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Yashiro se vio obligada a limpiar el baño de las mujeres después de convertirse en la asistente de aquel fantasma pervertido. No podía quejarse, seguía viva gracias a él, viva y con un cuerpo humano. No quería vivir en una pecera para el resto de su vida... Se arrepentía de haberse tomado aquello y de no haberle hecho ni caso...
— Oye, también podrías ayudar un poco, Hanako-san.
— Eso es trabajo de mí asistente — respondió mientras miraba una revista.
La chica lo miró inflando las mejillas, más ninguna queja logró escapar de sus labios, pues la aparición de una persona le hizo quedarse con la boca abierta.
— ¡Muere, fantasma! — gritó una rubia de ojos azules que iba corriendo hacia Hanako con dos cuchillos en mano.
La aparición esquivó el ataque y se puso detrás de ella sujetado sus muñecas hacia arriba; todo ello en un abrir y cerrar de ojos.
— ¿Morir? No puedo morir dos veces — respondió con sarcasmo mientras una sonrisa maliciosa se posaba sobre sus labios.
La chica ardió de rabia y vergüenza e intentó zafarse de su agarre, pero Hanako consiguió que soltara los cuchillos, dejándola indefensa ante él, o eso creía. No tenía sus armas, pero contaba con sus piernas. Levantó una hacia atrás para darle una patada, pero logró esquivarlo en el último momento, soltando sus manos y alejándose un poco.
Miró a la chica con una sonrisa de lado. Era bastante hábil.
— He venido a exorcizarte — no se acostumbraba a decir esa palabra, le sonaba muy rara, solo esperaba haberlo dicho igual de bien que en sus ensayos privados.
— E-espera — dijo Nene, poniéndose frente a Hanako con los brazos abiertos —. No conozco mucho a este chico, pero no es mala persona, él me salvó de aquella sirena.
La rubia le miró confundida, para luego mirar al chico tras de ella. Era la primera vez que un humano protegía a un fantasma, nunca le habían enseñado a luchar contra esos casos, pero suponía que tenía que persuadir a la chica.