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— (N-Nombre), esto va contra las reglas — intentó decir el azabache mientras movía sus manos de un lado a otro, pero con una pizca de nervios.
La chica sonrió de lado y lo obligó a sentarse sobre una de las sillas del aula.
Había convencido a su pareja para acompañarla a un sitio, pudiendo encerrarse con él en un aula vacía. Trabó la puerta y lo comenzó a besar como si no hubiera un mañana. El chico ya intuía qué era lo que pretendía e intentaba detenerla, porqué sabía que como continuasen, perdería todo el control que tenía en ese momento.
— Puede ser, pero cariño — comenzó a hablar suavemente, mientras se sentaba sobre su regazo lentamente, acariciando su pecho sin dejar de mirarle a los ojos —, ambos sabemos que te excita hacerlo en lugares públicos — canturreó con algo de diversión, desviando su verdosa mirada hacia la entrepierna de su chico, pudiendo apreciar el bulto que se hacía más notable con el paso de los segundos.
Iida tragó saliva, ahogando un jadeo al sentir los suaves labios de su novia en su cuello.
— Te encanta que rompa las reglas con tal de complacerte — susurró sobre su oreja, lamiéndola suavemente.
Se deleitó con los jadeos y suspiros de su pareja, esperando a que la bestia de su interior despertase, tal y como ocurría siempre que hacían el amor.
Se separó un poco para desabrochar su camisa lentamente frente a los ojos de su pareja, los cuales se iban dilatando con cada botón desabrochado, apreciando el brasier blanco de encaje.
Estaba por perder el control por completo, lo sabía, más le era imposible evitarlo. Ella tenía razón, le excitaba hacerlo en lugares públicos, pero también le encantaba cuando su novia se ponía así de seductora, cuando lo seducía con aquella mirada que tan loco lo tenía.
Terminó de quitarse la camisa y la dejó caer al suelo junto a su corbata. Sonrió al pelinegro mientras se lamía suavemente los labios con la intención de provocarle y se levantó un poco la falda para poder juntar su intimidad, tapada por sus bragas a juego con el sujetador, con la entrepierna de su pareja, aún con su pantalón puesto. No obstante, a pesar de las prendas de por medio, ambos lo disfrutaron bastante.
Eso fue la gota que colmó el vaso. El azabache agarró con fuerza a su pareja y la levantó, sentándola en el pupitre frente a ellos y comenzando a devorar aquellos labios que tanto lo estaban tentando.