Capítulo 40: El loco del pueblo al rescate de la princesa

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La cita que María siempre había soñado, había resultado ser un paseo por la feria medieval de Luna Nova. El mercado estaba lleno de puestos repletos de mercancías exóticas, desde telas traídas de la mejor seda de Egipto hasta algunas con especias tan solicitadas como el azafrán. Todo era increíble, todo menos el atuendo del capitán Veryad. María no lo podía creer, se había presentado a la cita vestido de servicio. Llevaba la armadura al completo y no se había quitado el yelmo a pesar de que el calor en esa época del año era asfixiante. Estaba cansada de no saber cómo era la cara del capitán. Lo único que había logrado ver de él, eran sus ojos miel que la observaban suspicaces mientras esperaban que el tabernero les trajera la comida. Ella lo había arrastrado ahí con la única intención de verle el rostro. No entendía por qué ese hombre tan perfecto escondía tan vehemente su cara. "¿Quizás lo haga porque le apena que le miren fijamente". Pensó María. "Tal vez sea que el pobre sea un sapo". Dijo su subconsciente. "No, no. Se negaba a aceptar que ese hombre fuera un asno". Tenía que descubrirlo.

— Una moneda por tus pensamientos, mi lady —su intervención hizo que volviera a prestarle atención.

— Capitán, mi compañía vale más que unas monedas.

— Tu descaro es otro de tus encantos. Supongo.

— Puede ser, mi lord. Aunque no hubiera sido tan descarada si su precio desde un principio me hubiera dado el valor que merezco.

— No puede rebatir eso, mi lady. ¿Dónde has estado todo este tiempo?

El posadero llegó por fin con la comida y dejó los platos sobre la mesa, interrumpiéndoles.

— No importa donde haya estado cuando ahora estamos uno frente al otro. ¿No te parece?

— Eres encantadora.

"Puedo ser lo que desees. Ahora muéstrame esa cara de una vez"

María tomó la cuchara y probó un poco de estofado, pasando su lengua por el labio en un acto que pretendía despertar la lívido del capitán.

— ¿No come, capitán? —se llevó otra cucharada a la boca—. Se le va a enfriar. Y el estofado siempre está más rico cuando está caliente.

— Prefiero observarte comer. Lo disfruto mucho. Esa forma de pasar la lengua sobre tus labios, me parece bastante interesante.

"Seré boba". ¿Qué pretendo hacer con estas insinuaciones?" "Lo que quieres es que te merienden, guapa". Volvió a decir la voz de su subconsciente. "¿Es que tu nunca te callas". Replicó María a la voz. "¿Alguien tendrá que decir lo que tú no te atreves?

— Insisto, capitán. Sería bastante descortés que comiera sola, ¿no cree? —insistió María.

— Tiene razón.

— Claro que la tengo. Voy a pedir un poco más de vino al tabernero.

En cuanto María se alejó para pedir la bebida. El capitán aprovechó el descuido para comerse el estofado. estropeándole el plan.

— Ahora mismo nos traen el vino —María se fijó en el plato—. ¿Cómo, ya has comido? Pero si estaba ardiendo.

— Me moría de hambre. Espero puedas disculparme.

— Claro, mi lord.

"¡MALDITA SEA SU ESTAMPA! Se levantaba un momento y la comida desaparecía" "¿Qué diablos tenía ese hombre en la boca? ¿Un recogedor? No le quedaba más remedio que actuar. María empezó a abanicarse, captando la atención del capitán. Posó una mano sobre su cabeza.

— ¿Se encuentra bien, mi lady? —le preguntó con tinte preocupado.

— No, siento que me desmayo.

En cuanto lo dijo, se dejó caer de la silla aterrizando en el suelo. De inmediato, toda la taberna entró en pánico. Todos conocían a la hija del líder de los Lumine, si esta por algún casual moría a todos los que allí estuviesen se les caería el pelo.

— Mi lady, por favor despierte —notó como el capitán la levantaba y posaba su cabeza en su regazo—. Tabernero, traiga un poco de alcohol. ¡Rápido! —ordenó tajante.

María intentaba aguantar la risa.

Esperaba que pensara en despertarla de otra manera. Y que fuera la que ella deseaba.

— Debería usted de darle un beso. Quizás así se despierte —aconsejó el tabernero con una botella de alcohol en la mano

— No seas bobo, Antonio. La chica no se ha ahogado. Se ha desmayado. Haz el favor de pasarle la botella al capitán.

— Ya voy, Mercedes. ¡Qué carácter!

Antonio le dio la botella al capitán. María que observaba todo por el rabillo de ojo, no alcanzaba a creer lo que veía. El posadero tenía razón. ¡Qué la besara! Para eso se había desmayado. Quería que la besara y así por fin podría verle el rostro. ¿Por qué tardaba tanto en besarla? Se le iba a notar que fingía.

— Estos hombres son unos inútiles. Yo le daré un beso a la princesa —el loco del pueblo se levantó decidido. Nunca intervenía y cuando lo hacía nadie se metía. Pero cuando María lo vio y se dio cuenta de quien era, se levantó tan deprisa que se mareó y el loco terminó besando al posadero.

— ¿Qué haces, Eugenio? —se limpió la boca asqueado—. A la que tenías que besar era a la chica no a mí.

— Cállate Antonio. ¡Qué te quejas por todo!

Ignorando el escándalo. El capitán, ayudó a María a estabilizarse y le ofreció su brazo para que se apoyara.

— ¿Te encuentras mejor, mi lady?

— Sí, gracias capitán. Por favor, volvamos a casa.

Todo sus planes habían fallado. No había conseguido verle el rostro y encima en vez de un beso de el capitán casi se lleva el del loco del pueblo. Se mantuvieron en silencio mientras se dirigían a caballo hacia la masía Vidal. Ni montada tras su espalda y agarrada a él cómo estaba por la cintura, había sido capaz de sentir los músculos que sabía que tenía y todo por esa maldita armadura que comenzaba a odiar. Al llegar, el la tomó en brazos y la dejó en el suelo.

— Ha sido una cita muy divertida, ¿no lo cree? —dijo el Capitán en tono de broma o al menos eso parecía.

— Lo habrá sido para usted-soltó María disgustada—. Yo esperaba algo que jamás se hizo realidad.

De improviso, el capitán se acercó a ella y levantó su barbilla.

— ¿Qué esperabas, mi lady? Me has despertado la curiosidad.

— Ya no importa —le retiró la cara—. Volveré adentro

Antes de que pudiera dar un paso. El capitán ya la había agarrado con firmeza del brazo.

— María —susurró su nombre tan cerca de sus labios que podía notar su aliento rozarla—. Solo espera. Aún no puedo hacer lo que deseas. Y créeme yo también deseo lo mismo —le confesó pasando uno de sus dedos por sus labios.

— ¿Tu también lo deseas capitán?

— Llámame Caleb. Ese es mi nombre.

Le encantaba como sonaba su nombre en sus labios.

— ¿Lo deseas, Caleb?

— Sí —se alejó de ella. Parecía que había notado algo.

— Será mejor que entres. Es bastante tarde —tomó una de sus manos y la besó de nuevo igual que por la mañana.

— Nos veremos pronto —se despidió María con el beso aún marcándole la piel.

Nerviosa como una niña con su primer encuentro con su pretendiente, regresó a su alcoba. Todo estaba más en silencio que de costumbre, pero iba tan despistada que ni siquiera le importó.

Cuando llegó a su cuarto y cerró la puerta, una daga rozó su cuello y unas manos que no conocía la sujetaron con fuerza de la cintura impidiendo que se moviera.

— Si chillas. Te rebano el cuello. Tu decides, princesa.

Origin; Libro 1: Initium(En Proceso De Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora