Capítulo 16: Un castigo doloroso

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— Vamos, Nerea —dijo María—. Tenemos que prepararnos.

— Tu no vas a ningún sitio, María —le advirtió Rafael con seriedad—. Estás castigada, no lo olvides. Así que ahora mismo te vas para tu cuarto. Nerea —la chica lo miró temiendo lo peor—, encierra a María y no le abras aunque te lo suplique sino tú también serás castigada.

— No pienso obedecerte —contestó María de mala gana—. Se trata de un asunto oficial y desde ayer soy una miembro más. No puedes impedir que obedezca mis deberes. En estos casos prevalece más mi estatus de servidora de Dios que nuestra relación consanguínea.

— Te equivocas, María —la corrigió. Rafael se levantó y llamó a uno de los sirvientes que le traía la llave de la alcoba—. Puede que tu estatus de miembro prevalezca, pero olvidas que el líder soy yo y si el líder ordena algo, el resto debe de cumplirlo. Así que, Jonás, ya sabes lo que hacer.

Jonás, el sirviente de más confianza de Rafael, se acercó a María y sin que ella pudiera hacer nada, aprovechando su ofuscación le ató las manos. María que se acababa de percatar intentó resistirse, pero fue inútil. Jonás también era un experto en artes marciales. Todos en su familia lo eran, incluso Jonás, que aunque fuera un sirviente más, siempre había entrenado por si algún día alguien les procuraba mal a la familia.

Nerea estaba sufriendo. No le gustaba ver a María tan deshecha. Y tampoco le gustaba que una pequeña disputa que podía solucionarse con una disculpa, se tornara en algo sin remedio por culpa de la terquedad de María. Si conocía como era su madre por qué la desafiaba. ¿Por qué insistía en sus intentos de desesperarla? Si ella pudiera hacer más lo haría, pero gracias a Rafael y Julieta tenía un techo donde vivir y si pasaba los límites defendiendo a María, podrían verlo como una falta de respeto a su caridad. Se encontraba entre la espada y la pared.

— Suéltame, Jonás —le ordenó María aún sin dejar de moverse—. Esto no te lo voy a perdonar jamás, padre. ¿Me oyes?

— Aquí tienes, Nerea —Rafael le entregó las llaves. Nerea las cogió dubitativa—. No me desobedezcas por favor. Confío en ti, Nerea. Jonás llévala a su alcoba.

Jonás acató la orden y sin apenas esfuerzo tomó a María en brazos mientras pataleaba como una niña con una rabieta.

— Te odio, padre. Te odio.

Los gritos de María se escuchaban por todas la masía. Los sirvientes preocupados por meterse donde no les llamaban hicieron la vista gorda. Suerte que ellos sí podían porque Nerea que iba detrás de su amiga, aunque le disgustara no se le permitía hacer lo mismo.

Odiaba ser la dama de compañía de María en ocasiones como esta, porque verla sufrir le dolía cómo si la dañaran a ella misma y a pesar de que era rebelde y bastante presumida, su fondo era bueno.

Cuando llegaron al piso de arriba. Los gritos de María se hicieron cada vez menos frecuentes, parecía que se había dado por vencida. O eso pensó Nerea hasta que llegaron a la puerta de su alcoba y Jonás la soltó cerrándole la puerta en las narices.

— Nerea, no lo hagas —le suplicó María—. Si lo haces jamás te lo voy a perdonar.

— ¿Y qué puedo hacer, María? ¿Quieres que desobedezca a la persona por la que tengo un techo en el que vivir y un plato de comida todos los días?

— Pero tu eres mi amiga. Desde pequeña lo somos y si me haces esto, me estarías traicionado.

— Y si hago lo que me dices también estaría traicionándoles a ellos. ¿Me vas a castigar por ello también, María? Porque si es así, te aviso de que estoy dispuesta a soportar tu ira, pero no tu odio ni el odio de tus padres. ¿Prefieres hacerme daño con el propósito de que tú consigas lo que quieres?

María se llevó una mano al pecho, no soportaba ver a Nerea —tan dulce como era— así de desesperada.

¿Cómo se le había ocurrido a su padre ponerla como su guarda?

Se aprovechaba de sus sentimientos y los de ella para que su palabra se cumpliera sin importarle el daño que le pudiera acarrear a su relación. Lo odiaba. Su padre tenía una mente maléfica.

Notó como Nerea cerraba la puerta con llave. Por más que insistiera a su amiga, su padre no le había dejado otra opción. Le daba rabia que jugaran con ellas cómo piezas de un tablero de ajedrez. Le daba asco incluso observar que en el semblante de su padre no existía ningún atisbo de arrepentimiento.

— Lo siento, María. Perdóname —sollozó Nerea trás la puerta.

Origin; Libro 1: Initium(En Proceso De Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora