Capítulo 62: La dama de fuego

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Advertencia, este capítulo tiene cosas violenta

María alzó la voz.

— ¿Qué se supone que hace?

— ¿Qué hago mujer? Este demonio debe morir igual que lo han hecho todos los demás.

— ¿Cómo osas hablar así a la hija del líder de los Lumine? —lo reprendió.

El hombre abrió los ojos con sorpresa.

— Lo siento, señora. No os había reconocido —se disculpó.

— Ni se ha molestado en obedecer órdenes por lo que veo —le recriminó—. No matamos a nadie, por más hijo del diablo que sea. Ni mucho menos a niños. Necesitan ser juzgados por nuestro señor.

El hombro se mofó de ella. María casi lo decapita ahí mismo.

— Quítese de mi vista ahora mismo —ordenó.

— Lo haré cuando usted deje que acabe con el demonio que esconde —reiteró aquel hombre.

— ¿Se atreve a desobedecer mis órdenes? —inquirió María.

El hombre volvió a mofarse y María acometió contra él lanzándole la daga hacia uno de sus pies. El susodicho emitió un alarido horrible que resonó por todo el valle y aquello atrajo al resto de sus hombres que lo esperaban para partir.

— ¡Prenderla! —gritó el rufián—. La hija de Rafael Vidal es una traidora. Me ha atacado a mí, un siervo de Dios para salvar a un hijo de Satanás—. ¡Prenderla rápido!

Los hombres la acorralaron de inmediato.

— Miente —intentó explicarse María—. Desobedecía órdenes. Soy la hija de vuestro líder —avisó, pero no se detuvieron. Agarró de un tirón la daga que aún permanecía clavada en el pie de aquel rufián, ignorando el grito que profirió al sacársela, y se batió contra aquellos que pretendían prenderla.

María no podía creer lo que le acontecía. Eran órdenes. Nunca se mataban a los prisioneros. Debían llevarlo a la fortaleza de los Torres. Solo se permitía el uso de la fuerza cuando se vieran atacados, pero no era el caso. Era tan sólo un niño, no tenía armas y estaba envenenado con hierro. No podía hacerles nada. Se le revolvió el estómago al pensar que habrían hecho si ella no hubiera llegado a tiempo. Bailó sobre sus pies y detuvo la estocada de un hombre que la atacaba a su derecha. Arremetió contra él con todas sus fuerzas y le cortó los dedos que empuñaban la espada. Prorrumpió en gritos mientras la sangre salpicaba el rostro de María. Aquello no detuvo el avance de esos hombres bajo las órdenes de la familia de Iris y María tuvo que pensar en cómo salir de allí cuanto antes. Era imposible que ella pudiera hacer frente a tantos sola. Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando un grito de horror la hizo darse la vuelta. Aquel hombre al que le había clavado la daga en el pie, se había valido de que su atención se encontraba en los otros que la atacaban para hacerse con el niño que ahora estaba muerto a sólo unos pasos de ella. Le había rebanado la cabeza y había rodado hasta alcanzar sus zapatos. Los ojos del pequeño niño reflejaban el miedo que había soportado y María no pudo contener la arcada que le sobrevino de pronto. Escuchó cómo se reían de ella, cómo se burlaban de aquel acto abominable que habían perpetrado. Le dolía la garganta por el esfuerzo al vomitar y la boca le sabía a hiel. Los sonidos del valle se hicieron hueco en sus oídos, las burlas apenas eran una brisa en el viento. Todo se había detenido. Sus latidos, su sangre, su respiración. Estaba estática. Sin poder reaccionar ni acometer contra nadie. Sus músculos y articulaciones no le respondían. Todo se volvió oscuro. Negro como el lodo y el agujero en su pecho la consumía como un monstruo dispuesto a devorar a cualquiera.

— ¿Ha vomitado? —preguntó alguien burlándose.

— ¡Qué asco! —dijo otro.

— ¡Vaya vergüenza tener a una mujer como ella cómo próxima líder! —decía otro.

— ¡Deberíamos matarla también! —comentó una voz lejana.

Pero María no escuchaba nada. Su cabeza se había quedado vacía. No existía nada. Hasta que esa nada se convirtió en un punto de luz en su estómago, que creció en una pequeña llama, que a su misma vez se convirtió en un fuego abrasador que consumía su cuerpo y subía hacia su pecho con una velocidad desconocida. Recorría sus terminaciones nerviosas y peleaba por llegar hacia una salida. Y entonces, explotó. Se convirtió en una hoguera y arrasó con todo. Lenguas de fuego se escapaban de su cuerpo y sus dedos las dirigían sin ningún tipo de error en su trayectoria. No existían los gritos, tan solo su cuerpo brillando como una supernova. Y luego lo que había empezado como una explosión, se detuvo, dejándola vacía y fría, sin ese calor que la abrasaba y que la quemaba por dentro, pero que no la dañaba. María no supo cuánto tiempo pasó hasta que se dio cuenta de lo que había hecho, pero en cuanto su cabeza comenzó a funcionar correctamente, el peso de lo que allí había sucedió, la sacudió desde las entrañas. Los mató. A todos. A todos y cada uno. Todo a su alrededor no era más que polvo. Cenizas que volaban en el viento y María lo comprendió. La matarían.

Tenía que salir de allí. Debía esconderse, no podían encontrarla, tenía que... Dejó de pensar de nuevo. Se levantó de aquel paisaje desolador y buscó a Perla. Su amiga no aparecía por ningún lado y el peso en sus hombros fue aplastante. "Corre", gritaba su conciencia. Y ella obedeció. Corrió y corrió, tan lejos de Luna Nova como podía. Desconocía si era de día, ella seguía corriendo. Lo hizo por mucho, mucho tiempo. Quizás pasaron semanas desde que comenzó a correr. En algún momento su cuerpo se agotó y cayó al suelo y durmió durante un tiempo. Se despertó cuando algo áspero y baboso rozó su cara. Entreabrió los ojos, pero casi no podía hacerlo. Sólo captó colores; negro y blanco en algo muy peludo y luego verde. Un verde jaspeado que le resultaba increíblemente familiar. Sus labios se movieron sin su permiso y solicitó:

— Ayúdame.

— Eso también fue lo que pidió mi hermana y nadie lo hizo.

El verde desapareció.

Origin; Libro 1: Initium(En Proceso De Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora