Romance, Terror-Ciencia Ficción, Survival Horror, UA
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La lluvia no cesaba. Golpeaba los cristales rotos del complejo con una cadencia hipnótica, constante, como si quisiera abrirse paso a la fuerza. El sonido llenaba el aire y se mezclaba con el zumbido grave de las torres eléctricas que se alzaban a lo lejos. No había tráfico, ni luces, ni cobertura en los móviles. Solo el edificio B del Laboratorio Ueno, oscuro y húmedo, recortado contra el cielo. La valla seguía en pie, pero la puerta estaba abierta, girando apenas con el viento.
—Última comprobación —ordenó Marcos, ajustando una linterna en el chaleco antibalas—. Radios, ¿listas?
—Listas —respondió (Nombre), probando el botón del hombro. El walkie escupió un chasquido de estática.
El grupo era pequeño, pero bien armado. Marcos, el jefe autoproclamado; Hana, la ingeniera que cargaba el generador; Ishi, manitas y experto en cerraduras; Taro, el paramédico; Yoko, que no conocía el miedo y llevaba el dron; Sota, el novato con buen pulso; y (Nombre), que había tenido la genial idea de meterse allí esa noche.
Llevaban semanas revisando foros ocultos y archivos filtrados. Todos mencionaban lo mismo: Ueno B. Supuestos experimentos con biotecnología. Armas vivas. Desapariciones. Sin pruebas, sin testigos, sin respuestas. Nadie confirmaba nada, pero todos se apresuraban a negarlo. Eso, para ellos, era suficiente.
—La puerta principal está cerrada desde dentro —informó Ishi, arrodillado frente al panel oxidado—. Cerradura vieja, pero servirá.
Con un destornillador y dos cables, hizo un puente rápido. Un "clic" suave sonó al otro lado.
—Listo —dijo, levantándose—. Bienvenidos al futuro.
Empujaron la puerta. El aire que salió de dentro era húmedo, helado, cargado de ese olor agrio del metal oxidado y la descomposición vieja.
El vestíbulo los recibió con su silencio. Sofás destrozados, archivadores volcados, cristales rotos en el suelo. En la pared principal aún colgaba el logotipo del laboratorio, con una frase escrita en mayúsculas desgastadas:
"El futuro requiere valor."
El polvo cubría las letras y, justo debajo, se veía un surco seco que se perdía hacia un pasillo lateral, como si algo —o alguien— hubiera sido arrastrado.