Capítulo 75: Vivir con la culpa

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Después de aquello María permaneció en cama durante los siguientes días. Nerea la visitaba todo el tiempo que le permitían y el joven rubio llamado Gabriel atendía su heridas.

En todo ese tiempo tuvo tiempo de pensar. Pensó en el ataque en el valle de Nigreos y en las últimas palabras que él rufián de Josep había dicho. ¿Era una bruja? ¿Tenía los poderes del diablo? Su cuerpo recubierto en fuego había quemado a todo un escuadrón Lumine. Ella apenas recordaba nada, después de la muerte de aquel chico, su visión se volvió oscura y el tiempo se ralentizó tanto que apenas llegó a ser consciente de lo que pasaba a su alrededor. Sin embargo, aún sentía ese calor tan poderoso que la llenaba desde sus entrañas y que le pedía más y más. Era como una fuerza viva dentro de ella, pero que se mantuvo dormida hasta que la muerte del niño la desató. No podía creerlo. Parecía cosa de locos. Su cuerpo tembló y se llenó de pavor. Su corazón empujaba con fuerza sus costillas y su respiración se tornó errática. ¿Qué pasaría con ella ahora? Había matado a su gente. La pena por ello era la vida y si se enteraban de que poseía dones como los hijos de diablo la perseguirían a pesar de su estatus. No valdría de nada ser la hija del líder de los Lumine, eso no la salvaría. Pero, ¿su familia no permitiría que le pasara nada, no? ¿La echaría de menos el capitán Veryard?. Ella si que lo hacía. Durante el tiempo que llevaba postrada en aquella cama sólo los recuerdos del capitán lograban que las pesadillas desaparecieran. "!Qué ilusa eres, María!", se dijo. Nada volverá a hacer lo mismo. Has matado a inocentes y tu cuerpo ahora no es puro. Estás maldita como todos aquellos a los que matan los cazadores. Mereces morir por las atrocidades que has hecho.

La culpa la mataba lentamente. Estaba allí con sus enemigos, conviviendo con ellos mientras su pueblo había perecido por sus manos. Era un monstruo, un demonio que no merecía vivir como todos los que allí vivián. Debía hacer algo para que Dios la perdonara porque ella no era capaz de hacerlo. Escuchaba los gritos de sus hombres mientras se calcinaban a todas horas y casi no dormía a la espera de que se la llevaran. Ella no merecía vivir. Necesitaba el perdón de todos ellos.

Se levantó de la cama con torpeza, hacía días que no andaba nada y su cuerpo notaba la falta de ejercicio. Cojeando fue en busca de algo que le sirviera para aliviar el dolor que le atravesaba el pecho. Rebuscó por todo el lugar, pero no encontró nada afilado. Vio el barreño que estaba junto a su cama, solía estar lleno de agua por si le apetecía asearse y decidió que para lo que tenía en mente sería suficiente. Metió las piernas y aunque todo su cuerpo temblaba de terror, se hundió esperando que todo la culpa y el daño que había infringido, despareciera como ella.

Desconocía el tiempo que estuvo dentro del agua, pero cuando casi su corazón dejó de latir; unos brazos fuertes la trajeron de vuelta.

Percibió el toque templado de una mariposa sobre sus labios y sus latidos volvieron a la vida. Tamborileando como loco.

— Jamás vuelvas a hacer eso, princesa. No te permito morir por tu propia mano. No te consideraba tan cobarde.

Ella apenas podía hablar, sólo pensaba que era un imbécil como la copa de un pino. Oyó como la sacaban de allí y le quitaban la ropa mojada. Luego el calor la arropó y quedó inconsciente.

Cuando abrió los ojos se encontró con Nerea que la mirada preocupada y con Josep y Gabriel que las miraban atentos.

— ¿Cómo se te ocurre hacer eso? María, ¿cómo los has pensado si quiera? —le recriminó Nerea.

— Tenía que hacerlo. Ellos me lo pedían —contestó María—. Me lo merecía, Nerea. Los quemé vivos a todos.

— María te tendieron una trampa, sólo te defendías —repuso Nerea.

— Eso no es lo que pensaran mis padres, Nerea y lo sabes. Merezco la muerte por lo que he hecho.

— Tanta palabrería me aburre —soltó Josep.

— Josep, por favor —suplicó el rubio.

— A partir de ahora permanecerá atada y habrá guardias para vigilar que no cometa algo semejante —volvió a hablar Josep.

— Verme así te debe resultar divertido —conjeturó María.

— Verte derrotada me produce satisfacción, por supuesto. Pero, tu poco valor a la vida me causa repulsión —repuso él.

— No parecía molestarte tanto la idea de que me mataran los míos.

— Y sigue sin molestarme, Princesa. Ardo en deseos de verte morir a manos de los que tanta estima te tienen. Pero los que deciden acabar con su propia vida los desprecio aún más —explicó asqueado—. Mi hermana quería vivir más que nadie y vosotros le quitasteis esa opción. En cuanto se reponga, llévenla a trabajar con los demás.

— Josep, no creo que sea buena idea —discrepó Gabriel que se había mantenido al margen.

— ¿Cómo que tengo que trabajar? —indagó María.

— Aquí todos ayudamos y realizamos tareas y tu princesa, no vas a ser la excepción.

Origin; Libro 1: Initium(En Proceso De Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora