Capítulo 26: La trampa de los grilletes

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María podía haberse sentido victoriosa, sino fuera porque lo que pretendía hacer ese anciano le revolvía el estómago. Se suponía que eran su gente. ¿Cómo podía vender sus cabezas sin preocupación alguna? Entendía que le preocupara su hermana, pero ¿de verdad no le importaba abandonar a la muerte a sus compañeros?

Nerea, a su lado, también se sintió decepcionada por la cobardía de aquel anciano. No sabía que esperar de él, pero desde luego no aquello de lo que era testigo.

— ¿Supongo que querrás algo a cambio? —preguntó María.

— En efecto

— ¿Y qué es lo que quieres señor? —se atrevió a intervenir Nerea que hasta ese momento se había mantenido al margen—. Y por favor, le ruego que no sea abusivo en su petición.

— Para damas cómo ustedes no supondrá problema alguno, se lo aseguro.

— No de más vueltas anciano —le interrumpió María—, y diga de una vez que es lo que quiere.

— Quiero que una vez que tenga a mi hermana conmigo y que os haya entregado a los otros presos, nos concedáis la libertad tanto a mí como a mi hermana.

Era previsible. Se aseguraba de que su pellejo y el de su hermana estuvieran a salvo y de cierta forma María lo entendía. Nadie quería a morir y mucho menos a manos de los cazadores de la santa inquisición. Sus métodos destacaban por ser inhumanos y nunca dejaban a nadie con vida. María tomó su decisión.

— Está bien anciano. Llévame hacia el lugar dónde se esconden esos bárbaros que tanto mientas.

El hombre ajeno a las verdaderas intenciones de María se dio la vuelta y comenzó a alejarse dejando a María y a Nerea tras él. Nerea que no comprendía porque su amiga no le seguía le preguntó.

— ¿Qué pretendes hacer, María? ¿Seguirás sus condiciones?

María elevó el labio en una sonrisa.

— Por supuesto que no Nerea.

— Pero si has dicho que nos mostrara el camino.

— Pero no he prometido nada, ¿Verdad?

Nerea se horrorizó. ¿No pensaría matarlo? Esperaba que ese no fuera el caso porque sino no lo soportaría. A veces se asombraba de la sangre fría que podía llegar a tener María, pero rechazaba la idea de que fuera tan inhumana como para matar a un anciano. Nerea tragó saliva. Notó cómo María sacaba de una de las bolsas de Perla unos grilletes de hierro y se los tendió para que ella los cogiera.

— No te quedes ahí pasmada Nerea. ¡Disimula! —la apremio María.

— ¿Por qué me das esto? ¿Acaso piensas matarle, María?

María, al notar que Nerea no tomaba los grilletes, abrió una de sus palmas y se lo puso ella misma. ¿En serio, su amiga no comprendía todavía sus intenciones?

— Camina —susurró mientras disimulaba.

— ¿Cómo que camine? —la cuestionó mientras María la cogía del antebrazo obligándola a caminar—. ¿No me vas a decir nada? —María chasqueó la lengua—. Si le vas a matar prefiero no estar presente.

María casi se echa a reír. Las ideas morbosas de Nerea le divertían.

— No voy a matarle, pero tampoco voy a dejarle escapar. Cómo tu bien has dicho, le he ordenado que me muestra el camino pero no le he prometido nada —explicó—. La idea de prenderlos a todos es tentadora, pero tengo que ser realista. Seríamos dos contra un grupo de brujos y eso nos colocaría en una situación de desventaja —prosiguió mientras seguían los pasos del anciano—. Por otro lado, tampoco puedo regresar a la fortaleza sin nadie. Eso me haría quedar mal delante del padre Emanuel y por supuesto del Capitán Veryard —Nerea rodó los ojos al escuchar eso último—. Sin olvidarnos de que sigo siendo la hija del líder de los Lumine y que no puedo avergonzar a nuestra familia.

— Lo entiendo. Entonces sino vas a matarle, ¿qué es lo que vamos a hacer? —se intereso Nerea ya más relajada.

— ¿Ves los grilletes que tienes en tus manos? —su amiga asintió—. Están hechos de hierro y por tanto son tóxicos para los que usan la magia. Si se la pones tan sólo en una de sus manos no podrá utilizar sus horribles embrujos contra nosotras.

¿Así que ella sería la encargada de colocarle esos grilletes?. Se cuestionó Nerea mientras observaba a María. Desde que se encontraron con aquel anciano había descubierto una nueva faceta en su amiga. Había dejado su vanidad para ser alguien frio y calculador.

— ¿Por qué no lo haces tú? —María notó a Nerea incómoda.

— Lo haría yo sino despertara sus sospechas. Desde el primer momento yo he sido la que tomado las riendas de la conversación mientras que tu has estado en silencio pacíficamente. Se esperaría más un posible ataque de mi persona que de ti que no has mostrado en ningún momento tus intenciones para con él.

Si Nerea no le ponía los grilletes, sería muy difícil atrapar al hombre y María tendría que pensar en alguna otra solución. Por suerte, Nerea dejó de dudar y en cuanto su amiga mostró seguridad en sus ojos, María supo que iba a seguir con el plan. Acercándose a ella con disimulo, le explicó su idea, sin dejar de estar pendiente del anciano que caminaba confiado delante de ellas.

Una vez que se ella se aseguró que su amiga lo había entendido. Esperó su momento para actuar. Cogió la espada que escondía bajo la gualdrapa de su yegua y cuando Nerea sorprendió al viejo hombre atrapando una de sus muñeca con el grillete, le asestó rauda un golpe en la cabeza con la empuñadura.

Origin; Libro 1: Initium(En Proceso De Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora