Capítulo 37: Madre e hija y una discusión para nada fuera de lo normal

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El patio trasero de los Vidal era uno de los lugares que más utilizaba María cuando necesitaba despejarse. Tras lo acontecido con Nerea, se sentía atormentada. Puede que se le hubiera ido la mano cuando ella le explicaba sus razones, pero aunque así fuera, Nerea nunca entendería el por qué ella luchaba tan arduamente por acabar con aquellos seres; que utilizando las artimañas de Satanás, ponían en peligro a su pueblo. Ella lo había visto con sus propios ojos. Mucha gente acudía presta a solicitarles ayuda, confiando en sus remedios porque prometían que tenían la capacidad de curar cualquier cosa. La gente, en su ignorancia, les creían. Al principio, mejoraban, pero al tiempo terminaban muriendo. No sólo la persona enferma, sino también la familia que le había solicitado ayuda. María, había sido testigo de cómo acudían muchas madres solicitando ver a su padre, pidiéndole auxilio porque se morían. Hablaban de que habían sido maldecidos por el diablo, porque en su desesperación y por carecer de medios para llamar a un médico tuvieron que recurrir a prácticas blasfemas.

Suplicaban por el perdón. Por una mano amiga. Entonces; el padre Emmanuel les daba la extrema unción y dejaban este mundo en paz. La misma Nerea, era conocedora de que sus padres habían muerto a causa de ellos. ¿Cómo podía defenderlos ahora? Ellos sólo respondían a sus ataques. A causa de ellos, llegaban epidemias, sequías y perdían ganado. Los niños se morían porque no había alimento que llevarles a la boca. A todo el mundo les aterraba que alguno de ellos se asentara en su pueblo, porque tarde o temprano debido a sus prácticas todos los inocentes fallecían.

¿Acaso era de justicia que murieran niños? ¿O que les pidieran ayuda y les asesinaran? ¿Por qué acababan con la tierra y los animales? No merecían misericordia alguna. A sus ojos, lo que los cazadores realizaban era justicia. Defendían al débil y ella continuaría haciéndolo, a pesar de que su mejor amiga no la comprendiera.

Aún no salía el sol; cuando María vestida con un jergón marrón, unas calzas negras y una botas del mismo color, blandía su espada en un baile con el que ya estaba familiarizada. Se había recogido el cabello con una tira de cuero; así cuando daba la estocada final, éste no le caía sobre los ojos. Sus padres nunca estuvieron de acuerdo con que ella fuera una cazadora con el mismo papel que un hombre. Sobre todo su madre que ponía el grito en el cielo cuando lograba verla entrenar con los guardias de la Masía o con otros cazadores. Consideraban que la lucha sólo podían ejercerla los hombres y que las mujeres estaban destinadas a otros menesteres. La obligó durante años a que se comportara como una perfecta señorita, caso error porque a un niño no se le puede prohibir lo que desea, ya que haría lo imposible para conseguirlo y más si sabían que sus padres eran los líderes de un grupo con una gran misión. María, ideó maneras para salirse con la suya y aprendió todo lo que un niño hijo de cazador debía aprender. A los niños les enseñaban a pelear, allí estaba ella memorizando cada movimiento. Si les enseñaban a utilizar la espada, ella misma se fabricaba una y retaba a todos los niños con los que pudiera batirse. Por muchos años la llamaron bárbara, pero a ella no le importaba. Su padre, viendo que no existía manera alguna que la alejara de sus pretensiones y que con los años no le nacía varón; se vio en la necesidad de cambiar las normas de los Lumine. Así, se estableció que las mujeres podían ser enseñadas en el arte de la espada y de la lucha, así como de cualquier método que les fuera factible a la hora de acabar con los hijos de Satanás. Con la excepción, de que éstas no podrían salir a la batalla, sino fueran hija única. Esa condición, le permitió a María realizar sus deseos y por ello ahora sucedía a su padre en el liderazgo. Todavía quedaba mucho por cambiar en cuanto a su sexo se refería y era una de los deseos de María, que pronto todas las mujeres pudieran tener lo mismos privilegios que ella. Tan sólo, tenía que subir al poder y ella se encargaría de todo. Acabó con el entrenamiento y bajó la espada, el roció de la mañana y el sudor le empapaban la ropa. Decidida a terminar, cogió una de las dagas que llevaba oculta en una de sus botas y la lanzó hacía la diana improvisada que había hecho con una gavilla de heno. Para hacerla más realista, la había cubierto con una sábana blanca y en el centro —con tinte de ropa robada— había dibujado el centro de la diana. Justo al tocar la daga el centro, apareció su madre, que lívida por haber eludido por los pelos el arma, se tocaba el pecho intentando recobrar el aire que le faltaba.

