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LIAM

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Maia y yo volvimos a la normalidad antes de que abril llegase a su fin. Volvimos a pasar tiempo juntos, a solas, y ninguno de los dos intentó nada más. Puede que yo me muriese de ganas, pero habíamos acordado darnos unos días para pensar. Para que la cosa se tranquilizara...

No funcionó.

El último día del mes volvimos a jugar con fuego. No fue nada del otro mundo; estaba preparando la cena y me corté. Nada grave, pero Maia insistió en traer el botiquín del baño. Nos sentamos en los taburetes, demasiado cerca, demasiado peligro, y entonces ocurrió.

No nos besamos. No hizo falta. Maia sujetó mi mano entre las suyas mientras me curaba y yo, que no había dejado de mirarla en ningún momento, llevé la que tenía libre hasta su pierna. Ella se sorprendió y levantó la cabeza. Tampoco dijimos nada. Nos miramos, y no solo a los ojos. Se humedeció los labios y observó los míos, mandándome descargas eléctricas por todo el cuerpo con ese simple gesto. El escozor que sentía en la herida había dejado de importarme. Solo podía mirarla. Y ella, sorprendentemente, me sostuvo la mirada.

Pero su móvil nos interrumpió.

Maia se levantó y yo me mordí la lengua. Habíamos estado tan cerca... Apoyé la mano en la encimera y la miré cuando silenció la llamada.

—Es mi hermano... ¿Te importa que lo coja?

—Tranquila —le dije, sonriendo—. Yo sigo con esto.

—¿Estás seguro?

Asentí y Maia se metió en su cuarto. Solté el aire. Me llevé la otra mano a la entrepierna y me dije que mirarle el culo no iba a ayudarme a pensar.

Terminé de curarme y lo guardé todo antes de que ella volviera a aparecer.

—Solo quería ver cómo estábamos.

Sonreí en mi interior.

No pude evitarlo:

—Y... ¿Cómo estamos?

Nuestras miradas se encontraron, esa vez con más distancia de por medio, pero con la misma electricidad que se había formado antes. Maia tragó saliva.

—Bien.

Apreté la mandíbula y contuve las ganas que tenía de pegarla a mí.

—¿Solo bien?

El tictac del reloj rompía un silencio cargado de muchas cosas, demasiadas como para que ella no lo notara.

—¿Ya te has curado? —Su cambio de tema me resultó adorable y no pude evitar sonreír.

—No me has respondido...

Me acerqué a ella con el botiquín en la mano. Alzó un poco la cabeza para mirarme a los ojos.

—Liam...

—¿Cómo estamos?

Alargué el brazo para apartarle un mechón de pelo y su suspiro me erizó la piel. Solo tenía que agacharme un poco...

Pero no hizo falta, porque sus palabras tuvieron el mismo efecto que un beso.

—A punto de quemarnos.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora