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(Nombre) observaba con una sonrisa radiante en los labios a su adorado hijo de tres meses saborear la leche de sus senos. Le recordaba tanto al padre por su enorme parentesco, logrando que su sonrisa fuese inevitable. Los amaba a ambos, al alquimista de fuego y al fruto de su amor.
Si alguna vez le hubieran dicho que tendría una familia con aquel manipulador alquimista nunca lo hubiese creído. Siempre pensó que era un amante de su trabajo y que nunca sería capaz de sentar cabeza, más estaba muy equivocada...
De un día para otro, él comenzó a ser más atento con ella, más amable y cuidadoso. Todos aquellos detalles hicieron que acabase perdidamente enamorada de él y, sin que se dieran cuenta, su relación se fortaleció tanto que, en vez de tener miedo del hijo que tendrían, estaban emocionados y felices, los dos. Mustang quería a ese niño tanto como ella, es por eso por lo que la obligó a tener sus vacaciones de maternidad para estar con el pequeño los primeros meses de su nacimiento, después de todo iba a necesitar a su madre.
Acarició suavemente el cabello azabache del pequeño, mientras lo observaba dormir en sus brazos. Se acomodó la camiseta para tapar su pecho y comenzó a acunarle lentamente, al mismo tiempo que tarareaba una canción de cuna.
Estaba concentrada en su hijo, que no se dio cuenta de que alguien había entrado en su casa. Esa persona se posicionó detrás suya y le dio un dulce beso en el hombro. Se sobresaltó por el susto, pero supo quién era al oler aquel perfume que tan loca la tenía. Observó de reojo a su hijo para verificar que no se había despertado por el pequeño salto que había pegado, para luego girar su cuerpo hacia la persona que la tenía abrazada por la cintura.
— Me has asustado, idiota — regañó a su esposo, haciendo pucheros con sus labios.
— Lo siento, cariño — contestó con algo de diversión.
Bajó su mirada hacia el bulto que había entre los brazos de su pareja, llevando una mano hacia su cabellera, la cual acarició con tal delicadeza que parecía que tuviese miedo de hacerle algún daño.
— ¿Quieres cogerlo en brazos? — le sugirió la chica mientras se lo tendía con cuidado.
Roy no se negó, cogió a su pequeño en brazos y lo acunó con delicadeza.
