•~Capítulo.27.~•
DEDRICK
No pensé que yo fuese a ayudar a alguien a realizar una mudanza con lo cansada que puede llegar a ser y el muchísimo tiempo que debe necesitar. Sin embargo, yo, que tengo un montón de papeleo por realizar y dos reuniones a los que acudir aquí me encuentro, transportando cajas y muebles entre Egan y su madre, Delia.
Delia es una mujer que perfectamente parece tener la edad de mi madre, pero que claramente tanto en aspecto como en carácter son totalmente diferentes y creo que habiéndola conocido tan poco puedo entender la actitud tan risueña y, a veces, añiñada.
Ya deben ser las una de la madrugada y es ahora que hemos terminado de traer las cosas a la nueva casa. La casa está en un cuatro piso, es pequeña pero según ellos, suficiente. Consta de tres habitaciones en el piso de arriba, una cocina, una sala con balcón, un baño y un pequeño cuarto de la lavadora.
Se supone que la hermana mayor de Egan iba a venir a ayudarlos, pero tras una llamada dio a entender que no podría y se disculpaba.
Y ahora, aquí estamos, Egan y yo, en la sala. Su madre se acababa de ir a su nuevo cuarto a descansar.
— Joder, que puto cansancio.— Murmura dejándose caer en el sofá en el que me encuentro sentado yo.
— Deja de hablar así.— Le pido rodando los ojos.
Él, se acuesta de manera en que sus pies se salen del sofá y su cabeza queda recostada en mis piernas, mirándome fijamente. Yo me pierdo en esos iris ámbar sin perderme la sonrisa característica que me regala.
— ¿O qué?— Me pregunta.— ¿Eres del tipo que castiga? Si es así, me interesa.— Musita guiñando un ojo.
Enredo mis dedos en su cabello dando suaves caricias a este. Aunque no lo parezca es suave y lacio. Da gusto.
— ¿Y si tú madre te oyera?— Le cuestiono. — ¿No te preocupa su reacción?
Con un puchero en los labios parece meditar lo que le pregunto y cuando está por contestar chasquea la lengua.
— Estaba cansada, ahora debe estar durmiendo la mona.— Dice restándole importancia.— ¿Qué tal si me besas?
No hacía falta contestar a su pregunta, bastaba inclinarme a él, tomar su mandíbula y pegar mis labios a los suyos, marcando un ritmo. Cada beso mío depositado en sus labios para mi al menos era un signo de posesión, determinaba que tan mío era este chico aunque él no lo supiera o no le importara.
— Me siento como una colegiala haciendo cosas malas con su profesor.— Ríe él cuando rompemos el beso.
¿Cómo no reírme con las cosas que dice? Es tan espontáneo. Nunca parece pensar en lo que dice y cuando lo hace, son muy pocas veces.
— No tienes aspecto de haber hecho cosas malas en tu infancia, pero yo aunque no lo parezca junto a mi hermana me metía en muchos problemas.— Me relata entre risas.— Cuando hago estas cosas siento como que vuelvo a ser pequeño y que estoy haciendo cosas malas, así que me recorre la adrenalina y me divierto, sabes.— Explica esmerándose en recordar cosas.— ¿Tú te has sentido así?
— Mi infancia la pasé en un internado.
Esa es la única verdad. Y cuándo salí del internado y llegué de nuevo a casa fue cuando me enteré de que el tiempo que pasé ahí tuve dos hermanas: Astrid y Edelmira. Podría culpar el hecho de no haberme criado con ellas de no sentir ese cariño de hermanos, pero lo cierto es que no se debe a eso, sino a mi terrible personalidad.
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MI SALVAJE ADICCIÓN (En pausa)
LobisomemCuando un hombre o mujer lobo nace inmediatamente la Diosa Luna la empareja con un lobo y con su media naranja o alma gemela, como queráis llamarlo, a mi me da lo mismo. Cómo Alfa que soy siempre esperé encontrar a mi alma gemela, no para vivir una...