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LIAM

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Recorrí su figura con la mirada y acabé frunciendo el ceño.

¿En serio?, me pregunté, ¿aquella desconocida había estado a punto de robarme el coche? La situación me resultó tan cómica que casi sonreí. Casi. Claro que la alarma seguía sonando y yo debía tomármelo en serio. Quizá escondiera una fuerza descomunal... en alguna parte de su diminuto cuerpo.

—Ibas a robarme el coche —insistí, esa vez en forma de afirmación.

Ella no dijo nada. Tan solo inclinó un poco su paraguas para taparse. Yo cogí el mío con la otra mano, suspiré y saqué las llaves del bolsillo. Pulsé el botón y acabé con aquel molesto sonido.

—¿Es que no hablas?

Volvió a esquivar mi pregunta. Impaciente, me acerqué lo suficiente como para hacerla reaccionar. Pegó un ligero respingo, agarró el paraguas con más fuerza y dio los mismos pasos que yo había andado, solo que hacia atrás, alejándose.

—Una ladrona asustadiza... —intenté captar su atención, pero seguía con la cabeza agachada—. No tiene ningún sentido.

Entonces sí, me miró.

La desconocida levantó la vista y sus ojos encontraron los míos en la penumbra. A pesar de la escasa luz, llegué a distinguir dos cosas: que probablemente sería más joven que yo y que, sin ninguna duda, había estado llorando.

Fue la segunda la que se quedó grabada en mi mente.

—No estaba robándote el coche.

Y su voz me sorprendió.

Sin embargo, conseguí ignorar la duda que empezaba a formarse en mi cabeza y me centré en sus palabras.

—Pues a mí sí me lo ha parecido...

—Lo siento.

Parpadeé un par de veces. ¿Se estaba disculpando? Joder, no entendía nada. ¿Qué clase de ladrón hacía eso?

Fácil: uno que no lo era.

—No era mi intención —añadió, apartando la mirada.

Mi confusión fue a más, así que no me quedó otra que preguntar:

—En ese caso, ¿qué estabas haciendo con mi coche?

Pude ver, incluso a través del abrigo que llevaba, cómo su pecho se hinchaba con una profunda inhalación.

—Solo le he dado una patada.

Tuve que analizar aquello durante unos segundos. Definitivamente, no era una ladrona. Pero... Quizás estaba un poco loca. Sí, tenía que ser eso. ¿Quién en su sano juicio iba golpeando coches así como así?

Estaba tan desconcertado que no pude callarme.

—¿Es que es un hobbie tuyo? —Conseguí que volviera a mirarme—. Ir pegando patadas a los coches que ves por la calle... Suena un poco raro. —Sonaba jodidamente raro.

Pero allí seguía. Hablando con una desconocida que acababa de golpearme el coche en vez de salir pitando sin mirar atrás.

Quizá ella no era la menos cuerda de los dos, al fin y al cabo.

—No he tenido un buen día.

Su voz hizo que me fijara de nuevo en su rostro. Tenía las mejillas manchadas, supuse que de maquillaje, y los ojos tan rojos que no me pasaron desapercibidos ni en una noche tan oscura como aquella.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora