Capítulo 25: Gregorio, el druid quería salvar a Puri de los suyos

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Bosque de la Stella

María se sorprendió al escuchar como Nerea la avisaba dando voces de que había encontrado a uno de los prófugos. Incrédula por lo fácil que había resultado dar con su paradero. Lo observó con detenimiento. Era un hombre mayor, deducía que rondaba los ochenta. Tenía el pelo cano y largo, el rostro picado de viruela y los ojos grises. Tan grises que María creyó en todas las fábulas que los campesinos iban contando de generación a generación. Las leyendas decían que Lucifer habitaba en la tierra, pero cómo fue vencido por el sacrificio de Dios en la cruz y por fin desterrado al seol, ya no podía pasearse con libertad por el mundo. Por eso, necesitaba huéspedes —cuerpos en los que vivir— porque de esa manera podía seguir reinando en la tierra sin salir de su prisión eterna. De pronto, sintió miedo. Esos ojos gritaban que pertenecían al mismísimo diablo y debía cumplir con su deber por más extraño que le pareciera haberlo encontrado de forma tan inusual. Sí sabían que lo más seguro sería que los siguieran después de escaparse: ¿por qué habían dejado huellas y pistas tan visibles? ¿Y por qué ese anciano no hacía amago de huir? Desde que lo habían descubierto, se había mantenido tranquilo y sin atisbo de miedo alguno. Vio como Nerea, a su lado, esperaba que ella diera las ordenes oportunas.

— ¿Qué vamos a hacer, María? —preguntó Nerea dubitativa—. Esto me parece muy extraño.

—Tú también lo has notado, entonces. Pensaba que eran ideas mías, pero si tu también lo has visto quiere decir que lo que me llevo barruntando desde que llegamos se confirma.

— ¿Qué quieres decir? —María le pidió el trozo de tela a Nerea y esta se la dio sin pensarlo.

La inspeccionó detenidamente y comprobó que pertenecía al hombre que caminaba hacia ellas y que seguía sin ocultarse. A continuación, se fijó en las huellas sobre la tierra y se agachó con la intención de averiguar el tiempo que había pasado desde que fueron hechas. Tocó la tierra entre sus dedos. Estaba fresca, lo que significaba que habían sido dejadas recientemente. Tomó un puñado y lo acercó hacia su nariz para olerla, y cómo ya se imaginaba el olor a humedad le dio la bienvenida.

— Pues... —respondió mientras se levantaba— que esto está hecho a propósito —Nerea abrió sus ojos sorprendida—. Piénsalo bien, Nerea. Sería absurdo que alguien que acaba de escapar de una muerte segura, deje pistas tan predecibles y que además camine hacia nosotras cómo si estuviera dando un paseo a la luz de la luna. Tan sólo mírale, no parece que esté asustado.

Nerea, sin saber que decir, tuvo que aceptar que lo que su amiga le decía podía ser cierto. Desde el principio, creía que la misión iba a convertirse en una pesadilla y, por el contrario, todo estaba resultando a pedir de boca.

— Quizás... no nos haya reconocido —se atrevió a adivinar Nerea.

— Es posible —aunque María lo dudaba. Estaban armadas hasta los dientes y en sus armas tenían grabado el escudo de los Lumine—. Aún así, no nos confiemos —prosiguió—. A pesar de su apariencia son hijos del maligno y cómo tal tenemos que estar preparadas para que ocurra lo peor.

— ¿Cómo que lo peor? ¿No te estarás refiriendo a lo que creo, verdad?

— ¿Qué es lo que crees, Nerea? —le devolvió la pregunta María.

— Pues que más puede ser. Ma... ma...

Nerea fue incapaz de acabar la frase, por lo que María la terminó por ella.

— Si, se da el caso. Sí, Nerea. Tendremos que matarle.

El semblante de su amiga se tornó pálido y María se lamentó por ella. Conocía a Nerea desde niñas y siempre había odiado todo lo que estuviera relacionado con la violencia. En parte, lograba entenderla. Había sido criada alejada del entorno de los Lumine, sólo sus padres se encargaban de trabajar y de enfrentarse a situaciones como la que hoy sucedía frente a sus ojos. Cuando ella llegó a la casa Vidal —después de la muerte de sus padres—, desconocía las enseñanzas de los cazadores, tampoco había sido entrenada como ella. A María le habían enseñado desde muy temprana edad a ser despiadada y a tener misericordia sólo con los que se la merecían. A sus ojos ese hombre no merecía vivir. En los de Nerea siempre había clemencia.

El hombre, por fin, llegó hasta donde ellas lo esperaban. Su rostro denotaba cansancio y estaba tan sucio que apenas podían discernir en que estado de salud se encontraba. María dispuesta a seguir con su plan, se acercó al hombre y sin rodeos le preguntó.

— ¿Quién dirías que soy?

El hombre tosió mientras María esperaba la respuesta que deseaba escuchar.

— Eres una cazadora —respondió. Nerea se puso nerviosa al comprobar que la teoría de María podía ser cierta.

— Y si sabes quién soy, ¿por qué no corres? —le cuestionó—. ¿Por qué no te has ocultado? ¿Por qué respondes sin poner resistencia? ¿Por qué quieres que te atrapemos? ¿Sabes que irás a la horca, no es así? —el hombre asintió—. ¿Así que lo sabes? —María rio ante la audacia de aquel viejo—. No se eres demasiado inteligente o demasiado osado, pero ya que has tenido la valentía de acercarte a nosotras, te dejaré pedirme lo que quieras. Porque eso es lo que quieres, ¿no es así?

El hombre esperanzado por lo que escuchaba de aquella cazadora de pelo caoba, no dudó en descubrir sus pretensiones.

— Es usted, muy sagaz cazadora.

— Soy muchas cosas brujo. Y también soy muy impaciente, así que le conviene abrir la boca tan pronto como pueda, no vaya a ser que cuando lo haga ya sea demasiado tarde.

— ¿María, que pretendes con esto? —le susurró al oído Nerea.

— Aún no lo sé, es lo que quiero descubrir —le respondió ella entre dientes—. Y bien, brujo. ¿A qué esperas?

El anciano, al notar que jugaba con fuego. Decidió responder:

— Quiero que me ayudéis a salvar a mi hermana de manos de aquellos jóvenes insolentes. Desde que nos sacaron de los calabozos no me fio de ellos, pero Puri nunca me escucha y me deja en evidencia.

—¿A que os referís señor? —preguntó Nerea.

— Jovencita, creo que he sido claro. No pienso dejar que mi hermana esté un minuto más con esos bárbaros. Su forma de actuar tan sospechosa no me convence.

"Así que quienes sacaron a los presos de los calabozos fueron hombres". Dedujo María al escuchar al anciano. Ya tenían una interrogante resuelta y si conseguía resolver más, el capitán Veryard no tendría más remedio que reconocerla ante todos. Con eso en mente, preguntó al anciano.

— Si usted, brujo ha traicionado a los que le han salvado: ¿quién me dice que no hará lo mismo con nosotras? Por lo que me explica, puedo decir que usted se ha escapado y que su hermana no ha venido con usted porque no comparte su misma opinión. ¿O me equivoco?

— Mi hermana sólo está confundida. Los años la hacen menos perspicaz, pero yo aun sigo despierto y sé que si seguimos en aquel lugar con aquellos pillastres, acabaremos muertos —dijo convencido—. Y por mi traición, no debería temer, si ustedes mi señoras prometeís que me ayudareis a salvar a mi hermana. Yo les prometo llevarlas hasta dónde se ocultan los demás presos y los cabecillas del golpe.

Origin; Libro 1: Initium(En Proceso De Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora