Capítulo 17: Escapando de la prisión que es mi habitación

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María se dejó caer al suelo con la espalda pegada a la pared de su inmensa habitación

- Tranquila. No te ha dejado otra opción. Supongo que tampoco servirá que me ponga a berrear, con eso sólo voy a conseguir quedarme sin voz-dijo María.

- Me quedaré contigo haciéndote compañía. Así por lo menos sentirás que compartimos el castigo-respondió Nerea.

- ¿Cómo cuando éramos pequeñas y te metía en líos?

- Sí, igual que entonces. ¿Recuerdas aquella vez que le robaste el misario al padre Emanuel? -le recordó Nerea con nostalgia.

- Pues claro que me acuerdo. Lo escondí en los establos y cuando ya me cansé de ocultarlo, estaba completamente lleno de estiércol. Mi padre me castigó un mes sin poder cabalgar con Perla y tú te ofreciste voluntaria en compartir mi castigo y también dejaste de montar a Esmeralda.

- Es cierto. Eché de menos galopar y mucho más el poder hacerlo contigo. Suerte que Jonás nos sacaba a escondidas y sin que se dieran cuenta nos dejaba montarlos por unos momentos.

- Momentos en los que Jonás casi queda calvo de la tensión que pasaba para que no lograran descubrirnos. Echo de menos a ese Jonás -María jugó con los bajos de su vestido mientras recordaba aquello. Hacía mucho que Jonás no se jugaba al cuello por ella. Supuso que las personas cambiaban con el tiempo y que él no había sido la excepción.

Las cosas no siempre permanecían; al igual que el tiempo que estaba en constante cambio.

Dejó a un lado los recuerdos y cuando los dejó la asaltó una idea. Algo arriesgada, pero brillante. Pudiera ser que su padre la encerrara, que le quitara la libertad, pero no podía cortarle las alas. Eso la mantenía viva. Y María no dejaría pasar la oportunidad de conocer al capitán Veryard, y más ahora que todo estaba a su favor porque el padre Emanuel la tenía en buena estima.

Decidida, avisó a Nerea que se preguntaba la razón por la cual su amiga ya no hablaba. Enseguida lo descubrió.

- Nerea, escúchame con atención. Quiero que bajes al patio y que te quedes esperando frente a mi ventana, pero sin que te vean. Ponte en un ángulo muerto.

- ¿Qué pretendes hacer ahora, María?-le preguntó temerosa-. No hagas una locura por favor.

- Locura sería perder la oportunidad de que el capitán Veryard me note y no pienso permitirlo.

- ¿Todo esto es por el capitán Veryard? -le recriminó Nerea-. No lo puedo creer, María. Te vas a enfrentar a tu padre por ese hombre que da escalofríos. No te entiendo.

- No quiero que me entiendas, Nerea. Sólo haz lo que te digo. Te prometo que no va a pasar nada. ¿Confías en mí, no es así?

- Siempre que dices eso, las cosas se tuercen -dijo rendida. María nunca le dejaba opción-. Está bien, lo haré. Ten cuidado.

Cuando Nerea se marchó. El cerebro de María comenzó a trabajar. Si su padre pretendía encerrarla, lo primero que debería de haber hecho era asegurarse de que no hubiera ventanas. Como no lo hizo, María lo utilizó a su favor. Destapó las sábanas de su cama y con destreza empezó a anudar los extremos de cada una, creando así una cuerda con el largo suficiente como para que le permitiera bajar desde la ventana de su cuarto al patio exterior. Al terminar, se desvistió rápidamente y se puso una de sus vestidos más elegantes, el de color agua marina que tanto le favorecía. Se hizo un semi recogido dejando caer los tirabuzones en su espalda y por último se pellizcó las mejillas para darse un poco de rubor. A continuación, silbó y una de sus palomas mensajeras se posó sobre el alfeizar de su ventana. Consiguió papel y pluma y escribió. Una vez que tuvo todo listo, ató la nota en la pata de la paloma y le indicó que se la llevara a su destinatario. Todo iba a salir a pedir de boca, o al menos eso se barruntaba.
Agarró su cuerda fabricada con sábanas y con cuidado inició la desescalada por la fachada de piedra. Prefirió bajar descalza, con calzado le supondría una dificultad añadida, así que los zapatos los llevaba en la boca y el vestido recogido de manera que no le impidiera mover las piernas. Ya casi estaba abajo, cuando escuchó a Nerea que estaba más pálida que una hoja. Su amiga se sorprendió al verla cometiendo tal osadía. Parecía que no la conocía. Al pisar el suelo, evitó dar un grito de victoria. De momento nada se había torcido y suplicaba porque así siguiera.

- No vuelvas a hacer eso jamás, María. Casi me matas de un infarto -dijo Nerea nerviosa. María se puso los zapatos y se adecentó un poco. Ignoró a su amiga y siguió a lo suyo.

- ¿Cómo me veo? -preguntó con una ceja alzada aguantando la risa al ver la expresión de incredulidad de Nerea.

- Cada día me dejas más patidifusa. ¿Seguro que cuando naciste no te faltó oxígeno?

- Nerea. -Se quejó rodando los ojos-. ¿Estoy bien o no?

- Estás perfecta, como siempre.

- Bien, entonces no perdamos más tiempo. Aprovechemos que ahora es el cambio de guardia.

Origin; Libro 1: Initium(En Proceso De Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora