Cuando un hombre o mujer lobo nace inmediatamente la Diosa Luna la empareja con un lobo y con su media naranja o alma gemela, como queráis llamarlo, a mi me da lo mismo.
Cómo Alfa que soy siempre esperé encontrar a mi alma gemela, no para vivir una...
Dos años habían pasado desde que dos almas destinadas a encontrarse y permanecer juntas se conocieron, dando comienzo a una relación desde un principio tonta pero compleja, pero no por ende, menos importante.
Esta pareja que fue separada se prometieron el uno al otro reencontrarse una vez la misión de uno se diera por completa, habiéndose tomado esto como una prueba difícil de superar.
A menos de que uno o ambos dejaran de sentir algo por el otro, algún día se volverían a reencontrar y sería en ese entonces que la marca de dicho hombre lobo le sería dado a su verdadera y única alma gemela.
Estos dos años pasaron en un santiamén. Años en los que cierto modelo se hizo bastante reconocido por su indudable belleza y atractivo y en los que cierto empresario siguió su cotidiano día a día junto con alguien especial: su esposa.
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EGAN
— ¡Egan Meyer, abre la puerta! ¡Sé que estás dentro!— Oigo chillar desde la puerta de mi apartamento.
Sí, mi apartamento. Lo cierto es que—al fin— me independicé. A mis veinticinco años que tengo ahora pensé que ya era hora, sobretodo ahora que cuento con una buena economía para echarles un cable a mi familia y a mis propios asuntos. Sin embargo, hasta el día de hoy, mi madre y mi hermana vienen todos los días ya sea a verme o a asegurarse que estoy bien. No se creen que he madurado... entre comillas.
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— ¡Egan, sé que me oyes! ¡Abre a tu hermana, que con toda su buena voluntad a venido a verte!— Chilla de nuevo Calista.
Vienes a hacer el vago en mi casa, que es otra cosa.
Bajo las escaleras del segundo piso y con pesar voy a la entrada y abro de golpe, con cara de pocos amigos, viendo como de nuevo, mi hermana trae consigo un enorme bolso de la compra en la que como siempre lleva comida echa por mamá.
— Hola, hermanito.— Saluda inocentemente y no esperando mi permiso para adentrase.— Me quedo a comer.
Me giro en su dirección, aún sin cerrar la puerta.
— ¿Y quién te invitó?— Le cuestiono.
— La hermandad.— Dice dramáticamente.— Ahora ven y siéntate, ponte cómodo. — Indica palpando el sofá.
Primero me la quedo mirando pasmado y luego simplemente me rindo y voy hacia ella y me siento justo donde me indicaba.
— ¿Qué ha hecho señora mamá de comer?— Le pregunto mirando la bolsa.