—  ¡JONÁS! —gritó Julieta fuera de sí—, JONÁS, tráeme agua. Necesito agua, rápido.

María, acostumbrada al histerismo de su madre, se dirigió con tranquilidad hacia la diana y se guardó la daga de nuevo en la bota. Al segundo, apareció Jonás con su cabello rubio arena totalmente despeinado y un vaso lleno de agua en la mano. Su madre se lo bebió de un trago y respiró hondo. Se avecinaba una nueva regañina y ella no estaba dispuesta a escuchar otra de las interminables peroratas de su madre.

Antes se iba con la insoportable de Iris. "¿Qué diablos decía? ¿De verdad consideraba mejor a la insoportable de Salazar que a su propia madre?"

— ¿Qué estás haciendo hija? ¿Y qué son esas guisas? Pareces una campesina.

— Esto madre —contestó girando sobre ella misma para enseñarle el atuendo—, es la ropa que utilizo para entrenar, ya que tengo más libertad de movimiento.

— ¡Llamas entrenar a casi decapitar a tu madre!

— Ganas no me han faltado —dijo María entre dientes.

— Eres un caso perdido María. Pareces un muchacho. ¡Mírate! Estás empapada en sudor, con la cara y la ropa manchadas de tierra —exclamó a viva voz. Luego, se levantó e hizo el amago de olerla—. ¡Qué hedor! ¡Vete ahora mismo a darte un baño! —María intentó replicar en vano—. ¿Quién va a querer desposarse contigo? Eres una bárbara.

— Ésta bárbara —respondió dolida por el comentario—, no pretende desposarse pronto. Yo lo único que quiero es luchar madre y si pretendes que me case para alejarme de lo que más me gusta, pierdes tu tiempo.

María dio media vuelta para irse, pero Julieta fue más rápida y logró retenerla.

— ¡No seas insolente hija! Que seas la próxima en heredar el liderazgo no te asegura un futuro. Necesitas a un hombre de buena posición a tu lado y cuando lo tengas no tendrás que valerte por ti misma.

"¿Qué no tendría que valerse por sí misma? Prefería morir antes que volverse una marioneta de un hombre. Ese futuro no era para ella".

— No me desposaré con nadie que no me reconozca como a un igual y espero madre que no me obligues a hacer algo drástico porque te prometo que me fugo con quién me prometa libertad.

— ¡María, retira lo que has dicho!

— Antes muerta.

— Estás castigada —determinó Julieta—. Enciérrala Jonás.

— Ja,ja,ja —se burló— ¡Qué me castigues no hará que siga pensando lo mismo! —miró a Jonás y le detuvo—. No des un paso más Jonás. No pienso hacerle caso a mi madre.

Jonás sin saber por quién abogar esperó a que la situación se solucionase por sí sola o por alguna aparición imprevista. No tuvo que esperar mucho más porque Rafael que hacía largo rato que echaba en falta a su esposa; se acercaba a donde ambas se encontraban.

Origin; Libro 1: Initium(En Proceso De Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora