Capítulo 49: Intento de captura

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La noche anterior. Alcoba de María Vidal

La calidez de la respiración de la joven a la que apuntaba con su daga, le entibio las manos. No se podía creer la afortunado que era. Después de haber preparado el golpe durante meses y de que su incursión a la Masía de los Vidal fuera todo un éxito, Josep se había topado con el premio gordo. En su travesía para desmantelar a los cazadores y dejarlos sin provisiones y armamentos, encontró —en la alcoba en la que se hallaba— a nada más y nada menos que a ella. A esa mujer que revestida del poder que le confería el título de sus padres se paseaba como una buena samaritana con el mensaje que con seguridad había aprendido desde la cuna. Los druids eran hijos de Lucifer y no merecían misericordia.

Entre sus brazos, se encontraba la hija del líder de sus enemigos y de un solo movimiento le rebanaría el cuello. Sólo tenía que deslizarla un poco y su carne se abriría bajo la presión de la cuchilla de su daga. ¡Cuánto había esperado para esto! Años, soñando con destrozar a los cazadores hasta dejarlos tan desolados como él se encontraba desde que perdió todo lo que amaba. Estaba pletórico. Como un niño en la mañana de navidad y fue entonces cuando lo notó: Esa mujer, ni siquiera temblaba, permanecía callada y analizaba todo como un animalillo acorralado pero que aún no perdía las esperanzas.

— Si chillas. Te rebano el cuello. Tú decides, princesa.

A María esa voz le sonaba. Estaba segura de que la había oído en otro sitio recientemente: "Piensa María, ¿de qué la conoces? ¡Maldita sea! La había pillado con la guardia baja y si daba un paso en falso, ya se podía ir olvidando de comerse el pastel de boda con el Capitán. Necesitaba actuar rápido y dejarlo desarmado en un tiempo récord, para que ella cambiara las tornas cuanto antes. Las manos de quien la apresaban eran grandes y fuertes y aunque apenas veía lo notaba por la forma en que la sostenía con firmeza a su cuerpo. Sintió como unos labios rozaban su oído y un escalofrió le recorrió la columna vertebral.

— ¿Asustada?

Ella quiso reír. Ese inútil era hombre muerto. ¿Acaso no sabía quién era ella?

Josep contrariado no llegaba a discernir si ese bufido que ahogaban sus manos era lo que parecía. ¿Se estaba riendo? ¿Quién en su sano juicio se reiría en una situación así? Tal vez un loco o un demente o quizás alguien muy seguro de sí mismo. Esa niña de papa se mofaba de él y la rabia burbujeó en su pecho a la espera de que Josep se dejara ir con ella, como si fueran compañeros de juerga. Y él estaba dispuesto. Sólo esperaba el momento indicado, se dijo. Aquel, dónde la princesita estuviera tan asustada que le suplicara por su vida y entonces, cuando la viera arrodillada a sus pies, mostraría lo que de verdad era ser el mismísimo demonio. Presionó la daga un poco más fuerte sobre la piel que ahora que se fijaba parecía tan blanca e inmaculada como la nieve y la instó a que caminara.

— Ahora, tú y yo vamos a dar una vuelta —susurró. La chica no opuso resistencia, señal que a Josep lo obligó a mantenerse en guardia—. Espero por tu bien que no quieras hacerte la lista conmigo. Porque ten por seguro que lo sabré.

"Ahora mismo lo único que quiero que sepas es cómo se siente una buena patada en lo que te cuelga entre las piernas, palurdo". Escuchó que pensaba la chica. Unas ganas hasta ahora desconocidas por Josep, lo animaron a tomarle el pelo:

— No creo que hayas visto nunca lo que un hombre tiene entre las piernas y mucho menos una niñas cómo vos que se mantiene bajo las faldas de sus padres.

¿Cómo se atrevía ese rufián? ¿Y cómo había averiguado lo que pensaba? Ella ya no era una niña, nunca lo había sido. Sus mejillas se ruborizaron por el bochorno. Nunca en sus veinte años de vida, la habían tratado así. Cómo si su mera presencia no fuera más que algo que con sólo mirarlo dos veces podía olvidarse. María era la heredera de una de las familias más ricas e importantes de Luna Nova, lo tenía todo: riquezas y belleza a raudales. Y un simple truhan no iba a rebajarla. Jamás se lo permitiría.

— ¿Qué pasa princesa, te he herido el orgullo? —se burló Josep que disfrutaba avergonzándola. Casi llegaban a el patio exterior de la casa

"Alguien cómo tu no puede herirme. Porque no eres nadie", volvió a oír Josep. Gruñó frustrado. Hizo que detuviera la marcha a escasos centímetros de la puerta de entrada y la giró colocando su espalda contra ella. Ahora se miraban frente a frente. Desafiándose. Luchando por no ceder.

Cobalto y Jade. Dos piedras que se resistían a dejarse ir.

— ¿Eso pensasteis también de mi pueblo? Que no éramos nadie —siseó lleno de dolor.

— ¿Tu pueblo? ¿Qué diantres dices? —preguntó ella. Calló y luego sus ojos se abrieron sorprendidos—. Un momento... ¿Cómo sabías que yo? ¿Me lees el pensamiento? —esa idea pareció perturbarla sobremanera, tanto que notó como se hizo pequeña atrapada entre su cuerpo y la puerta—. Antes creí que había sido casualidad... Eres uno de ellos.

— ¿De ellos? —un sabor amargo le lleno la boca mientras empujaba de nuevo la daga con fiereza sobre su cuello. Estaba seguro de que esta vez sí que sangraba—. Tiene gracia. Si nos vas a mencionar, hazlo por nuestros nombres. ¡Maldita sea! —escupió.

— ¿Puedes leer los pensamientos? Eso...no puede ser cierto.

María estaba alucinando. Seguro que el vino que se tomó con el Capitán Veryard la había hecho delirar, porque eso no podía ser posible ni siquiera para un hijo del diablo, ¿no?

— ¿Delirar? —el hombre que la tenía acorralada se mofó. ¿Dónde se metían Jonás y los guardias de su padre cuando más los necesitaba?—. Me gustaría decirte que sólo soy obra de tu infantil imaginación pero no. Puedo leer el pensamiento y si me esfuerzo incluso verte la ropa interior. Y por lo que veo, no es que haya demasiado que mostrar.

¿Será cerdo? Lo mataba. En cuanto se deshiciera de su agarre pensaba arrancarle la piel a tiras y echársela de comer a los perros.

— Buena suerte con eso, princesa.

Ella frunció el ceño y arrugó los labios de tal forma que Josep olvidó por un segundo quienes eran y comenzó a divertirse. El carecía de esa habilidad en concreto, pero ella no tenía por qué saberlo.

La oscuridad de la noche le impedía que la joven pudiera identificarle a excepción de sus ojos que brillaban como luceros en la noche. Un ruido que provenía del patio exterior le puso en guardia. Se había distraído demasiado tomándole el pelo a aquella niña y ahora desconocía si el autor del ruido era Gabriel o alguno de sus hombres. Sin percatarse de nada, María aprovechó ese momento para asestarle un golpe en la entrepierna dejándole vía libre para escapar. Josep reprimió el grito de dolor que quería escapar de su boca y fue tras ella para impedir que huyera. Cuando casi la había alcanzado, un hombre con armadura y su guardia aparecieron cortándoles el paso y ahí fue cuando todo se estropeo. Gabriel apareció en ese momento y de los pensamientos de la joven Vidal, alcanzó a oír un nombre: Capitán Veryard.

Después de aquello tuvieron que retirarse y volver al valle donde intentaría averiguar todo lo que pudiera sobre ese hombre.

Origin; Libro 1: Initium(En Proceso De Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora