Capítulo 20: Recuerdos de la infancia

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Nerea se quedó muy sorprendida. No se lo esperaba. Una de las cosas que no quería que le pasaran, había pasado.

- Por supuesto que no, María, ni lo sueñes, además no puedo, tengo cosas que hacer, tengo que ayudar a los cocineros a preparar el almuerzo y tengo que ayudar al resto de la servidumbre a limpiar y a lavar la ropa y tengo que coser algunas mantas.

- De todo eso se pueden encargar los sirvientes, tú como mi dama, tienes que venir conmigo.

- No puedo, de verdad, no insistas, por favor.

- ¿Qué pasa?, ¿No te estarás acobardando?

- Para nada.

- ¿O es que le tienes miedo a esos magos?

- No es eso.

- Vamos Nerea, eres médico y puedes curarme si me hieren, ¿Vas a dejar a tu amiga tirada y sola ante el peligro?, eres mala.

- No soy mala, María, ya te he dicho que me es imposible.

- Por favor -puso ojos de cachorrillo y logró convencerla. No tuvo más remedio que aceptar.

- Vale, de acuerdo, iré contigo, tú ganas.

- Bieeeennn -María dio saltos de alegría y la abrazó-muchas gracias, Nery, sabía que podía contar contigo y nunca me fallarias.

Nerea sólo se limitó a sonreír mientras acariciaba su rizado cabello y aspiraba su dulce fragancia.

- Lo suyo sería que aprendieras a usar algún arma -María se separó de ella.

- De acuerdo, de hecho tengo el arco y las flechas que heredé de mi padre, nosotros a pesar de ser médicos, dominamos el arte del arco.

En los siguientes días previos a la misión, Nerea se dirigió a la zona de práctica de tiro con arco ya que esa arma le fue heredada de sus padres. El día después de la reunión, al ver Rafael y Julieta de que no iban a conseguir que Maria diese su brazo a torcer, decidieron por una vez tragarse su orgullo y permitir que participase en la misión y cómo castigo simplemente las hicieron a Nerea y a ella limpiar los objetos de la casa durante dos días. Fueron bastantes vehementes en su opinión.

Nerea tensó un poco la fina cuerda, colocó la flecha y apuntó a su objetivo, el centro de la diana. Sólo le bastó un tiro para acertar. Una vez bajado el arco, escuchó un pequeño aplauso.

- Madre mía, Nerea se te da bien esto.

- Sí, creo que es mi don y mi habilidad-puso otra flecha en su arco- mi truco para concentrarme es dejar la mente en blanco y pensar que sólo estais la diana y tú.

- Bien pensado.

- ¿Y qué tal con las dagas?.

- Muy bien, ya les he cogido el tranquillo y sé usarlas -María tomó una de ellas y la tiró.

- Diana -sonrió.

- Muy bien -Nerea la quitó y se la tendió.

Entre sesiones de preparación el día fue pasando dando paso a un bello amanecer. El cielo estaba pintado de tonos entre naranja y lila. En ese momento Nerea se encontraba peinando y dando de comer a Perla y a Esmeralda. Perla era de color chocolate mientras que Esmeralda era de un color blanco nieve.

- Bueno, bonitos mios ya estáis aseados y limpitos para mañana, buenas noches -los terminó de acariciar.

Mientras iba en dirección a su dormitorio, sentía que algo la carcomía por dentro, una sensación de si lo que iban a hacer al día siguiente era lo correcto, sí lo que estaban haciendo con los brujos era correcto. Al fin y al cabo, ellos eran seres humanos, o eso parecían ser. No había mucho de distinto, tenían dos brazos y dos piernas, como los Lumine. Desde aquel día en que hubo aquella reunión y María se presentó voluntaria, le empezó a entrar dudas, pero tomó la decisión de guardarselo para ella y no contarle a nadie sobre esa inseguridad, no iba a ser que los demás pensaran que los iba a traicionar y que era una cobarde y eso no era lo correcto para ella.

Antes de entrar a la masía, fue a echar un pequeño vistazo a su arco y un recuerdo voló hasta su mente.

Hace 13 años

Adam Camps volvía a casa después de una misión bastante exitosa. Nada más bajar de su caballo negro, divisó como una pequeña niña de unos siete años corría hacia él.

- ¡Padre!

- Hola, mi pequeño sol -la cogió entre sus brazos y besó su mejilla.

- Nerea, ¿Cuántas veces tendré que decirte que no corras tan rápido?, que te puedes hacer daño -suspiró Estel.

- Hola, querido -besó sus labios.

- Hola, Estel -le correspondió.

Estel bajó a Nerea de los brazos de su esposo y ambos se pasaron el resto de la tarde hablando y Adam jugando con Nerea.

- Padre, ¿Podría usar tu arco cuando sea mayor?.

- Claro, quiero dejártelo a ti.

- ¿Y no puede ser ahora?, ya quiero entrenar -dijo Nerea a la misma vez que hizo una pose de arquera.

- Jajajaja -Adam se rió- hija, aun eres muy pequeña, pero la pose está perfecta.

- Yo quiero ser cómo tú, ser tan buena como tú, tú eres mi héroe.

Su padre la abrazó.

- Cuando seas mayor, allí estaré para enseñarte.

La pequeña niña asintió.

En la época actual

A Nerea se le escapó una lágrima al recordar eso.

- Gracias, padre, por dejarme tu arma más valiosa, sé que allí donde estás, estarás cuidandome y siendo mi ángel de la guarda, seré una fantástica arquera y médico y haré que estés orgulloso de mí, mírame desde el cielo, te quiero, mi arquero.

- Nerea, estás aquí, el señor Vidal, me ha mandado a buscarte, me ha pedido que vayas a cenar -dijo Jonás.

- Ya voy.

Cerró el pequeño almacén y salió hacia el comedor.

Origin; Libro 1: Initium(En Proceso De Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora