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MAIA
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Hasta entonces, y desde que mi hermano se había marchado a Ámsterdam, mi rutina había sido la misma.
Trabajaba en el centro comercial de lunes a sábado, jornada completa de diez a siete, con una hora para comer. Pasaba las noches encerrada en mi habitación, excepto aquellas en que mis compañeras de piso decidían salir de fiesta y yo podía aprovechar para estar en el salón sin ellas. Me gustaba ir al cine algún sábado por la noche; o bien lo hacía sola o bien llamaba a la única amiga que había conservado de mis años de instituto. Lástima que, con el paso de los meses, aquellas salidas fuesen cada vez más escasas. Pero tampoco me importaba. Me ponía una película en el ordenador y disfrutaba igualmente, a sabiendas de que, a la mañana siguiente, empezaría el peor día de la semana.
Odiaba los domingos.
Los odiaba porque no trabajaba y, por ende, no tenía ningún motivo de peso para salir de casa y dejar de verlas a ellas. Las tiendas estaban cerradas, por lo que pasar el día metida en el centro comercial tampoco era una opción. Lo que solía hacer era salir a pasear; me calmaba y me ayudaba a despejar la mente. Pero la lluvia también era algo rutinario en mi día a día. Siempre iba con chubasquero y paraguas, aunque a veces caía tal cantidad de agua que tenía que resguardarme o incluso cancelar el plan.
Así que me quedaba en casa. Y, desgraciadamente, ellas también.
Pero mi vida había cambiado por completo y mis compañeras de piso ya no estaban en ella. Podía salir de la habitación con la certeza de que no estarían en la cocina, ni en el salón, ni ocupando el único baño que teníamos, ni fumando en la terraza con las ventanas abiertas en pleno diciembre...
No tendría que volver a pasar por nada de aquello.
Al contrario... Me tocaba encontrarme con alguien de la edad de mi hermano al que le gustaba comer en la cocina y utilizar la sala de estar para ver la televisión; que tardaba poco en ducharse y siempre me preguntaba a mí si quería hacerlo primero; y que, aparentemente, no fumaba.
—Buenos días —me saludó cuando cerré la puerta de mi cuarto.
—Buenos días.
—No te desperté anoche, ¿verdad?
Negué rápidamente. Los sábados también se quedaba hasta tarde en el bar, pero, a diferencia del viernes, ese día sí daba la impresión de haber dormido en casa. Y sí, me lo imaginaba porque solo llevaba un pantalón de chándal y una sudadera.
—Tuvimos movida para cerrar.
Aquello me llamó la atención; me acerqué a la isla de la cocina, donde se había apoyado él, y alcé las cejas, pidiéndole en silencio que se explicara.
—Nada del otro mundo, un borracho con ganas de tocar las narices. —Hizo una pausa cuando el microondas emitió un pitido. Sacó una taza y me la ofreció—. ¿Quieres café?
Asentí pero rechacé el suyo.
—Tranquilo, ahora me hago uno. —Me moví con celo; aún me parecía raro estar allí, tan tranquila, y sentía que era pronto para tratarnos con familiaridad. Fui hasta los armarios en los que Liam me había enseñado que guardaba la vajilla y cogí una de las pocas tazas que tenía. Volví a girarme y carraspeé—. ¿Y cómo lo sacasteis del bar?
Él se rio por la nariz, de espaldas a mí. Por la poca seriedad con la que trataba el asunto, pensé que quizá no era la primera vez que pasaba algo así.
—Mike siempre se encarga de ese tipo de clientes. Les invita amablemente a abandonar el local cuando ve que ya han bebido demasiado.
Liam se dio la vuelta e intenté sonreír al ver que él lo hacía. No le costaba, o al menos esa impresión me había dado durante esos primeros días; a él, al contrario que a mí, las sonrisas le salían solas.
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Alas para volar ✔
RomanceMaia lo ha perdido todo. Perdió a sus padres hace cinco años y, ahora, su hermano mayor ha tenido que dejar el piso que compartía con ella para marcharse a trabajar al extranjero. Por si eso fuera poco, acaban de despedirla y, en un arrebato, decide...