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Mi nombre es (Nombre) Yuzuriha y soy una de las manager del equipo de voleibol masculino de Karasuno. Tampoco hago mucho, pero a los chicos les encantan mis galletas caseras. Bendita sea mi abuela por enseñarme a hacer galletas. Gracias a ella tengo utilidad en el equipo y, sobre todo, tuve una excusa para hablar con Kuroo, el capitán del equipo de Nekoma.
Cuando lo conocí me atrajo físicamente al instante, pues es jodidamente guapo y sexy, sobre todo su sonrisa, aquella que me quitaba el aliento de lo sensual que era. Pero esa atracción aumentó cuando lo vi jugar al voleibol. Era tan bueno que no sabía a quien animar en la práctica, si a mí equipo o a ellos. Obviamente acabé animando a mí equipo, pero mis ojos siempre estaban puestos en él.
En el descanso me acerqué a él sintiéndome cada vez más nerviosa, sobre todo en el momento que me miró y me sonrió.
— H-hola Tetsurō-kun — sonreí intentando ocultar mi nerviosismo.
— Puedes llamarme Kuro, (Nombre) — me sonrió, mirándome desde arriba, pues era mucho más alto que yo. Le llegaba por el pecho, con eso lo digo todo.
— ¿Cómo sabes mi nombre? — le miré confundida.
— Los chicos de Karasuno no paran de hablar de lo genial que eres, además de que tus galletas son las mejores — me sonrojé y miré de reojo al equipo, que estaban entrenando para el siguiente partido de prácticas con los de Fukurōdani.
Él me miró y luego miró a las galletas, que lucían exquisitas. Sonrió y asintió cogiendo una y llevándosela a la boca. Cuando la probó me miró con los ojos abiertos, saboreando el sabor.
— ¿Te gusta?
— Dios, eres buenísima cocinando. Están riquísimas — se la comió con gusto para luego mirarme con una sonrisa radiante. Cómo me encantaban sus sonrisas. — Ahora tengo envidia de los de Karasuno.
Me reí un poco y le agradecí con timidez. Después de aquello, estuvimos hablando un buen rato, incluso durante el partido con Fukurōdani. Me sentía a gusto con él. Era gracioso y amable, y sus sonrisas eran hipnotizantes; pero lo mejor fue cuando me pidió mi número de teléfono para seguir en contacto, y así fue; no había ningún día en el que no hablásemos. Cada día que pasaba sentía que me enamoraba más de él, sobre todo cuando quedábamos solos.
