yūji se detuvo un instante, observándola sin darse cuenta. No era solo que fuera guapa —aunque lo era—, sino que parecía completamente cómoda en ese mundo que él apenas comenzaba a entender.
—¿Quién es esa? —preguntó, intentando sonar casual, aunque la curiosidad le escapaba por la voz.
Gojo sonrió sin siquiera mirar hacia donde Yuji apuntaba.
—¿Esa? Oh, ya te has fijado rápido. Es (Nombre), la hermana de Fushiguro. Bastante talentosa con las técnicas de maldición, aunque no tan seria como su hermano. Ten cuidado, Itadori, que Megumi no es muy de compartir.
