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La primera vez que (Nombre) vio a Toge Inumaki, iba con la camisa del uniforme sin abrochar del todo y el cuello alto subido hasta taparle el rostro. El verano en Tokio apretaba y todo el mundo parecía sudado y cansado, pero él se movía como si la humedad no le afectase, tranquilo, con una botella de té en una mano y una bolsa de onigiri en la otra. Los ojos violetas, concentrados, miraban los estantes del konbini como si el universo entero estuviera ahí dentro.
(Nombre) estaba de pie frente al frigorífico de bebidas, dudando entre un café frío o una soda con gas, cuando él alargó la mano, abrió la puerta sin esfuerzo y señaló el café que ella no acababa de decidir. Se lo ofreció con un gesto breve.
—Gracias —dijo (Nombre), incómoda por lo abrupto del momento—. ¿Nos conocemos?
Él bajó apenas el cuello, lo suficiente para que ella viera el borde de un vendaje en la mandíbula, y negó con la cabeza. Luego levantó el pulgar en señal de "buena elección".
El timbre de la tienda sonó con la entrada de dos estudiantes más, ruidosos, que se empujaban y reían. Uno de ellos miró a Toge, se calló de golpe y tiró de su amigo de vuelta a la calle. (Nombre) frunció el ceño, sorprendida. Toge solo se encogió de hombros, como si aquello fuese lo normal.
Ella pagó el café. Él pagó su té y los onigiri, y cuando salieron a la luz blanca del mediodía se encontraron de nuevo en el mismo paso de cebra, esperando a que la luz cambiara. Había un silencio amable, casi divertido. (Nombre) notó que él no parecía tener prisa.
—Soy (Nombre) —se presentó, porque la ciudad a veces pone a dos desconocidos en la misma baldosa y lo mínimo es decir algo.
Él sacó el móvil del bolsillo, escribió rápido y se lo enseñó:
"Encantado. Toge."
—¿No hablas?
Tecleó otra vez, sin que el semáforo se dignase a ponerse en verde:
"Sí. Pero a veces no conviene."
El semáforo cambió. Cruzaron. Ella le miró de reojo. Él, al darse cuenta, le sonrió por debajo del cuello alto, y fue como si el calor del asfalto aflojara.