Capítulo 9: Al final toda la acción se la iba a llevar una rata

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Gab no tardó en salir y cuando la puerta se cerró, Josep esperó su señal. En cuanto la escuchó, dejó de ser él para convertirse en un cazador. Dejó atrás su marca personal y se irguió cómo sólo un idiota y asqueroso ricachón lo haría.

Se observó de arriba abajo, el jubón color verde esmeralda con bordados plateados que llevaba le disgustaba, las calzas de color negro le seguían apretando y esas botas a la altura de la rodilla le supondrían una dificultad añadida si se viera obligado a correr. Menos mal que no podía verse en un espejo, así evitaba vomitar cuando se descubriera con esa coleta que llevaba en la nuca.

Oyó un relincho y se recordó que lo más seguro para su papel tenía que ser representarlo de la manera más fiel. Así que sin pensárselo dos veces, robó uno de los caballos y sin pena ni gloria salió de ese establo al igual que lo haría su dueño. Si alguien lo descubría ya se encargaría de borrarle los recuerdos. En eso nadie lo ganaba.

Atravesó la ciudad a galope, mientras los curiosos se preguntaban de quién se trataba. Ignoró a todos y cada uno y no se detuvo hasta que no estuvo allí en la fortaleza. Una construcción de piedra fortificada y amurallada dónde a plena vista se apreciaba que para un innatura colarse sería una tarea ardua sino poseía magia. Bajó de aquel corcel y sin olvidarse de seguir interpretando, atravesó el puente hasta llegar a la posición de los guardias que protegían la puerta.

El primero de ellos traía armadura y casco y apenas se le veía la cara.
El segundo no tenía casco y cumplía a rajatabla con su papel. Recoger las invitaciones y comprobar a los invitados de arriba abajo.
Josep se colocó detrás de una familia, las que suponía que serían las hijas lo miraron entre risas y reprimió su impulso de callarlas con una grosería. Él no era bufón de nadie. La familia pasó y llegó su turno. Sacó pecho.

— Invitación —le requirió el caballero.

— No necesito de eso, petimetre. Sólo déjame pasar —La cara del guardia pasó de estar aburrida a estar molesta en cuestión de segundos.

— Sin invitación no puede pasar —Se colocó frente a él y con una señal visual avisó al otro guardia para que entre los dos le impidieran el paso.

— Innatura¹, tan imbéciles como siempre —comentó burlón—. Veréis —se acercó a ellos con cautela—, mi única invitación son mis palabras.

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1. Persona no mágica
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Los dos guardias se miraron entre sí confundidos. Josep aprovechó el momento y pronunció en un susurro.

— Mirage²

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2. Espejismo en gaélico. Hechizo de espejismo
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De inmediato se retiraron y le dejaron pasar. Había creado el espejismo adecuado para ese momento. Podrían estar viendo una invitación, una persona de una familia invitada que conocieran o incluso un guardia, eso no le importaba. Había logrado infiltrarse. Por fin estaba adentro.
El salón de baile estaba lleno de gente. Josep se sentía atrapado entre vestidos de señoras apestando a colonia cara y los ridículos bailes en los que participaban. Estaba fuera de lugar y encima saber que entre ese salón podrían estar los asesinos de sus padres, no le ayudaba a guardar las formas. Lo que menos le apetecía era compartir con ellos, imitarlos y ser parte del grupo. Lo hacía sentir sucio. Sin embargo, no le quedaba otra opción. Se mezcló entre ellos y tal y cómo sospechaba no oía nada. Algo dentro de la fortaleza impedía que su magia estuviera activa. Eso iba a ser un impedimento, si lo descubrían, pero no el suficiente cómo para dejarlo indefenso. Él no sólo poseía magia, también sabía luchar. Cuando nació, sus padres ya sabían que él sería un guía para su pueblo, su protector. Y desde que tuvo la capacidad para aprender a utilizar la espada, entrenó y desde el principio destacó con respecto a los otros niños. Lugh³ lo había bendecido.

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3. Es el dios del sol y de la luz, es un líder natural especialista en la batalla.
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Acercó a su boca una de las copas que ofrecían los sirvientes y cuando sus labios rozaron el borde, una sensación de comezón le sobrevino. Estaban hechas de hierro. Y ahí lo comprendió. Toda la fortaleza estaba forrada en hierro, por eso su don no funcionaba. Por eso no escuchaba nada. Suerte, que tanto él cómo Gab habían trabajado la resistencia al hierro. No eran del todo inmunes, pero sí que lo toleraban. Aprovechando, que nadie lo miraba, dejó en libertad a Hella que precavida se metió entre los faldones de las señoras con la intención de escuchar todo lo que se hablara en ese baile.

“Al final toda la acción se la iba a llevar una rata”

Origin; Libro 1: Initium(En Proceso De Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora