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LIAM

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Llevaba toda la tarde comprando. Había buscado una receta de la que ya ni me acuerdo y quería que todo fuera perfecto.

No cumplí del todo con mi promesa.

Había esperado, sí. Me mantuve callado todo el sábado y no hablé con Maia. Intenté amenizarle un poco la noche e incluso conseguí robarle una sonrisa, pero no mencioné la llamada de su hermano ni mucho menos le pregunté por qué odiaba tanto su cumpleaños.

Sin embargo, la espera no había durado mucho.

Tres días, ese fue el tiempo que aguanté.

No era mucho, no... Pero, qué narices, la paciencia no era una de mis virtudes.

Así que el martes por la tarde, nada más salir del Lamb & Flag, llevé a Maia a casa y le dije que tenía que hacer unos recados. Fui solo porque quería que fuera una sorpresa, aunque también tardé más que de costumbre... El caso era que ella estuviera en casa cuando llegara, y eso sí que lo logré.

Abrí la puerta con cuidado de no tirar nada de las bolsas y cerré del mismo modo. El baño estaba cerrado y de él salía algo de música. Imaginé que estaría dentro así que fui hasta la cocina para empezar a organizarlo todo. Saqué las cosas y las coloqué en la encimera intentando llevar cierto orden. Me gustaba cocinar, aunque, por desgracia, no lo hacía muy a menudo.

Había empezado a cortar las verduras cuando la puerta del baño se abrió y me volví sin poder evitarlo.

«Mierda, Liam.»

—Hola —me saludó ella con un intento de sonrisa. Al parecer me había escuchado llegar... Y yo no podía dejar de mirarla.

«Mierda, Liam, solo lleva una sudadera y unas mallas, no es nada del otro mundo...»

—Hola. —Me di la vuelta al notar el filo del cuchillo peligrosamente cerca de mi mano. Punto para mí por distraerme tan fácilmente... Aunque ojalá todas las distracciones fueran esa.

—Me estaba duchando. ¿Vas a hacer la cena?

Asentí aún de espaldas a ella. Sin embargo, por su voz deduje que se había ido acercando y, antes de poder darme cuenta, la tenía a mi lado. La observé de reojo, solo un segundo porque no quería tener un accidente, y el olor del champú se adueñó de mis fosas nasales.

—Madre mía, cuántas cosas... —Maia soltó una risita y yo apreté los dientes, deseando con todas mis fuerzas que aquel sonido no me resultase tan jodidamente atractivo—. ¿Celebramos algo?

Y allí estaba, la pregunta del millón. Rápidamente me encontré con dos alternativas: admitir que no se me daba bien esperar y confesarle que lo sabía... O mentir.

No me costó decantarme por una.

—Me apetecía cocinar.

Entonces sí, sonrió de verdad.

—¿Necesitas ayuda?

—Tranquila, yo me encargo.

Y se encerró en su cuarto, cosa que agradecí; tenerla tan cerca empezaba a suponer demasiado. A lo mejor solo tenía que dejar algo de espacio entre nosotros y, con el tiempo, las ganas irían desapareciendo, tal y como me había dicho Jack...

O, a lo mejor, tal y como pensaba yo, estaba jodido hasta las trancas.

Puse algo de música en mi móvil para evitar pensar y seguí los pasos de la receta al pie de la letra. Casi una hora después, por fin tenía el plato en el horno y la cocina sorprendentemente presentable. Aún estaba terminando de meter las cosas en el lavavajillas cuando Maia abrió la puerta. Mis ojos fueron hasta allí como dos imanes.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora