Capítulo 4: La Ceremonia

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Después de una hora, en la que María eligió la ropa perfecta para Nerea, ambas se encontraron esperando a que les abriera la puerta uno de los sirvientes de la casa de la familia Reyes. Esta familia, junto con la de María, Nerea e Iris, también formaba parte de las trece familias elegidas y entre sus funciones estaba la de ser anfitriones.
Todas las reuniones de los cazadores se llevaban a cabo en su casa, por lo que todos los que pertenecían a alguna de estas importantes familias debía conocer las normas para que te permitieran acceder a la reunión.
María y Nerea, las conocían y aunque esta iba a ser la primera reunión de ambas, nada las preparó para lo que encontrarían más adelante.

María golpeó la puerta norte de la fortaleza, una de las más pequeñas y por las que normalmente pasaban la servidumbre. Comenzó a  ponerse nerviosa por el retraso del sirviente, ¿acaso no le habían avisado de que ellas llegarías por allí? Tenía sus dudas.
Nerea atisbó como la puerta por fin se abría y cómo el hombre que se mantenía detrás de ella y del que sólo se distinguían sus ojos, les preguntó la contraseña.

— Si sois hijas del camino de la luz, decidme cual es vuestra guía —recitó el hombre.

— Ducem vero illustrationem attingendi¹ —respondieron ambas.

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1. Nuestra guía es llegar a la verdadera iluminación
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La puerta se abrió por completo y juntas se adentraron por el pasillo. Esperaron a que el hombre volviera a cerrar la puerta y lo siguieron por lo que parecía ser el camino hacia las cocinas.
María, apenas lograba ver nada, simplemente escuchaba cómo su corazón latía emocionado por lo que iba a acontecer en escasos minutos.
De fondo se escuchaba música y Nerea se preguntó si el baile de máscaras que organizaban cómo tapadera para estas reuniones ya habría comenzado. Tuvo que dejar a un lado esa interrogante, porque después de haber atravesado varios pasillos, casi laberínticos habían llegado a la biblioteca.
El hombre, al que ahora distinguían con claridad, era pequeño, de rostro enjuto y con el cabello castaño grasoso. Sus ojos también pequeños eran negros, pero estaban tan vacíos que Nerea se cuestionó si el hombre tenía alma.

María ansiosa por llegar a la ceremonia. Corrió hacía una de las estanterías de la gran biblioteca de los Reyes, en la que había una armadura de un caballero que sostenía una espada clavada bajo sus pies. Cuando se paró frente a ella, apremió a Nerea para que se diera prisa y asegurándose de que tan sólo ellos tres eran los que estaban allí, giró el pulgar de la armadura. Eso activó el mecanismo y la estantería a su lado se abrió por arte de magia.

— Nunca me cansaré de esto —dijo María divertida, mientras se colocaba una capa enorme de color marrón que le dio el pequeño hombre misterioso y se cubrió con ella por completo, incluida la cabeza.

— Yo tampoco —respondió Nerea que al igual que ella también llevaba la capa y la seguía a través de las escaleras escondida detrás de la estantería que acababan de abrir—. De hecho, me da miedo.

No pudieron seguir hablando porque casi habían alcanzado la sala sagrada, dónde sólo los verdaderos hijos de Dios—los elegidos—se reunían.
Cuando cruzaron el umbral y dejaron atrás esas escaleras, se toparon de bruces con un séquito de personas encapuchadas alrededor de una mesa ovalada. A ninguno de ellos de les veía la cara, sólo el Padre Emmanuel podía descubrirse el rostro, a no ser que el diera su permiso explicito.
Candelabros de oro decoraban las paredes y una alfombra roja que bajaba desde una especie de altar, adornaba el suelo de piedra, haciendo que los pasos de ambas fueran imperceptibles.

María atravesó toda la alfombra sin detenerse. Era lo que siempre había deseado y no pensaba recular.
El padre Emanuel, el único ungido por Dios para elegir a los cazadores, la llamó ante su presencia. Subió los escalones del altar que los separaban y se inclinó en una reverencia.

— Hija mía, has sido bendecida con el regalo de la luz, al que sólo unos pocos tienen acceso. ¿Lo recibes?

— Sí padre, lo recibo —contestó María.

De inmediato, el padre Enmanuel que sostenía una daga bañada en agua bendita, le indico que le mostrara la palma de su mano. Sin dudarlo, se la tendió y éste en un movimiento perfeccionado por años, le rebanó la carne. Su sangre cayó sobre la piedras y las luces se apagaron dejando todo en tinieblas.
Un coro de voces se levantó entre la oscuridad dando la bienvenida a María, su nueva hermana.

Origin; Libro 1: Initium(En Proceso De Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora