~•EL CLAN GARAGAD•~

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•~Capítulo.100.~•

Los días pasan, uno tras otro. Sol y luna. Luz y oscuridad.

Pocas semanas habían pasado desde que se corrió la voz sobre el compromiso de hombre lobo y vampiro. Pocas semanas habían pasado desde qué cierto vampiro se mudó a casa de ciertos Alfas.

Para ellos, quienes el día a día eran todos los días lo mismo no eran conscientes de la tormenta que se les avecinaba. No sabían que algo imparable se cernía bajo un manto de oscuridad. No sabían que a ello solo había una escapatoria, que quizá les hiciera caer en ruina.

El Clan Garagad.

[••••]

CALISTA

— ¡Date prisa, en nada estarán aquí!— Me chilla mamá.

Sí, después de siete años y pico sigo viviendo con mamá. Perfectamente, al igual que mi hermano o las personas de mi edad podría independizarme, buscar pareja o algo así, pero lo cierto es que para mi no hay mejor lugar que las faldas de mi mamá. Solo que no voy a admitirlo y seguiré diciendo cuando me pregunten que es ella quien no puede vivir sin mi.

— Mamá, cada día vienen, algún día se tendrán que acostumbrar a ver la casa hecha mierda.— Me encojo de hombros.— Y te recuerdo que Egan vivió aquí.

Cuando presiento su mirada asesina sobre mi, disimulo pasando el quita polvos en las estanterías.

— No sé que estamos limpiando si esta casa está más limpia y ordenada que...— No termino mi frase.

— Cuando tengas tu propia casa entenderás la importancia de mantenerla limpia y ordenada siempre.— Dice.

Lo que tú no sabes es que no me iré de tu lado.

— Si, bueno...— Me encojo de hombros.

Solo para cambiar de tema carraspeo volviendo a llamar su atención.

— Y... mamá, nunca nos contaste nada sobre cómo encontraste a Egan.— Digo de la nada.

— ¿Cómo que no? Os conté que lo encontré en un columpio.— Dice segura y desconcertada por lo dicho.

— Ya, pero eso es dónde, no cómo.— Digo.— ¿Qué hacías en ese parque?

— Ah, eso...— Carraspea dándose la vuelta.— Es una larga historia.

Nunca nos hemos interesa en saber eso, mucho menos yo, porque para mi sin importar qué, Egan es mi hermano pequeño y para él yo soy su hermana mayor, no importa nuestra sangre ni nuestra etnia.

— Te escucho.— Le digo cruzándome de brazos.

— Que no, muchacha. Sigue quitando el polvo.— Dice dándose la vuelta y marchándose.

Frunzo el ceño ante su negativa. 

Los minutos siguieron pasando y los minutos se convirtieron en aproximadamente dos horas, dos horas en los que estuvimos haciendo brillar la casa y haciendo la comida. Dos horas en los que mi madre me estuvo evitando con tal de que no le hiciese más preguntas.

MI SALVAJE ADICCIÓN (En pausa) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora